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La Leyenda del Chico largo

Por la Barcelona del siglo XVII y XVIII, corrían muchas leyendas, en especial por el barrio del rabal, una de tantas que han llegado a mi conocimiento es esta del Chico largo.

En una de las calles del Rabal de la ciudad, había una tienda que comerciaba con platos, ollas, sartenes y chatarrería de cocina. Era regentada por una Madre de aspecto pobre y su hijo, el cual era cuidado con muchos mimos.

Siendo pequeño el niño, en el mercado un buen día, como juego robo de una parada de huevos, un huevo. El Chico todo contento se lo llevó a su madre.

Esta, más contenta que el chico, lo colmo de parabienes y besos, sin preocuparse por un momento de preguntarle de donde había cogido el semejante huevo. Por aquel tiempo, algo que tenía un valor, cual no todas las personas podían disponer para comprarlo.

Otro día, de una tienda del barrio, robo el sueldo de un dependiente que trabajaba en ella. El chico de nuevo todo contento acudió a buscar los brazos de la madre para entregarle el dinero hurtado. Y la madre de nuevo toda contenta lo colmo de felicitaciones y besos, sin preguntarle como lo había obtenido.

El chico poco a poco fue creciendo, y se convirtió en un ladrón profesional sin que la madre se diera cuenta. Al parecer continuaba ignorante del hacer del chico.

Tan absorto estaba, cuando ya era muchacho, que se le pasó por la cabeza robar un buey. Claro, el botín era más difícil de esconder, por lo que fue localizado por la guardia de aquel tiempo.

Llevado ante la justicia, fue condenado a la horca, sin más contemplación.

Cuando lo llevaban atado por la calle para la ejecución, se encontró, frente a frente, con la madre. Pidió una prerrogativa para darle un beso, la que le fue concedida.

El reo se acercó a su madre, y dándole un beso en la mejilla, al mismo tiempo le dio un mordico tal en la oreja que se la arranco.

El cabo de la guardia, encarándose al detenido, le pregunto porque había hecho tal acto, si su madre no tenía ninguna culpa de sus delitos. Este le contesto,

-Si cuando le lleve el huevo y después el sueldo, en vez de abrazarme y besarme, me hubiera impuesto un castigo, ahora no me vería, en morir con tal deshonor.

Hay un dicho en catalán, el cual traduzco al castellano, que dice, “Del huevo al sueldo,

del sueldo al buey,

del buey a la horca.”

Más de un político se podría haber librado de la deshonra, si hubiera sido bien educado por los padres.



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