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Señales de preocupación

Por Andrés F. Guevara B.

Es difícil afirmar de forma tajante que Chile se dirige al populismo, toda vez que este término, al menos dentro del estudio de la teoría política, puede ser ambiguo y algunas veces no es más que un eslogan empleado para el marketing. Lo que si creemos que puede afirmarse con mayor certeza es que con el transcurrir de los días Chile deja de ser una sociedad abierta y procede a convertirse en un espacio dominado por el discurso y la praxis del intervencionismo estatal y su promesa redentora de lo que algunos estiman como justo.

De nuestro recorrido por tierras chilenas, concluimos que existen al menos tres señales que deben ser tomadas en consideración para evaluar la profundidad con la que ha calado las ansias de intervención estatal que detentan los chilenos de forma importante.

Primero, el tema de las AFP. Dejando a un lado el tema de la benzina y los Mercedes, los chilenos parecen estar decididos a volver a un Sistema de reparto estatal. No importa cuántos argumentos técnico-racionales se esgriman sobre las virtudes del sistema de AFP, la gente está empecinada en que se retroceda al sistema de otrora. Lejos está la posibilidad de mejorar lo existente (lo cual a nuestro entender sería lo razonable). Al contrario, lo que se busca es hacer tabla rasa, destruir el pasado y que impere la justicia redistributiva.

Segundo, el tema de la educación, especialmente la educación superior. Un considerable sector de la población quiere modificar el sistema de educación superior. De nuevo, no importa cuántos argumentos se esgriman para exponer por qué la estatización de la educación le traería perjuicios a los chilenos, ni por qué la escolaridad no debe confundirse con conocimiento, o por qué existen sociedades en las cuales personas altamente educadas (un Ph.D en Física por ejemplo) terminan cargando cajas cuando debieran estar organizando la primera misión espacial latinoamericana. El asunto aquí es, de nuevo, que se haga justicia. Que se le dé a todos y no a unos pocos, y quien debe canalizar esa redistribución no es otro sino el Estado.

Tercero, el punto más preocupante de todos. El desinterés del ciudadano medio por los asuntos públicos y la sensación de hastío ante lo que sucede en el país. Muchos chilenos parecen condenar al sistema por los males que padecen, pero, al mismo tiempo, no quieren participar en la política porque la consideran un asunto sucio, corrupto y para gente impura. Al alejarse, al dejar de participar, dejan que los mediocres y oportunistas tomen esos espacios, y con ello, lejos de implementar correctivos, empeoran aún más la situación, puesto que quienes detentan el poder en la medida en que se entronizan dentro de él, generan más elementos de resistencia que limitan el poder de los ciudadanos y sus facultades de decisión individual.

Se está frente a un círculo vicioso. La historia sugiere, sin embargo, que la indiferencia no es buena consejera.

Publicado originalmente en El Tributo de Chile.


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