La acción humana es el fruto de la experiencia y, desde su origen, es lo que nos ha llevado a la actualidad. Poco a poco, se ha ido acumulando práctica, costumbre, maestría y veteranía -no olvidemos que está última es un grado- y, junto a muchos intentos, tenemos lo que tenemos, que a lo mejor es nada.

Sí, ya sé que tenemos muchas cosas, si nos comparamos con los hombres y mujeres de las cavernas. Aunque pienso, la ciencia no puede demostrar si humanamente aquella gente, cuál son nuestros predecesores, fueron menos o más solidarios que nosotros.

Porque, no nos engañemos nosotros -los pueblos de la Tierra- de solidarios en general y por mayoría absoluta, de Solidaridad, más bien, nada de nada. La gran Europa hay quien cree se está construyendo con fraternidad y adhesión al resto del mundo. Es evidente que cada hormiga pensará diferente y tendrá su juicio, pero la realidad, si nos paramos por un momento para razonar, nos daremos cuenta de que, cada cual de nosotros arrimamos el ascua a nuestra sardina.

En el principio de los tiempos del conocimiento de los grandes filósofos griegos, de donde nos viene la democracia, en la mentalidad de los sabios pensadores de la época ya radicaba la preocupación y el respeto a la Naturaleza, como fuente de solidaridad entre los pueblos. Lo dice la historia.

Hoy, pasados tres mil años o más, nos vanagloriamos de democracia, aún queda por ver si nos la hemos dado, cuando a lo mejor nos la estamos quitando. Los países dominadores del planeta, ellos mismos se autocalifican como grandes defensores de la solidaridad y la defensa del planeta.

La realidad es que estamos viendo como se deteriora y despedaza la naturaleza y, a la solidaridad, ni está, ni se le espera.