No Preguntes, sólo sigue caminando, revuelve tu cabellera que brilla bajo la luz del solazo del mediodía o junto con la lluvia gris que acompasa tu taconeo incesante.
Baila así, silente, una danza cotidiana. Anónima. Un vaivén de levedades, un compás simétrico, curvo, provocativo, llamativo, sinuoso.
Ríe hasta que estalle aquella nube y brote un arco iris.
Llora hasta que se ahogue el verde marino que adorna la montaña, olorosa a monte, a tierra amorosa, a caminos enredados.
No mires atrás, mira de lado tu reflejo en la vitrina. Chequea tu altura y tu combinación, castaños, pasteles, rojos encendidos, grises. Dependen del día del mes, del ánimo amanecido, de la promesa del final de la tarde, del éxito o de la desesperanza.
Acurrúcate entre tus afectos, acúnate con la sonrisa fácil, déjate llevar por la música sencilla, degusta el olor del café, el sabor de aquel helado de limón, la textura del abrazo inesperado, del beso cuidadoso en la frente.
No preguntes, camina, sigue. Balancea tu arrogancia con tu humildad, a partes iguales, como el árbol que se Sabe grandioso y la semilla que se sabe árbol. Firme tu paso, tu alma, tu corazón. Contempla con orgullo la grandeza del color y la pequeñez del abandono.
Cree, sin vacilar. Créete. Quiérete. Que los demás te miren pasar. Te miremos.
Que sólo quede tu fragancia esbozando una silueta parecida a la tuya y agitando la imaginación, así como se alborotan los niños cuando llaman a tumbar la piñata. Expectantes de promesas y juguetes, ojos brillantes, bolsa lista para recoger la golosina de una mirada fugaz, el caramelo de una sonrisa.
Llévate esa admiración anónima, esa respiración contenida como si se estuviera a punto de salir disparado hacia abajo en una montaña rusa, ese silencio de aquel grupo que reía estruendoso y ahora calla contemplativo.
No preguntes, no reclames. Lúcete. Que para eso también la vida es pequeña y leve, como la mariposa de jardín.
Imagen de Neopolis
