El 2015 fue un año de decisiones, de rupturas, de deshacerse de personas y relaciones tóxicas. No fue un año fácil pero supuso un punto de inflexión.
El 2016 fue un año de renacimiento, de redescubrimiento. De reencontrarme conmigo misma y aprender a quererme de nuevo.
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El 2017 fue un año de estabilidad. Y de comprensión. De poder ver el pasado con perspectiva y seguir caminando hacia delante con madurez.
El 2018 fue un año de sacrificio y esfuerzo, de tener las cosas claras y luchar por un objetivo. Tampoco fue fácil, pero sabía lo que quería y lo que debía hacer para lograrlo.
El 2019 no sé qué me deparará. Pero sí sé que me siento con muchísima fuerza. De momento, quisiera retomar viejas costumbres, como la de escribir. La Dama ha vuelto.