Tenemos treinta y lo tenemos todo.
Treinta y dos. Treinta y seis. Treinta y trece, da igual: lo Tenemos todo.
Tenemos la vida organizada, los pies en la Tierra y la cabeza bien amueblada (con muebles del IKEA, pero muebles al fin y al cabo). Tenemos señoras que nos limpian el piso una vez por semana, el autoestima colocado, seguro dental y la GHD. Hemos vivido entre crisis y crisis –económicas y emocionales– pero nos hemos agenciado una vida sin renuncias: un trabajo que nos paga, un destino nuevo cada Agosto, cañas en Chueca, copas en Malasaña, resaca en Chamberí. Vivimos de alquiler porque no nos atamos a la tierra (no nos atamos, y punto) y compramos mes a mes la libertad de poder marcharnos cuando nos venga en gana.
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