La obra está moldeada sobre la Quinta de Beethoven —escribió Tchaikovsky a su benefactora, Nadezhda von Meck— no en cuanto a contenido musical, sino como idea básica. ¿No advierte Ud. un programa en la Quinta?". Habría sido harto más razonable que escribiera Tchaikovsky que su Cuarta Sinfonía era el polo opuesto de la Quinta de Beethoven, donde el programa —si es que existe alguno— es el coraje para enfrentar al Destino, el desafío individual de lo inevitable, el hombre con fuerza de voluntad napoleónica para apretar sus puños y agitarlos ante el rostro de los dioses. Con Tchaikovsky, en la Cuarta, estamos ante el reverso: el desamparo esencial del hombre ante el Destino.
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