Nunca me gustaron las Inauguraciones. Siempre son a destiempo. O llegan pronto lo que las hace precipitadas, anhelantes, codiciosas. O tarde, es decir, innecesarias.
Hubo un tiempo en que, al menos, eran más elegantes, jacobinas. Sin Tanto boato, tanto apelativo, tanta celebridad designada y proclamada.
Algo pasó en el siglo XXI.
Aquella antigua elegancia tornó en furor inaugural. Hoy hay que inaugurarlo todo. Lo Hecho, lo casi hecho y lo por hacer. Lo bueno y lo malo. Lo útil e inútil. Lo real e imaginario. Además, el nombre no podía faltar; como taggers, igual que perros meando en cada esquina.
Como se avecinan tiempos pródigos en inauguraciones; no yo, -pobre mona-, sino el Joker expuesto en Diputación os sugiere:
NO INAUGURÉIS
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