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BBK Live 2023. La gloria festivalera estaba en Kobetamendi

BBK Live 2023. La gloria festivalera estaba en Kobetamendi

El Festival bilbaíno celebró el pasado fin de semana su 17ª edición, con un éxito rotundo de asistencia, una sobresaliente colección de actuaciones musicales, y un majestuoso entorno que terminaron por eclipsar algunos problemas organizativos.

Para quien no haya pisado nunca tan esplendoroso festival, como era mi caso, es difícil describir, ya fuera con material videográfico, y mucho menos por escrito, el conjunto artisitico-logístico con el que se decora un recinto, que, sin ser abrumador, parece no tener fin en cada uno de sus rincones.

Si en alguna otra ocasión, ya hemos hablado de la importancia de una localización estratégica, que infunde una identidad extraordinaria a un festival, y que funciona de manera casi independiente como un cabeza de cartel más dentro del mismo, el BBK Live se lleva la palma. El bucólico paisaje del monte Kobetas, con sus infinitas faldas verdes rodeando cada uno de sus escenarios, las luces de la urbe a sus pies, su enorme pradera principal, el entorno boscoso del Basoa, o la acogedora colina frente a la palestra del Nagusia, componen una estampa del todo incomparable en un festival nacional.

Cualquiera que haya estado por aquí en alguna de sus ediciones, sabe perfectamente de lo que hablo, y seguramente asista ya con naturalidad a tan bella escena, lamentándose incluso de muchas otras variables importantes en un evento de estas circunstancias, y aunque la emoción me invada tras tres días recorriendo su recinto de punta a punta, y merendando conciertos sin apenas descanso, hay que decir que no les falta razón.

Si bien, el aforo, comparado con otros grandes macrofestivales parece controlado y está claramente limitado por el espacio real con el que se cuenta en Kobetamendi, existieron problemas de acceso a los servicios, con grandes colas durante todo el fin de semana, que se acentuaron el sábado, con la jornada más masiva del BBK. No seré yo el que actúe de experto en la materia, ya que, además, la calidad de los servicios está muy por encima de la media nacional festivalera, pero algunas zonas más de WC abiertos creo que hubieran liberado de gente las cabinas mixtas.

Otro de los problemas que resultaron críticos en la primera jornada fueron las zonas de restauración. Y es que a pesar de que muchas personas -entre las que me incluyo- desconocían una segunda área “gastronómica”, la prohibición de introducir comida externa encendió a un público que, al menos durante la primera jornada, permaneció más tiempo del deseado -perdiéndose algún que otro concierto- frente a los stands de comida rápida, en su gran mayoría de escasa calidad y como ya sabemos, en su totalidad, exageradamente cara.

Mi segundo consejo del día, como no experto en la materia: el público gasta su humilde renta en bebida, y el que más tiene se la gastará en todo lo que necesite. Dejen introducir un triste sándwich a las masas -entre los que me vuelvo a incluir-

A estas alturas de crónica, alguno/a estará pensando que mi análisis es puramente experiencial, esa palabra tan de moda que se asocia cada vez más a las vivencias musicales, vendidas como un mero servicio de entretenimiento, pero nada más lejos de la realidad. Creo que antes de entrar en materia era de justicia destacar las bondades y virtudes de un marco tan incomparable para celebrar la música en directo.

Pero como todo en esta vida, un bonito marco siempre viste cuando el lienzo brilla, y en este caso, el BBK Live había reunido en su cartel, un catálogo de artistas que a priori deberían cumplir con creces un expediente cada vez más difícil de completar en los tiempos que corren, y que a posteriori se podrá guardar en la estantería de la memoria colectiva de los asistentes. Y hay quien dirá que el cartel no es de su gusto, o es mucho peor que el de aquella edición donde fue su banda favorita y donde descubrieron aquellos que ahora copan estadios…pero al fin y al cabo es una compilación de artistas más que respetable, y más, insisto, en una época donde la salud económica de los festivales se resiente cada vez más.

La jornada inaugural del festival, será recordada, como es obvio, por la actuación de Florence + The Machine. Y digo obviamente, no por ser la cabeza de cartel del día, sino por su integral espectáculo: musical, vocal, visual y con altas dosis de emotividad que hacen muy difícil no conectar con Flrence Welch y su banda, plagado de estribillos coreables, melodías brillantes, cercanía con su público, y una entrega recíproca entre ambos bandos que generó una simbiosis inalcanzable para -casi- todos durante el fin de semana.

Tras ella, la oscuridad del synth pop de Fever Ray, jugando sobre el escenario con su habitual ambigüedad sonora y escénica, descolocó a más de uno, antes de revisitar otro de los clásicos del cartel: The Chemical Borthers. Los británicos estuvieron especialmente inspirados en una de sus visitas habituales a nuestro país, con una actuación que aún sin aportar nada que no conozcamos del dúo de Manchester, dio la sensación generalizada de un nuevo triunfo, sustentado en una “sesión” donde no faltaron ninguno de sus éxitos y los efectos visuales parecían escapar a tu control.

Antes, mientras caía la tarde, disfrutamos del solvente directo de Dry Cleaning, respaldado en esa inquietante mixtura de post punk y spoken word, encarnada en la estremecedora imagen de su vocalista Florence Shaw, y asistimos a ratos -debido al primer y único chaparrón del finde- al ameno show de M83, aunque algo carente de pegada hasta el tramo final donde se subieron al caballo ganador de sus grandes éxitos.

Acabamos la noche visitando el imponente escenario Basoa, escondido entre el bosque, donde Call Super bordó una sesión cargada de break para el placer de los allí presentes, que formaban parte de una epifanía colectiva, impulsada por los acertados juegos de luces, el sonido envolvente y la permanente niebla artificial, que se mezclaba con la real de primera hora de la mañana.

Caía el sol de la tarde del viernes, mientras unos agradecidos Morgan, cerraban un repertorio redondo, en una de las apuestas nacionales más clásicas del cartel -en cuanto a sonido, no en cuanto a trayectoria-, recogiendo el testigo en el escenario principal -Nagusia- el argentino Duki, con un poderoso directo de guitarra, bajo y batería, que alternaba con bases grabadas y pinchadas sobre las que el joven rapero hacía las delicias del público más millenniall.

El salto generacional corrió a cargo de Roisin Murphy, con su agradable dance pop, antes de que el festival alcanzara su mayor punto de longevidad y seguramente uno de los de mayor calidad de todo el fin de semana. Los norteamericanos Pavement, sacaron a relucir su imponente repertorio ante un emocionado público que respondió con fidelidad ante una actuación en la que no faltaron sus grandes himnos, momentos íntimos, imponentes guitarras y altas dosis de ruido, para demostrar como los californianos están en un espectacular estado de forma, siendo una de las bandas pioneras de lo que ahora llamamos indie, a principios de los 90.

Phoenix, y su imbatible carrusel de éxitos cumplió como otro de los cabezas de cartel del viernes, algo forzado en principio, pero uno de los conciertos con más público que recuerdo en el escenario San Miguel, antes de que The Blaze tomara el relevo en una actuación algo plana e insustancial, aunque no por ello carente de su habitual y elegante sonido dance.

Y cerramos la noche con una de esas actuaciones para el recuerdo, en el escenario Txiki, sin demasiado público y con una banda que promete saltar a plazas mayores más pronto que tarde. Los irlandeses The Murder Capital reventaron la noche bilbaína con su arrollador post punk, un sonido compacto, contundente y desgarrador, rematado con la descarada imagen de su maravilloso frontman James McGovern

La Paloma y Calavento, ejercieron como los grandes representantes patrios de la jornada del sábado en los escenarios Firestone y Txiki respectivamente, el primero no terminó de sonar bien durante todo el fin de semana, mientras que el segundo, con el fantástico paisaje de fondo, sirvió como escenario intermedio donde grupos como el dúo de L´Empordà dio una nueva lección, y demostración de su imparable crecimiento.

Entre el paseo de un escenario a otro, la obligada cena -sin apenas esperas el viernes y el sábado- y algún que otro baile con 070 Shake, en la carpa Beefeter, que no fue ni mucho menos el adalid de la sonoridad, nos plantamos en buen lugar para admirar el directo de los Arctic Monkeys.

En la actuación más multitudinaria de todo el festival, la banda comandada -y de que manera- por Alex Turner, saltó al ruedo con su habitual timidez, ajustando el sonido durante sus primeros temas, y regalando un repertorio abrumador donde incluyeron innumerables grandes éxitos, que hicieron vibrar, saltar, aullar e incluso gimotear a una audiencia que en algunos casos les ha visto crecer, en otros ya los han disfrutado maduritos, y unos cuantos más cuya primera vez ha debido ser de las más satisfactorias que recuerden con una banda. Siete miembros sobre el escenario, elegancia, pegada y una madurez sonora que se lleva prolongando casi una década, demostrando porque es una de las mejores bandas de rock -si no la mejor- del presente siglo.

Tras los de Sheffield, otros británicos, como Idles, ofrecieron otro de los bolos del festival, y por si alguien se había perdida entre tanta y tan buen sonido electrónico, los de Bristol recuperaron, como en sus cuatro álbumes, el mejor sonido punk rock y hardcore, con un directo demoledor que encendió definitivamente a un público a los pies de sus guitarras y los gritos inmaculados de Joe Talbot.

La vuelta a los platos, la liturgia del baile y el arte escénico corrió a cargo de unos Royksopp que se retrasaron alrededor de una hora, para enfado más que razonable del personal, y con el despedimos esta primera y fantástica aventura en el BBK Live.

En suma: una experiencia cercana al paraíso festivalero, aunque más terrenal de lo deseado en algunos aspectos, y con un desfile de directos que pusieron la guinda a un fin de semana genuino y emocionante.

Redacción: Iñaki Molinos

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