He dejado pasar unos días para no tener que hablar en caliente del Festival de Eurovisión 2024, un festival que nunca me ha gustado desde que lo conocí.

Corría el año 1968, cumplía con el Servicio Militar, ya saben, La Mili. Ya en aquel tiempo, hoy lejano, yo seguía la música de un joven de mi edad, que cantaba en dos idiomas españoles, el Catalán y el Castellano. Aclaro este punto para decir que Serrat, como otros cantautores, no canta en español y catalán, lo hace en Castellano y Catalán, y siempre en Español. Lo dejo aclarado, aunque sé que hay quien así no lo entiende, pero otros sí.
En aquella época, Serrat, debía cantar él La, la, la, en Catalán. El régimen del momento, dictadura fascista y genocida del Caudillo, que su nombre no me gusta ni nombrarlo, prohibió al cantautor hacerlo en catalán, el cual no quiso cantar en Castellano. Canto Masiel y ganó.
Desde ese momento, deje de ver Eurovisión, no era santo de mi devoción, aunque entienda, aquello nada tenía que ver con la organización del festival, sino a la falta de democracia que durante tantos años mino la libertad de mi país.
Ya en 2024, pensé, no estará de más me, asome a la ventana cerrada de la TV dispuesto a ver. Y lo que vi, no me gustó. No es mi tiempo, mi tiempo ya pasó.
Pero no es eso lo que me ha determinado de nuevo, no volver a sentarme ante la ventana, sino la vergüenza, el sonrojo que me recorrió el cuerpo al ver unos artistas actuar mientras su país, a la misma hora tiraba bombas a una población civil, que nada tiene que ver con el terrorismo y mataba a criaturas recién nacidas.
En la raza humana, no todos somos iguales, hace 56 años un joven se pudo jugar su porvenir profesional por defender sus principios y su dignidad, porque no lo dejaban cantar en su idioma. Dignidad, la que no tienen los actores que salieron al escenario, soportando los abucheos del público, y en vez, de micrófono en mano, pedir disculpas por lo que pasa en su país, y defendiendo su dignidad, retirarse sin actuar.