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Fidel, el burrito de Mamá



Por Néstor Rubén Taype

Mi Madre me dijo - ¡salta hijo, rápido, ya! Yo estaba confundido ¿porqué tenía que saltar? Pero me di cuenta que el burrito comenzaba a moverse mucho y comenzó a galopar. Allí me aventé como pude y caí pesadamente en la arena, pero, sin hacerme daño.

Villa era un arenal en la que todo escaseaba, un lugar virgen que recién sus residentes tendrían que abrirse paso, hacer patria, labrarse un futuro por el bien de sus familias. Salimos un buen día a explorar y conocer de cerca el famoso cerro La Estrella, que se levantaba imponente ella al fondo de Villa. 

En ese arenal mi madre me enseñó que en esos bordes, que en realidad eran dunas, estaban llenos de conchitas de mar y como mi madre era muy religiosa de un grupo protestante, me decía que era una prueba que el diluvio había existido. 

Los recuerdos que tenemos de vivir en Villa en los primeros meses es el de mi madre luchando con esa naturaleza que nos había entregado la vida, no una selva salvaje sino un arenal que se tragaba todo lo que podía y que se mimetizaba contigo, que ingresaba sin permiso a tu ropa, entonces encontrabas arena en tus cabellos, en tu cama, tus comidas, en los ojos, en tus labios; como para hacerte recordar donde estabas, quien era tu mejor amiga, esa arena que alguna vez tenias que vencer. 

Mamá tendría unos cuarenticinco años y estaba aún bastante fuerte, era una mujer luchadora y al parecer había tenido algunos problemas con mi padre, porque por un tiempo estuvimos solo ella yo y mi hermana en ese arenal inmenso y nuestras esteras. Mi madre tenia que generar dinero que al parecer ya no había y se las ingenió para conseguirlo. Le avisaron unas vecinas que en la Calichera iba a venir un señor a vender burros.

 Así que sin pensarlo dos veces mamá, quizás prestándose dinero pudo adquirir uno, un burrito joven de buena presencia, altivo y no panzón ni esa pinta del burro clásico. 

El dichoso burrito comenzó a trabajar en las labores que mi madre escogía. Ibamos entonces a la Calichera y mas abajo, casi en la tercera zona a coger pasto, grama o gramalote, que eran los nombres que se le daban a esos pastos que servirían para venderlos a las familias que criaban sus cuyes, conejos y corderillos. 

Mi madre los amarraba en mantos que llevaba para envolver este pasto y luego los acomodaba en el lomo del burrito. Ya bien ensillado yo iba montado encima y subíamos la cuesta de Villa para la venta de este producto, que seria los primeros ingresos económicos para nuestra familia. Así mi madre tuvo algunas ganancias que le permitieron empezar a construir nuestra casa de material noble.

Transcurrido cierto tiempo llegó mi padre y bautizo al burrito con el nombre de Fidel. Mi padre izquierdista era admirador del guerrillero Fidel Castro, quien recientemente había logrado ganar con su revolución un gobierno comunista en Cuba. 

Nosotros jugábamos fulbito con los amigos de mi edad, vecinos nuestros. Descalzos y acostumbrados a la arena nuestra vida diaria transcurría sin usar nunca calzado. 

Llevábamos nuestros zapatos en una bolsa cuando íbamos al colegio y ya estando cerca nos poníamos las tabas sin medias. 

Transición lo hice en la escuela La Estrella en los bajos de Villa, cuya Directora era Rosa Mercedes Alva y profesoras como la Señora Noema y la señorita Diana Solís, y el resto de la primaria en el Colegio Nacional 828 que quedaba en Buenos Aires de Villa. La Calichera era un lugar hermoso, con un bello paisaje, así lo recuerdo.

Había temporadas en que se llenaba de agua y brotaba un verdor increíble. Bajábamos corriendo y nos dábamos con el abismo de arena y se veía a la Calichera en todo su esplendor. Como abajo también había arena, nosotros nos aventábamos sin miedo y caíamos casi con una altura de dos pisos enterrándonos en ese colchón de arena y después a trepar para el regreso. La serie de moda en ese entonces era Combate, con el actor Vic Morrow como la estrella. Salimos como unos ochos chiquillos a jugar, caminábamos hasta el cerro La Estrella, que estaba totalmente despoblado, allí no había ninguna choza. 

Bajábamos al otro lado y había un enorme espacio, una hondonada y allí estaban las trincheras de la guerra con Chile. 

El mayor de nosotros, Rafael, decía que su viejo había sido soldado del ejercito y le había contado que allí los chilenos nos sacaron la mierda, nos ganaron, nos aplastaron. Todos los mirábamos y escuchábamos callados, no sabíamos nada de esa historia, estábamos entre los seis y ocho años de edad.

Nos repartíamos mitad, mitad y nos escondíamos para la guerrita. Sin embargo no nos metíamos en las trincheras por miedo y que estaban llenas de huesos, balas, mochilas y botas con la suela abierta, como gritando de dolor, de soledad en ese desierto al que nadie había ido a darles cristiana sepultura. Jugábamos un poco lejos de esas trincheras. 

Y comenzaba la fiesta - ya uno, dos , tres a esconderse y aguaitábamos sacando nuestras cabecitas y disparando con nuestros palos de escoba que hacia de metralleta - traaatatatatatatatata , pum, pum, pum - ya oe ya te dí - no, solo estoy herido - nada ya te dí, no sea picón pe. - Cuidado una granada, salta, salta, putamare nos van a emboscar. Si, era una maravilla jugar con la imaginación de un niño, y lo mejor era ese disfrute de creer en nuestra fantasía.

El burrito Fidel contribuyó mucho a nuestra economía, pero, también tenia sus dificultades. Los terrenos de Villa era o son de mil metros cuadrados, bastante grande y en nuestra entrada mi padre hizo un reservorio para recibir el agua. 

De allí partía un tubo hasta los bajos del terreno donde estaba ubicado la casa. Con esta modernidad entre comillas, abrimos un caño y teníamos agua para el servicio diario. A un costado estaba el lugar que se ambientó para Fidel, a veces atado a un poste, u otras veces suelto. El burrito era travieso pero también algo peligroso. 

Cuando le daba su gana se sentaba en sus cuatro patas y se negaba a llevar la carga, lo jalábamos y nada, entonces allí mi madre entraba en el show y lo gritaba y resondraba, mientras que Fidelio ni se inmutaba. 

Después solo obedecía cuando mi madre sacaba el chicote y le caía algunos, que mas le dolía a mi madre que a él. Iba montado en el lomo de Fidel con todas las cosas que mi madre llevaba para vender: pasto, un par de latas  de agua y otros comestibles comprados en el mercado.

 

De pronto Fidel vio a un burro que se cruzó en nuestro camino, resulta que el bendito burro no era un burro sino una burrita seguramente soltera y agraciada que jalada por su dueña le brindó una mirada coqueta a nuestro simpático burro. 

Mi madre dándose cuenta de la situación me gritó que saltara. Algo confundido y al sentir que el burrito se ponía chúcaro y dando algunas patadas con sus patas trasera, salté, mientras que Fidel dando saltos y corría detrás de la burrita. 

Volaron las latas, el pasto y otros paquetes. La burra también pudo correr algunos metros, pero fue alcanzada y Fidel finalmente hizo de las suyas. Estas escenas se repitieron con cierta frecuencia, causando dificultades a la vecindad y los reclamos consiguientes. 

Para evitar estas actitudes de nuestro burrito le recomendaron a mi madre que lo “capen” término usado a. menudo y para esta operación había un señor apodado “El Viejo” que era el experto en estos menesteres, labor que desempeñaba cabalmente para mantener su adicción al alcohol. Lamentablemente Fidel se volvió algo peligroso también cuando alguna vez mordió la espalda de uno de mis hermanos, en un descuido cuando le estaba dejando agua. Otras veces lo hizo con algunos vecinos y las cosas se complicaron. 

Mi madre con mucha pena decidió venderlo y recibió  ofertas de la gente del barrio, pero, para evitar posteriores reclamos ella decidió venderlo a un comerciante que cada año llegaba y traía estos animales para comprar o venderlos. 

Finalmente llegó el día y Fidel se integró a fila de burros y mulas del referido comerciante. Su partida fue todo un drama ya que Fidelito no quería caminar ni marchar al paso de la manada. Se detenía y volteaba repetidas veces, mientras que mi madre lloraba, despidiéndose. El comerciante nos pidió que entráramos a la casa y que ya no saliéramos. 

Después de algunos minutos, calculando por donde estaría, salimos a ver a la fila de burros que ya estaban llegando al borde para pasar a la segunda zona y por allí confundido en la manada se iba para siempre Fidel, quizás no entendiendo porque su patrona lo había dejado.

Mi madre muy cristiana oraba en las noches por él y pedía a Dios que le tocara una buena familia que lo alimentara bien como ella lo hizo y que cuando parta de ese mundo lo haga de forma decente. 

No olvido Villa, lugar donde mis padres crearon con ingenio la comodidad que no había y que a pesar de la escasez, no nos faltara lo poco que necesitábamos. Fueron cinco años inolvidables en la que la familia convivió con perros, palomas, gallinas, gallos de pelea, patos, pavos y el burrito Fidel. Hoy me viene a la memoria la canción de Chacalón, vocalista del Grupo Celeste en uno de los versos del tema: Viento, “En aquel entonces tan solo era un niño y en esa pobreza que felíz yo era…….” 






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