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Sonorama Ribera sigue buscando el equilibrio en su edición de 2023

Sonorama Ribera sigue buscando el equilibrio en su edición de 2023

El mítico festival arandino, Sonorama Ribera, cumple su 26ª edición con un nuevo éxito de público, un cartel protagonizado por las bandas más granadas de la escena nacional, y nuevos aspectos logísticos que aún mejorando la experiencia del asistente siguen generando lagunas en su funcionamiento.

Cuando acudes a un festival como el Sonorama, eres consciente, desde hace tiempo, de que acudes a uno de los grandes festivales del territorio nacional, para bien y para mal. Desde luego, por todos es sabido que es uno de los eventos veraniegos con más carisma de nuestro país, y que todo lo que rodea a Aranda de Duero durante esta semana de agosto, hace de él, uno de los más admirados y venerados.

Las sorpresas de la Plaza del trigo, la música en directo a lo largo y ancho del pueblo y la magia que se vive en muchas de las actuaciones durante el festival son algunas de las señas de identidad de la casa, que, sin embargo, con el paso del tiempo se van apagando en el corazón de un humilde cronista, en detrimento de la búsqueda de un tipo de experiencias musicales y/o logísticas de otro orden.

Sé que es una opinión personal y que gran parte de los asistentes al festival, cada año, sigue disfrutando de todos estos aspectos, pero aun considerando la función de 2023 una de las más dignas del panorama festivalero patrio de este verano, la masificación tanto en las calles del pueblo (en las que se incluyen las famosas pistolas de agua o el desinterés general por los conciertos, exceptuando la Plaza del Trigo), como dentro del recinto cuando arrancan los conciertos de mayor interés, hacen que la mecánica y convivencia durante el fin de semana sea cuanto menos complicada.

Asumiendo estas circunstancias, y admitiendo la mejora en cuanto a la espera en los baños, o la nueva configuración de los escenarios tercero y cuarto en paralelo como antesala de los dos principales, sigo echando en falta una zona más de servicios que no te obligue a cruzar a un extremo u otro del gigantesco triangulo en el que sitúa el festival, y echando de más las esperas en barras durante los conciertos nocturnos en los escenarios Ribera del Duero y Aranda de Duero. Si bien las barras rápidas de cerveza funcionan eficazmente, y teniendo en cuenta los problemas lógicos que puedas generarse en horas punta, tener que desplazarte a otras zonas del recinto y perderte parte de un concierto para poder recargar tu bebida sigue sin ser operativo.

Lamento la insistencia en estos dos escenarios, pero, al fin y al cabo, aquí se acaba moviendo el cotarro de las grandes noches del Sonorama Ribera, y es donde más gente convive a lo largo del fin de semana. Dos escenarios que no terminaron de abarcar a nivel sonoro -y a veces visual- tal marea de público, que, por otro parte, se conformaba en muchas ocasiones con escuchar de fondo las actuaciones mientras charlaba con sus acompañantes.

Esta avalancha de público, que alcanzó los 35.000 asistentes tanto el viernes como el sábado, pudieron disfrutar de un cartel capitaneado por las figuras más destacadas de la escena indie-mainstream nacional, así como otra oferta ciertamente alternativa en otros escenarios y con una importante capacidad de convocatoria entre un público joven cada vez más numeroso, representado en bandas como Hens, Ambkor o Trueno, que protagonizaron algunas de las actuaciones más destacadas de los escenarios Heineken Silver y Tierra de Sabor, destacando por encima de todos la del rapero argentino que desplegó sin mesura su descarado discurso arropado por los ritmos latinos propios del folclore sudamericano.

La jornada del viernes la arrancamos con Morgan desplegando su preciosista rock-soul y aromas funk, extraídos de la tradición, pero plantados y nacidos en este último lustro. L.A. reapareció en la vida de más de uno con un sonido impecable recuperando sus clásicos, aderezados con temas de nuevo cuño, y la continuamos con el bueno de Jorge Drexler, que disfrutó como un niño de uno de los shows más esperados de la jornada. El artista uruguayo hizo bailar y cantar al respetable con su macedonia sonora, en uno de los aciertos que hacen diferencial el cartel del festival castellano cada año.

Tras ellos, el efectista espectáculo de Viva Suecia, montados definitivamente en la ola del pop-rock de masas, en el que coincidieron un par de licencias para sus viejos admiradores, la despedida definitiva de Second, y el siempre superlativo, pero no por ello menos destacable, concierto de Vetusta Morla. Los madrileños volvieron tras unos cuantos años a Sonorama -excluyendo la edición pandémica-, y lo hicieron a lo grande, sin contemplaciones ni fisuras, visitando con premura su último trabajo para regalar su extensa y magna colección de himnos a un público entregado y agradecido a partes iguales.

El de los madrileños fue el bolo más largo del viernes, con una duración de unos 70 minutos, reduciéndose el del resto de los mortales a conciertos de 55-60 minutos, píldoras que en ocasiones podrían resultar escasas, si era el caso de uno de tus artistas favoritos, o tenías que ir al excusado, beber o cenar, pero que resultó ser un acierto en cuanto a ritmo y dinámica festivalera.

La noche finalizó con la actuación ciertamente vacua de La Pegatina, que no llegó a convencer a muchos de sus seguidores, pero que remontó con el puñetazo en la mesa en el que se convierte cada una de las actuaciones de Carolina Durante. Pop, rock y punk agitados y servido como un coctel que resucitó a más de uno a las 4 de la mañana, hora a la que inició el concierto tras la acumulación de retrasos a lo largo de la jornada.

Sin embargo, la que quedará para el recuerdo de esta edición del 2023 será la jornada del sábado, que, si bien por variedad o cantidad de nombres no era tan numerosa, si que acabó siendo la más emocionante del festival.

La nostalgia dosmilera de Nena Daconte, en un concierto con muchas carencias técnicas y el pop contemporáneo de Alizzz que comenzaba a congregar con éxito a una gran parte del público mientras caía el sol, nos condujeron a la única actuación internacional del festival, y menuda actuación.

Desde que se confirmó la presencia de Wilco en el cartel de este año, muchos esperábamos la actuación de Tweedy y los suyos, y lo cierto es que sean o no de tu gusto, los de Chicago se encuentran por encima del bien y del mal en esto de la profesión musical. En apenas 62 minutos de concierto -este es uno de los que podían haber durado un poquito más-, Wilco desplegó sus armas habituales en un precioso y soberbio concierto en el que sonaron sus habituales clásicos, pero donde el repertorio fue lo de menos.

Iván Ferreiro y su comodísima trinchera pop hizo de pegamento entre la icónica actuación de los norteamericanos y la otra gran actuación marcada en el cartel desde su confirmación: el concierto 25 aniversario de Amaral.

Los zaragozanos disfrutaron de un tiempo extra más que merecido, y celebraron su cumpleaños como banda junto a todo un festival que abarrotó el escenario Ribera del Duero en el concierto más multitudinario de todo el fin de semana, como la ocasión lo merecía.

A pesar de los problemas narrados al inicio para escuchar y ver conciertos de este tipo en estos escenarios, no pondré ningún pero a una vibrante y emocionante actuación de una banda que recorrió una discografía que forma parte de la memoria colectiva de nuestra cultura, disparando un éxito tras otro, en una conexión histórica con el púbico que acongojo a Eva en más de una ocasión. Una Eva que finalizó el concierto con el pecho descubierto, reivindicando la libertad y dignidad de todas de las mujeres, y en concreto de sus compañeras de profesión, que han sufrido la censura de sus cuerpos en los tiempos que corren (2023 por si alguien se olvida).

Así llegamos al final de una nueva edición de Sonorama Ribera, y permitidme que en esta ocasión me ahorre el epílogo y cite a la estrella del festival: “Somos demasiados, y no podrán pasar, por encima de los años que tuvimos que callar”.

Redacción: Iñaki Molinos

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