Los Juegos Olímpicos de Invierno de PyeongChang 2018, han logrado lo que parecía imposible, que las dos Coreas desfilaran juntas, bajo una sola bandera.

En medio del hielo, los Juegos invernales se abrazaron. Es de esperar, mejor pensar, sería deseable que el abrazo del deporte sirviera para que el hielo de las políticas se deshiciera, poco a poco, para que un día, no muy lejano, se construyera el puente y que los dos pueblos hermanos pudiera caminar de la mano.

Que más dará que PyeongChang, sede de los juegos, sea un condado surcoreano, si corea es un solo pueblo, separado por las influencias de las políticas derivadas de la Gran Guerra Mundial, o si el líder del Sur, Moon Jae-in, se acerque al Norte, o si es el del Norte, Kim Jong-un, quien se arrima a su homólogo del Sur, no debería ser revelante.

La pesadilla del pueblo coreano es derivada por pueblos extranjeros. Primero por Japón y después por sus “liberadores” la URSS y EE UU, que decidieron en su día trazar una línea por donde transcurre el paralelo 38º, sin más.

Cuanto daño han hecho esas dos potencias, soviéticos y yanquis, a la humanidad. Soy de los que piensan que aún lo siguen haciendo.

Que fácil les fue sentarse en una mesa, con buenos manjares y bebidas, y que unos expertos geográficos de ambos cuerpos militares trazaran una línea sobre un mapa, seguramente roído por las ratas. Esto es el norte, para mi debió decir uno de ellos, y el otro, el sur para mi.

Europa, deshecha, poco o mejor nada debió poder decir.

Todavía hoy ambas potencias asumen ser las salvadoras de la humanidad, cada una por su parte.

Esperemos que quienes asesoran a ambos líderes coreanos, sean lo suficiente inteligentes y valientes, para aprovechando la ocasión, aconsejen a sus líderes del interés ciudadano de ser un solo pueblo. Y que los otros los dejen.