Llámalo Armario. Llámalo un amigo. Llámalo una prisión. Tu pareja de toda la vida. Llámalo cárcel. Llámalo la ciudad en la que vives, tu trabajo de nueve a seis, tus costumbres y tus dogmas. Llámalo una jaula muy pequeña. Una vida poco satisfactoria. Tus días que son fotocopias de todos tus otros días. Llámalo como quieras.
Y es que no, señora, no: no hay que ser gay para vivir en un armario.
Seguro que tienes el tuyo.
Y por mucho tiempo creerás que viviendo ahí se está de puta madre.
Porque te acostumbras.
Una mañana lluviosa te encerrarás en un armario feo porque está seco y calentito. Dejará de llover y te dirás, ¿para qué voy yo a salir de aquí? Ya estoy acostumbrado, y romper con las costumbres está muy feo, oiga. Te autoconvencerás de lo cómodo que se está en tu agujero. Mira, oye: En tu armario no entran todos tus zapatos. En tu armario no entra ni medio invitado. Tu armario huele a loco, y es que hay que abrir puertas y ventanas de cuando en cuando porque la vida nunca -escucha- nunca es de puertas para adentro.
Pero tú crees en tu armario.
Y lo dices henchídísimo de orgullo: Oiga, yo creo en estas paredes, aunque seas un humano infeliz y tronchado en ese espacio reducido. Déjame ilustrarte: tus creencias no te hacen mejor persona. Al contrario, te hacen una persona peor. Tus creencias no son más que opiniones que consideras absolutas y que te niegas a discutir con los demás. Si prefieres tus principios a tu felicidad, sinceramente, te mereces tu mierda de vida.
Pero así lo has planificado.
Y dirás, yo he escogido mi armario. así lo he planificado. NO. La vida no es como la planificas, y eso, déjame decirte, es un puto regalo. La vida es hoy, este instante, este micromomento y tú estás escogiendo pasarlo metido en una jaula. Mientras no te dejes sorprender la vida seguirá siendo esquinas oscuras y polvo pegado.
Y es que tienes miedo.
Y aceptarás, en voz bajita, que dentro estás seguro y que afuera te pueden herir. Pero date cuenta: Todo en la vida te va a herir. En un momento u otro, sin preámbulos ni aviso. Hay que soportarlo, y hay que encontrar aquello que lo merezca. La mayoría de miedos, además, están en tu cabeza. Es la belleza —y el maleficio— de estar hecho de sentimientos.
Y es que todos tenemos nuestro armario: ese lugar en apariencia seguro donde, sin darnos cuenta, nos estamos matando. Abrir las puertas no es fácil. A Veces Necesitas que las abran por ti. A veces necesitas derribarlas a golpes. A veces necesitas construirte tu propia llave, a veces necesitas saltar por la ventana sin mirar atrás.
Porque un día (y ese día llegará), sin consultar el tiempo, saldrás del armario.
Te separarás.
Renunciarás.
Te mudarás.
Te irás.
Y te irás sólo para volver: volver a quien eres en esencia. Volver a ser esa persona contra la que nunca debiste luchar. Volverás para dejarlo todo atrás, porque sólo abandonando tus armarios —esos que creías indispensables— descubrirás la verdadera libertad.
Archivado en: ...Y todo lo de en medio
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