"Un Aromo, sólo quiero un aromo para subirme a él", decía el abuelo Juan, un anciano moribundo. El abuelo, cuando niño, acostumbraba a subirse a un aromo florido y entre las ramas soñaba que era un capitán invencible en su nave de oro. Así recorría el mundo arrebatándole personas a la muerte. Bajaba del aromo sólo cuando su madre lo llamaba al anochecer. Tanto insistió el viejecito que