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De cómo localicé al individuo que se encontró mi móvil perdido (y diga lo que diga nunca tuvo la intención de devolverlo)

* Este relato no está basado en un hecho real, ES un hecho real. Las imágenes están cartoonizadas con el objeto de no poner ningún rasgo identificable de nada ni de nadie. Igualmente hago con las localizaciones y nombres propios.

** Creo que detrás de todo esto hay algún tipo de Guionista Supremo experto en tragicomedias. De vez en cuando hago alusión a ello a lo largo de estas líneas.

~o~

Los trenes de alta velocidad tienen la excelencia de llevarte de un sitio a otro tan rápido que a veces ni te das cuenta. Nada que ver con las carracas de hace veinte años con tufazo a nicotina desde las que casi podías saltar en marcha o leerte El Lobo Estepario entero. Ahora te plantas en la ciudad vecina en poco más de media hora y como mucho a lo mejor te da para contestar unos cuantos Whatsapps, mantener una conversación corta con otro viajero, divagar mentalmente por un par de recuerdos o leerte cuatro o cinco páginas del libro que estés devorando esos días. Es pensarlo y ¡chan! ya has llegado, visto y no visto. En viajes de este tipo ya sabemos con qué aparatito nos entretenemos principalmente: nuestro querido móvil. Consultar el correo, contestar mensajes, mirar titulares de noticias, borrar fotos antiguas... actividades cortas que no implican mucha dedicación y que son perfectas para rellenar tiempos muertos. Lo mismo que todo el mundo hace en las colas o salas de espera. Que levante el dedo a quien no le haya pillado alguna vez el sonido del xilofón que anuncia la llegada en mitad de un chat irresistiblemente festivo, pero por apurar al máximo los chascarrillos al final te bajas el último. Si vas ligero, ningún problema, pero si vas con muchos bultos al final se traduce en prisas, inventario alocado de pertenencias, maletas y bolsas cogidas de cualquier forma, molestias al resto de viajeros y aumentando en un cerito la factura de nuestro cardiólogo.

Bueno, pues justo ahí estamos. Con el tren ya parado y la mitad de mis cosas repartidas por varios sitios, sin dar abasto y a segundos de que el tren se ponga en marcha de nuevo hacia la siguiente ciudad.

Hace treinta segundos estaba jugando tan feliz al tres en raya y ahora voy con la lengua fuera, pero no suelto el móvil. Ni loco. Ya me apaño como sea, pero el móvil no lo suelto. La maldita manía de tenerlo siempre agarrado por mi miedo insuperable a perderlo.

"Mierda, necesito las dos manos para bajar el maletón". Dejo entonces el móvil en la redecilla del asiento delantero. Va a ser un segundo. ¿Y por qué no me lo meto en el bolsillo? Sencillo: estoy sosteniendo una maleta XXL con el codo medio como puedo, tengo la redecilla más a tiro que el bolsillo y mentalmente no me separo del móvil. Aunque lo pongo en la redecilla, va a volver a mi mano en cero coma dos, en cuanto baje esta maleta que pesa un quintal...

~o~

Estoy en el salón de mi casa. Hace rato que he llegado y antes de deshacer maleta y poner todo en su sitio he decidido reposar unos minutos en el sillón mirando al techo. Luego, un par de estiramientos, tres bostezos y a seguir con la vida. Antes, eso sí, avisar que he llegado bien.

Me palpo el bolsillo y no hay móvil. Una náusea vertiginosa me recorre de arriba a abajo. Creo que nada puede igualar esa sensación de terror. Miro a fondo en la maleta, las bolsas, la chaqueta, me autollamo desde otro teléfono (no sólo no lo oigo sonar, sino que sale apagado)... Nada. No tengo el móvil. Entonces viene a mí de forma cristalina la imagen del teléfono en la redecilla. Me resisto a creerlo pero está claro: ME LO HE DEJADO EN EL PUTO TREN. ¿Cómo ha podido pasarme esto a mí? ¿En qué maldito momento de mi vida he pensado que no pasaría nada por dejarlo un momento en la redecilla? ¿Por qué no me lo he metido en el bolsillo como hago siempre? ¿Por qué no he empezado a prepararme antes? ¿Por qué? ¿POR QUÉ?

Bueno, guionista, ya hemos empezado ¿no? Ya veo que esto va de quemarme los puentes tras mis pasos. ¿Que me sea leve? Hay que joderse.

Toda mi maquinaria paranoica se pone en marcha de golpe. Puedo imaginar perfectamente la indefensión del teléfono. Es más, puedo sentirlo. Como por arte de magia me convierto en testigo invisible de un vagón entero lleno de quinquis purulentos manoseando mi móvil, hurgando en mis fotos y respondiendo correos en mi nombre. NO LO SOPORTO. ME SUPERA. ME MATA.

Miro horarios y según el tiempo transcurrido el tren ya debe haber llegado a la siguiente ciudad. Llamo corriendo a Objetos Perdidos y efectivamente el tren está parado en la vía y aún no ha salido de vuelta (lo están limpiando, preparando etc.). Me dicen que a ellos no les han traído ningún móvil. Les pido que por favor miren en el asiento. No suelen hacer tal cosa pero les insisto y finalmente acceden a echar un vistazo. No encuentran nada. Ahora sí que el abatimiento es total. La rabia también. Está claro que alguien lo ha cogido. Entro en tal estado de locura transitoria que empiezo a sospechar hasta del personal de limpieza, del revisor y hasta del que me ha cogido el teléfono. Se me pasa y ya lo veo claro: alguien se ha subido en la estación en la que me bajé, se ha sentado en el mismo asiento y se ha encontrado mi hermoso teléfono, y no lo ha devuelto. ESE ALGUIEN ESTÁ RECIBIENDO EN LA PARTE MÁS PANORÁMICA DE MI MENTE TAL PALIZA COMO PARA DEJARLE CANTANDO SAETAS UNA SEMANA. En serio, me niego a que no rueden cabezas por esto. Empiezo a asumir que la posibilidad de al menos localizarlo en ese día es remota, puesto que ya puede estar en cualquier parte.

Llamo enseguida la operadora e inmediatamente restringen las llamadas a mi número. Al menos no podrán contestar las entrantes. Caigo un segundo más tarde: "tengo que cambiar las claves de Google", cosa que hago al instante, no sin encontrarme antes en mi buzón un regalo de los dioses...

Eh, guionista, no está mal, nada mal. Me gusta que me trates bien. Sigue así ¿eh?

Google me ha enviado una foto de la cara de la persona que ha intentado desbloquear mi móvil gracias a la aplicación de seguridad que tengo instalada.

Tengo su cara. Le estoy viendo toda la jeta al tío que se ha quedado mi móvil. LE ODIO. ODIO SU CARA.

Lanzo un borrado remoto que probablemente me dejará sin contenidos en el móvil en el caso de que llegara a recuperarlo, pero prefiero eso a que el tío de la foto logre desbloquear el acceso y se ponga a husmear en mi vida y la de los míos, además de leer correos y a saber qué más. Nada, borrarlo es obligatorio. Ya repondré los contactos como pueda. Además, como todas las fotos se suben automáticamente a la nube sólo tengo que sincronizar dispositivos y ya está, de nuevo conmigo.

Eso si recupero el teléfono, claro.

De repente, recuerdo que los sistemas Android son rastreables en internet mediante las aplicaciones que ofrece Google. Abro corriendo Google Maps, selecciono mi dispositivo y ahí está el recorrido que ha hecho mi teléfono en el día de hoy: la traza empieza por la mañana en la ciudad de salida, llega hasta la ciudad en la que estoy ahora, y sigue hasta la ciudad donde el tren tiene el final de recorrido. Y ahí es donde, si el mundo fuera un paraíso de bondad, el trazo debería parar.

Pero por supuesto que no lo hace, claro que no.

El trazo sigue hasta una ciudad cercana más pequeña, tuerce varias esquinas y se para en una dirección concreta. A partir de ahí ya no hay más datos de rastreo. Pero tengo una dirección con calle, número y código postal. Por ahí anda mi móvil.

Examino de nuevo la foto donde aparece la cara del tipo y deduzco que está en un transporte interurbano tipo autobús o tren de cercanías, pero no en el tren donde se encontró el teléfono. Empiezo a atar cabos: dicha persona se encuentra el móvil en mi asiento y se lo guarda. No trata de examinarlo en el mismo tren a pesar de tener por delante más de una hora de viaje. Es más, lo apaga. Piensa cotillearlo más tarde, cuando se sienta seguro. Quizás imagina que el propietario del teléfono puede llamar o aún anda buscándolo por el tren.

Y, mientras hilvano unas conjeturas con otras, aparece entonces otro regalo de los dioses, el segundo del día...

El tío ha hecho una foto desde dentro de la casa donde está alojado ¡Y AUTOMÁTICAMENTE SE HA SUBIDO A LA NUBE! ¡Y ÉL NO LO SABE! ¡ESTOY VIENDO LO QUE ÉL VE!

Guionista, estas son las cosas que me gustan, claro que sí. Sigue escribiendo así, genio.

Aparentemente está tirado en la cama y ha hecho una foto de sus pies, lleva calcetines blancos. Enfrente hay una puerta, quizás demasiado cerca del borde de la cama. Se ve una máquina de aire acondicionado arriba, otra puerta más al fondo y a la derecha parte de una tv que parece colgada de la pared. Da la sensación de ser una habitación pequeña, como la de una hotel u hostal. No sé. De momento no le doy mayor importancia puesto que ya tengo la mente puesta en redactar una denuncia para la policía con todos los datos de que dispongo.

Me lleva un rato, pero finalmente tengo un documento perfectamente escrito con mapas, recorridos, fotos y la historia contada con pelos y señales. La pena es que me falta el IMEI del teléfono, y ya intuyo que sin ese dato al documento le falta casi lo más importante para que la policía pueda investigar.

De paso busco en internet qué dice la ley para quien se queda un móvil perdido. Aunque ya sabía que la "ley del mar" no vale en estos casos, quiero saber detalles concretos. Qué alegría cuando leo que algo así puede tener consecuencias penales. Fantaseo un rato con ver entrullado al tío de la foto, hasta que leo que eso sólo pasa si lo apropiado supera los 400€, y aún así con penas ridículas (de hecho, nadie va al trullo por eso, tan sólo te crearía antecedentes penales). No es el caso de mi móvil, que a pesar de funcionar que da gusto no llegó a costar tanto, así que a falta de encontrar más información para un caso parecido al mío, y ya con la prisa de ir ya a comisaría, dejo de empaparme del tema legal. Más tarde descubriría que los amigos de los olvidos ajenos lo tienen difícil con el último cambio de leyes.

El policía se muestra muy amable y me confirma un par de cosas: sin el IMEI no hay nada que hacer, por lo que el objetivo principal pasa a ser localizar este dato como sea (buscando en el embalaje del teléfono, solicitándoselo a la operadora, etc.). Lo segundo es que efectivamente sí es delito, se llama Apropiación Indebida y sí tiene consecuencias penales con penas de cárcel que pueden ir hasta los seis meses en casos de teléfonos de alta gama. Ojo, hablo de quedarte con un móvil que te has encontrado, no robarlo, que eso es ya otro cantar y de los gordos. Nada que ver con lo que ha pasado aquí.

El policía me aconseja priorizar la búsqueda del IMEI y poner la denuncia el lunes, puesto que la hora que es —sábado por la noche ya— y que el domingo no va a haber ningún juez que autorice ir a buscar el teléfono a casa de nadie, poco se puede hacer ya.

Por alguna razón, tras hablar con el policía y sin haberme movido prácticamente ni un milímetro de la posibilidad inicial de recuperar el móvil —averiguar el IMEI después de haber tirado la caja a la basura y sin el móvil ya veo que va a ser harto complicado—, mi moral en todo este asunto sale extrañamente reforzada. Me siento ingenuamente vencedor. Eso no cambia las cosas un ápice, salvo que quizás te da más tranquilidad para pensar.

¿Y qué hace la gente cuando ya se siente más tranquila y tiene algo de tiempo por delante sin mucho que hacer?

Pues sale a darse un paseo.

Y eso es precisamente lo que hago: salgo a dar un paseo. Pero no por mi barrio, sino por la calle donde se le pierde el rastro al móvil.

¿Pero cómo voy a hacer tal cosa si estoy a varios cientos de kilómetros de allí?

Es que es un paseo virtual. Una vez más tiro de la magia de Google y su fantástico Street View y me pongo a recorrer la calle mirando de un lado para otro. Todo son bloques. No hay casas. El número que tengo es de un portal, pero jamás podré averiguar piso y puerta, claro está. Empiezo a pensar que ir a echar tal vistazo por las calles se ha quedado en un buen y romántico intento y nada más, pero hete aquí que me doy la vuelta y tras un árbol aparece un edificio que no esperaba.

Es un hotel. Parece el único de toda la calle.

Me viene instantáneamente a la cabeza aquel pensamiento sobre la posibilidad de que la foto subida a la nube pudiera haberse hecho desde dentro de la habitación de un hotel.

Examino de nuevo la foto: ahora sí que me parece más que nunca la habitación de un hotel.

Bingo.

Eh, guionista, vaya giro en la historia que te has marcado, ¿eh? ¿Lo pasamos a plató ya? ¡Equipo de rodaje preparado! Sonido, ¡¡efecto dramático de violín ya!! Cámara ocho, ¡¡ese primerísimo plano!! Cámara auxiliar, plano detalle del arqueo de cejas ¡¡¡ahora!!!

Me activo cual resorte y busco la página web de ese hotel. Sale en varios sitios de agencias de viajes y reservas, sin muchos más datos que la foto de fachada y formulario de reserva, pero doy con un sitio en el que además hay galería de fotos de las habitaciones. Eso es justo lo que estoy buscando. Inspecciono una por una y vuelvo a examinar la foto de la nube. El tipo de puerta parece coincidir, pero el color no sé... También hay una tv fijada a la pared y..., espera..., el aire acondicionado... ¡es el mismo! No hay duda, el aparato coincide al cien por cien: marca, forma y tamaño. Reviso más a fondo la puerta. También coincide totalmente salvo el color. En la foto de la galería es como caoba claro y en la foto de la nube es casi blanca. Dos cosas: puede que en esa habitación haya puertas de otro color y sobre todo que el flash de la foto las haya clareado. No lo pienso más. Decido que la foto se ha hecho desde una habitación perteneciente a ese hotel. El indeseable que se ha quedado mi móvil ESTÁ AHÍ DENTRO.

Acto seguido busco a fondo hasta dar con el teléfono del hotel y llamo casi sin pensarlo. Me atienden desde recepción a pesar que ya es de madrugada. En principio, tras explicarle brevemente la situación, el recepcionista se desentiende un poco del asunto, pero en ese momento llega un responsable al que le pasan el teléfono y al cual le explico todo al detalle.

—Buenas, creo que hay alguien alojado en su hotel que se ha quedado con una propiedad ajena, en concreto un smartphone. Estoy a punto de poner la denuncia pero he pensado que quizá si usted le avisa podemos ahorrarnos que la policía se presente en el hotel a buscarlo.

Realmente no sabía si eso podría llegar a pasar, que la policía fuera a buscarlo al hotel en ese momento, pero lo digo igualmente para meter presión inicial. Le explico exactamente cómo he dado con la persona. Detecta rápidamente que no tengo otra intención más que recuperar mi teléfono pacíficamente y me da su número personal para que le envíe las capturas que tengo. Tras ver la foto lo reconoce al instante y se muestra totalmente colaborador. Su ayuda terminará siendo decisiva.

—Sí, está aquí. Quiero decir que está alojado aquí pero en este momento no está, ha salido. Es un cliente habitual al que le gusta venir a esta ciudad de vez en cuando y quedarse en este hotel. Suele pasar toda la noche fuera y frecuenta sitios de ambiente.

De repente tengo casi más datos de esa persona de los que hubiera imaginado conseguir. Para rematar me dice su nombre completo y ciudad de residencia.

—Muchas gracias por la ayuda. ¿Podría hablar con él por teléfono?
—No, no puede.
—Me refiero cuando vuelva, por si le puede dejar una nota y mi contacto. Me gustaría hablar con él.
—No va a poder. Es sordomudo.

Hace una hora no sabía absolutamente nada de esta persona. Ahora sé tanto que casi me molesta. Veo claramente que el responsable del hotel quiere ayudar y evitar que presente la denuncia contra su huésped, no porque lo perjudique a él directamente o quiera protegerlo, sino porque se le ve conciliador y dado que conoce al sujeto, cree que podrá hablar con él en cuanto vuelva y arreglar las cosas.

Me quedo sorprendido por el hecho de que sea sordomudo. Me refiero a que una vez ya lo he localizado gracias al azar más caprichoso, el que pudiera hablar directamente con él por teléfono se suponía pan comido. ¿Qué podría ponérseme en contra llegado a este punto? Mmm... ah sí, espera, ¿que no pueda hablar? ¡¡JODER!!

Oye, guionista, ¿¿sordomudo?? Ahí te has pasado un poco ¿no? ¿Era necesario retorcer tanto la historia? Bueno, tú sabrás.

Pues nada, no me queda otra que confiar en que el responsable del hotel pueda hablar con él y luego me cuente. Pero eso será al día siguiente. Me voy a la cama pensando en lo extraña que es la vida.

~o~

Domingo por la mañana. En cuanto despierto mi primer pensamiento es el obvio: "mi móvil... ah sí, lo perdí". Enseguida me preparo para atender la llamada desde el hotel, la cual puede llegar en cualquier momento con la solución a todo esto.

Espero y espero.

Se va acabando el día y no hay llamada. Pienso que no tiene sentido que el responsable del hotel se haga ahora el loco con esto después de todas las ganas de ayudar que demostró ayer y los datos que proporcionó, así que espero hasta que se hace evidente que no habrá tal llamada. La decepción es gigante sí, pero también dispongo ahora de más datos para aportar a la denuncia si al final no me queda más opción que tirar por ahí.

~o~

Ya es lunes y la mañana ha pasado casi entera sin recibir ni un mensaje. Deduzco que algo va mal. Espero a mediodía para llamar al hotel y preguntar por el responsable.

—Hola, ¿qué tal? Estuvimos hablando el sábado por la noche.
—Hola, sí, perdona que no te llamara. Justo después de que habláramos sufrí el robo de mi cartera y móvil. Tu número de teléfono lo tenía solamente ahí, así que no sabía cómo contactar contigo.
—Vaya, lo siento, ¿pudiste hablar finalmente con tu huésped?
—No, lo siento. No pasó la noche aquí y esta mañana tuve que irme pronto y no lo he visto.
—Entiendo. Veo entonces cómo localizarlo con los datos que tengo o si ya sigo adelante con la denuncia. Muchas gracias por tu ayuda.
—No hay de qué.

Un momento... ¡Guionistaaa! ¡Para ya de meter cosas raras! ¿Que a la persona que supuestamente me tenía que llamar le han robado el móvil? ¡Venga ya! En fin, sigamos.

Llegado a este punto, vuelvo a pensar en poner la denuncia cómo única forma de solucionar el asunto. Además, con los nuevos datos obtenidos, creo que la policía lo tendría más fácil para dar con él tipo, a pesar de no poder proporcionarles el dichoso IMEI.

Pero antes, ¿qué haces cuando estás buscando a alguien, tienes su nombre y apellidos, ciudad de residencia, conoces su cara y sabes que es gay?

Pues ir a la gran base de datos de individuos de ingreso voluntario, la cual estoy seguro que le ahorra el trabajo a los servicios de inteligencia de medio mundo: Facebook.

Localizo su perfil al instante. Coincide todo: nombre, cara, álbum de fotos plagado de instantáneas de su ciudad y una lista de contactos mayormente masculina en las que abundan los selfies con morritos. No hay duda, es él.

Tú, guionista, gracias por poner al interfecto en Facebook, eso hace todo obviamente más fácil, pero deduzco que inicialmente te has sentido tentado a no hacerlo para complicar más las cosas, muy en tu estilo. Claro que entonces ¿quién iba a tomarte en serio? Un guión ha de ser verosímil, y que el sujeto no hubiera estado en Facebook no se lo hubiera creído nadie. ¡Todo el mundo está en Facebook! Oooh, ja ja ja.

Abro la mensajería de Facebook. Estoy a punto de hablar con el tipo al que llevo persiguiendo incansablemente día y noche. Ese al que tres días atrás ya le había roto mentalmente todos los huesos con ensañamiento, al que he llegado a odiar y despreciar hasta consumirme de rencor. Estoy a un click de tomar contacto con ese sujeto, ¿qué le diré?

Tengo que decir que hace algunas semanas me topé por casualidad con un fantástico corto-documental titulado "Find my Phone" del cineasta amateur Anthony van der Meer, en el que narra, a modo de experimento social, cómo se deja robar el móvil al que previamente le ha instalado aplicaciones indetectables de rastreo, y con las que pretende explorar el comportamiento del ladrón. En un momento dado, se mete tanto en su piel que llega a conocerlo un poco y sentir cierta pena por él, muy lejos del sentimiento de repulsa inicial.

Pues algo así tenía yo ahora con esta persona. Ya no quedaba ningún atisbo de desprecio en mi. Había llegado a desarrollar cierta empatía hacia él. Aún así, decidí que iba a ser cordial pero firme en mis preguntas y evitar cercanía para no dar opción a evasivas, así que fui directo y no incluí ningún "creo que usted tiene" ni nada parecido, sino frases con afirmaciones e imperativos en la línea "usted tiene mi móvil, dígame donde puedo recogerlo, gracias". También pretendí mantener un poco el misterio de cuánto sabía sobre él para evitar mentiras, así que no expliqué nada sobre cómo lo había localizado (tampoco me preguntó) hasta muy al final de nuestra conversación y cuando ya estaba todo asegurado. También dejé caer un par de veces el asunto legal para dejar claro que la ley estaba de mi parte. Esa fue la artillería que llevé preparada por si la cosa se ponía fea, pero afortunadamente no hizo falta cruzar la línea de la intimidación porque la actitud colaboradora inicial por parte de nuestro "amigo de los olvidos ajenos" fue bastante buena.

Guionista, no sé si te pillo cansado ya de esta historia, pero te agradezco que no me hayas puesto delante un macarrilla con ganas de pelea. Hubiera alargado la historia y la pérdida de energía que eso supone no sé si me hubiera llegado a compensar.

No le pedí explicaciones ni le reproché nada ni amenazas ni nada de eso. Aparte de que no hizo falta en absoluto, creo que hubiera podido ser contraproducente, al menos lanzarle reproches o sonar acusica, así que sólo me limité a darle las gracias y a aguantarle alguna que otra excusa infantil tipo "iba a devolverlo pero no me ha dado tiempo" y pedirle que lo llevara a Objetos Perdidos donde me lo recogería alguien de confianza, el cual a su vez me lo enviaría por mensajero al día siguiente puesto que yo ya no estaba en esa ciudad. Y exactamente así fue como sucedió. Por primera vez desde que perdí el móvil tuve claro que recuperarlo era ya sólo cuestión de tiempo.

¿Podemos hablar ya de final feliz? No tan rápido. En un momento dado, al principio de nuestra conversación, me desliza que si hubiera problemas con el móvil es porque su amigo ha podido tocarle algo. No lo califico de alerta roja en ese momento porque creo que se refería a que igual intentó desbloquearlo más veces ayudado por otro, en plan "mira qué móvil me he encontrado, pero no puedo desbloquearlo, a ver si tú puedes colega".

~o~

Finalmente me llega el móvil a casa. Empiezo a olerme algo antes incluso de sacarlo del sobre, puesto que la persona que me lo había enviado ya me avisó de que "no tiene contactos". ¿Será por el borrado remoto? Da igual, ya lo tengo en mis manos, se acabaron las suposiciones...

Lo que imaginaba. No tiene tarjeta SIM. Me lo ha devuelto pero antes le ha sacado la SIM al móvil. Mi empatía por el tío se esfuma por completo en ese momento puesto que sus sinceros "iba a devolverlo" ahora no me valen una mierda.

Peor aún, ha metido el soporte de la SIM en la ranura, pero sin tarjeta, destrozando los conectores de la lectora. No hay manera de sacarla sin dañarlos aún más.

Deduzco que esto es a lo que se refería que hizo su amigo. Esta vez sí que le pido explicaciones. Ya tengo el móvil conmigo y me puedo permitir ser menos complaciente. Todo lo que obtengo por respuesta es que su amigo hizo algo que él no sabía. Se disculpa sinceramente, eso sí, y llega a contactar a su amigo para preguntarle qué hizo exactamente. La repuesta de "su amigo" me deja helado: por lo visto "salió a fumar, y como le molestaban las continuas llamadas que hacían al móvil —era mi gente intentando localizarme, so memo— le sacó la tarjeta y la tiró". Así, tal cual. Si no fuera por que a estas alturas creo sinceramente que nuestro personaje es algo ingenuo y porque quizás se la han jugado de verdad, me hubiera tomado bastante mal ese intento zafio y burdo de tomarme por imbécil.

Lo que yo creo es que su "amigo malote" y quizá alguien más trató de cambiar una tarjeta por otra para ver si el teléfono le "venía bien" y convertirlo en suyo, o quizás indicarle a nuestro personaje cómo hacerlo suyo. En cualquier caso ese tal amigo sí que se deshizo de mi SIM. ¿Por qué? ¿Por qué metió luego el soporte de la SIM sin nada? ¿Era consciente de que así podía dañar el móvil? ¿Se dio cuenta de la que había liado y se desentendió? ¿Hubo complicidad entre todos, incluyendo a mi interlocutor? No lo sé, y tampoco quiero saberlo, sobre todo porque aún tengo que hablar con nuestro sujeto e igual aún puedo necesitar su colaboración, y no quiero verme tentado a ponerlo a caldo y que se me distancie si descubro cualquier rollo feo.

Guionista, ésta te la tenías guardada, ¿eh? Te habrás quedado a gusto ¿eh?

Finalmente el soporte de la SIM salió, pero dejando retorcidos los conectores y dañando irreversiblemente la lectora de la SIM. Lo llevé a reparar y le comuniqué a nuestro personaje el dinero que me debía por el arreglo, ni un céntimo más ni menos. Contra todo pronóstico no hubo ningún problema: al día siguiente tenía el importe exacto ingresado en mi cuenta. Según me dijo lo habían pagado entre todos los implicados. ¿Buena voluntad final por parte de todos los "manipuladores"? ¿Decisión tomada en base a que quizá dejé entrever que iba a llegar hasta el final con esto? ¿Alguien les asesoró en plan "os podéis meter en un lío como denuncie"? ¿Vencidos por agotamiento? ¿Intimidados quizá por el aire misterioso en el que envolví todo? ¿Igual aterrados por la idea de haber topado con una especie de nerd diabólico capaz de electrocutarlos a distancia? Quién sabe...

~o~

Mi conclusión final es que creo que si no lo llego a pillar, ni soñando recupero el móvil. No sé si la policía hubiera podido hacer algo sin el IMEI, y si hubiera podido hacer algo en definitiva, pero en caso afirmativo seguro que no hubiera sido inmediato. Entretanto y con la espera, seguro que me hubiera comprado otro móvil y al final todo esto hubiera acabado en el olvido. Así de triste. Al final me puedo considerar afortunado de tenerlo de vuelta.



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