Dice Albert Espinosa que cuando crees que sabes Todas las respuestas, viene la vida y te cambia todas las preguntas.

Llegué a España en 2009 convencida de que escribía fenomenal. Yo cogí mis maletas y me vine dispuesta a Escribir un poquito, ganar mi premio Planeta, vivir de mis rentas y mudarme a Benidorm para terminar mis días como una gorda bronceada que escribió un libro y fue feliz como la perdiz.

Luego aprendí todo lo que hay que aprender para escribir
Y dejé de escribir.

Le pasa a mucha gente. Lees a fenómenos como Faulkner o Vargas Llosa y te consuelas pensando que tú no eres tan fenomenal, sólo un minipoquitín. Lees a one-hit-wonders como Lorrie Moore o Ann Marlowe y empiezas a preocuparte, porque mientras ellas suenan como Puccini en tus oídos tu apenas suenas un poquito como Locomía ya en sus épocas de capa caída.

Pero no te rindes. Preparas tu escritorio, te compras lápices nuevos, haces listas. Necesitas un teclado nuevo, una pantalla nueva, necesitas reorganizar el refrigerador porque con ese desorden no se puede. Te juras que cuando lo tengas todo perfecto escribirás. Te enteras entonces de que Alice Munro escribía sobre la tabla de planchar en los pocos ratos libres que tenía y te sientes una reverenda subnormal.

Y te deprimes
Y no escribes más.
Y te vuelves una ejecutiva a la que le gusta leer y a quien sus amigos piden recomendaciones de libros.
Y cuando ya estás acomodada, tranquila, estable y en paz con las decisiones que tomaste en los últimos años

Viene la puta vida y te vuelve a cambiar todas las putas preguntas.

Y he vuelto a escribir, porque no hay lugar mejor para aprender a vivir que frente a un papel y con un lápiz en la mano. Creo que, poco a poco, voy convenciéndome de que Tan Mal, tan mal, no lo hago.
Han sido un puñado de años, pero parece que hubiese sido una sola noche.