Pose mi mano en tu cuello dorado como un crepusculo de siglos, cai en un enrojecido otono hacia tus cabellos y tu me observaste eternamente iluminando una sonrisa. Todo converge al segundo en que tus labios rozan mi alma, una vida esperando alinear estrellas y ordenando designios oscuros, y ahora la luz que me ciega, ahora este nudo enredado en mi garganta por no sentir tu perfil delgado.
He dejado todo en el camino, solo tu imagen conservo cimbrando entre mis sienes, como desquiciadas luciernagas pululan entre mis campos en flor. Me derramo en todas direcciones llevado por tu nombre, ya no me pertenezco.
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