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Los pros de vivir sola

Vivir Sola tiene muchísimas ventajas, más allá de si es vivir sin una pareja, o sin una madre, o sin hijos. Hay ventajas para todos los gustos:
  • Vivís en tu propio desorden sin que nadie te diga: juntá lo que dejaste tirado. Y a su vez, no tenés que perseguir a nadie para decirle: juntá lo que dejaste tirado.
  • Todo, pero TODO el placard: es tuyo. No hay que tirar la remera de las ballenas porque no hay lugar, ni compartir, ni correr, ni sacrificar tu propio espacio. Podés ordenar las remeras y los sweters por color, por tamaño, o por ocasión de salida. O si no tenés ganas, no ordenarlo. Total, entra todo.
  • A la hora de la comida, cocinás una milanesa, un bife, o una ensalada, o un yogurt. No tenés que consultar con nadie qué tiene ganas de comer, sólo con tu estómago, y nadie te va a decir después:”no te salió tan rico esta vez”. O: “mmm.. no tenía ganas de comer carne, comí al mediodía”.
  • Cuando terminaste, y llegó la hora de lavar, es muy simple. O va a dormir a la pileta, o lavás solo un plato, un vaso y un juego de cubiertos. Sencillo y rápido.
  • El botiquín del baño puede tener todas las pelotudeces que se te ocurran: algodón, algodoncitos para sacarse el maquillaje, quitaesmalte, esmalte, crema para contorno de ojos, para la noche, para el día, para la tarde, bases de distintas tonalidades, mil sombras, rimel, cepillos, crema para el pelo, hebillas, tus propias maquinitas de afeitar, más cremas que nadie sabe para que sirven pero están, desodorantes, toallitas, tampones, Carefree, secador, planchita, buclera, aceites, lociones, sales de baño, burbujas para el baño… creo que hasta yo me perdí.
  • No hay que compartir el dominio del control remoto. No hay fútbol: ni el campeonato local, ni Chacarita contra Mandiyú, ni el Barza contra el Real, ni la Eurocopa, ni nada de nada de nada. Sólo le hace caso a tu dedo y decide ver: series, novelas, publicidades, o ir de una punta a la otra sin ver nada, varias veces, ida y vuelta, hasta que te convecés que no hay nada, y te vas a dormir.
  • Podés llegar de la oficina y tirarte en el sillón apenas dejás la cartera. Y no hacer nada de nada, ni tener que hablar con nadie, ni responder, ni preguntar.
  • Las cosas van donde más te gustan y no tenés que consensuar con nadie el color de las sábanas, ni de las cortinas, ni los muebles que van, y sobretodo, aquellos que no van.
  • Escuchás la música que querés, todo el tiempo que querés, y la repetís cuantas veces querés, hasta tu propio hartazgo (o el de los vecinos, que igual no tienen ni voz ni voto)
  • Entrás y salís cuando te viene en gana. A horas insólitas o no tanto. Y también entra y sale quien te viene en gana, a las horas insólitas. O no tanto.
  • Podés respetar tus silencios. Y si tenés ganas de hablar, sólo hace falta levantar el teléfono.
  • No hay posibilidad de que vengan amigos de tu novio, de tu vieja, de tus hermanos que no soportás. Por lo tanto, generalmente la gente que viene a tu casa, es más que bienvenida. Porque si no, siempre está la opción de no atender el teléfono o el portero, o simplemente decir: estoy con gente, o no voy a estar.
  • Podés andar por la casa desnuda después de bañarte. O antes, o siempre.
Toda esta panacea es maravillosa. Es un pequeño mundo construido a la medida, imagen y semejanza de su dueño. Pero claro… no todo lo que reluce es oro, ¿no? Y aunque parezca que se tiene todo, también falta tanto….
Pero eso se los cuento mañana, porque ahora voy a disfrutar de la cama de dos plazas toda para mi, para dormir en el medio, o en el costado, o a los pies, o donde caiga. De eso me había olvidado.


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