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El menú degustación de Quique González en las Noches del Botánico

El menú degustación de Quique González en las Noches del Botánico

El artista madrileño repasó sus 25 años de carrera desde el lanzamiento de su primer disco, visitando una discografía que le ha posicionado entre los músicos más respetados del panorama nacional.

25 son muchos años, lo mires por donde lo mires. Y los 25 años de la carrera de Quique González, a estas alturas parecen incluso más, porque lo suyo le ha costado llegar hasta aquí.

Prometo, en este punto, no argüir el típico alegato pasional y dramático por un tipo que te remueve el corazón con apenas unos acordes y algún que otro verso honesto y desgarrado, pero si resumiré su camino como el de un superviviente que comenzó siendo un artista independiente dentro de un género popular, como es el del cantautor, para ir haciéndose hueco a base de cabezazos entre un público fiel y sorprendentemente heterogéneo.

Quizás no es un público tan masivo como para llenar más de una Noche en el botánico madrileño, pero durante ese arduo y ya largo camino que comentábamos ha ido ganando seguidores en cada rincón de nuestra geografía, permitiéndole ejercer con autonomía una profesión en la que cada vez resulta más difícil sobrevivir con cierta dignidad.

Pero vayamos al grano. Las Noches del Botánico es uno de los ciclos de conciertos más valorados no sólo por el público madrileño, sino por los propios artistas que componen su cartel, y no es de extrañar, ya que el ambiente que se genera cada noche, la cercanía, la visibilidad y el sonido es difícilmente superable para disfrutar un concierto en la noche madrileña, y más al aire libre.

Todas esas variables son conocidas por todos y cada uno de los artistas que pisan este escenario, y Quique González no iba ser menos. Embarcado recientemente en la gira que conmemora sus 25 años en este negociado, Quique volvía a su ciudad natal para hacer una demostración de elegancia y delicadeza gracias a un sonido impoluto de principio a fin -aunque escaso en cuanto a su potencia, volumen más bien-, y una puesta en escena tan simple como auténtica para defender un repertorio gran reserva.

Y es que si alguien esperaba un concierto de grandes éxitos -si es que Quique los tiene-, solo tuvo que esperar al primer cuarto de hora de concierto para descubrir que lo que se nos venía encima era café para muy cafeteros, una botella de la mejor cosecha de Ribera del Duero o el más sabroso whisky escoces que, y aquí viene lo bueno, el bueno de Quique elegiría para ti, y no al contrario.

Si cada uno de los allí presentes hubiéramos solicitado nuestro repertorio preferido del madrileño, podríamos seguir en el botánico esperando a los bises, y por eso -y también por la limitación horaria reflejada cuenta atrás en un lateral del escenario- la propuesta, como siempre pasa, fue al contrario, González revisitó -casi- todos sus discos, rescatando sus canciones preferidas. Y esto no lo dijo él, ya lo digo yo.

Aunque saltara a pelear de inicio con su ‘Miss camiseta mojada’, pronto rescataría los ‘Restos de stock’ de un Daiquiri blues al que regresó en otras dos ocasiones, aunque antes pareciera virar de nuevo a la nostalgia de clásicos como ‘Kamikazes enamorados’ o un ‘Pequeño Rock and roll’ al que ya echábamos de menos. Sin embargo, para ese momento ya había vuelto sonar la orquesta de Pájaros mojados, con la luminosidad pop de la ‘Fiesta de la luna llena’ u otra sorpresa para los coleccionistas de canciones, como la potencia contenida de ‘Trucos fáciles para los días duros’, del majestuoso e infravalorado Avería y redención.

A estas alturas de la película, un público entregado asumía con alegría y emotividad el hilo conductor de una noche en la que Quique volvió a estar sembrado vocalmente, Brunet desplegó su magia a la guitarra con inusitada modestia, Jacob acariciaba el bajo como si no se hubiera ido nunca, Edu Olmedo marcaba el tempo como un reloj suizo y Raúl Bernal terminaba de envolver, con sus teclados, cada uno de los cortes.

Sin un ritmo establecido en el setlist, los vaivenes emocionales continuaban con microdosis de algunas de sus entregas discográficas, como el triplete de Salitre 48 inaugurado por una sorprendente -e indescifrable en su inicio- ’39 grados’ en clave country blues, la siempre coreadísima ‘La ciudad del viento’ y la eternamente conmovedora ‘Salitre’, despachada, por si alguien aún tenía alguna duda a mitad de concierto.

Es comprensible que la facción más nostálgica de los orígenes de la carrera de Quique González, se pudieran quedar con ganas de saborear algún tema más de aquella época, sin embargo, parece más que pertinente, natural, que la propuesta del artista madrileño viaje por otros derroteros que ya hemos ido catando en sus últimos discos de estudio. Un sonido más añejo, salpimentado por la madurez de unas piezas musicales mucho más desnudas, con un aroma country-folk empapado en las melodías más pausadas de trabajos como Sur en el valle, del que sonaron como claros ejemplos el primoroso medio tiempo ‘Puede que me mueva’ y la arrebatadora ‘Te tiras a matar, o Me mata si me necesitas.

Este último, que puede servir como gran resumen de su anterior y actual etapa, contenía algunos pelotazos que González no dejó de lado en la noche del domingo, demostrando su predilección hacia este disco. ‘Sangre en el marcador’ o ‘Relámpago’ pusieron la nota más rock de la noche, alternándose con las melódicas y deliciosas ‘orquídeas’ o ‘Se estrechan en el corazón’.

La recta final sirvió para seguir demostrando como Quique Gonzáles es uno de los artistas más respetados en los silencios generados en cada uno de sus conciertos. El premio en esta ocasión fue para la devastadora ‘La casa de mis padres’, que hizo de antesala de ‘Y los conserjes de noche’, una de las mejores piezas compuestas por el madrileño, y única representante de su primigenio álbum Personal, para cerrar el concierto, de manera previsible por primera vez en la noche, con el poder de La noche americana y sus prodigiosas ‘Vidas cruzadas’

De esta forma concluyó una noche en la que Quique González y su banda actuaron como uno de aquellos chefs dispuestos a ofrecer su mejor menú degustación. Un menú cerrado, que quizás no fuera el que tenías pensado cenar aquella noche, puede que no fuera el que mejor hayas comido, pero que difícil resulta explicar por qué una y no otra especialidad de la casa es mejor o peor, por qué una canción de su primer álbum es mejor o peor que una del último.

Porque para gustos los sabores, y para paladares finos, siempre nos quedará Quique.

Redacción: Iñaki Molinos

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