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Primavera Sound llegó a Madrid, pero a Madrid le costó llegar al festival 

Primavera Sound llegó a Madrid, pero a Madrid le costó llegar al festival 

Este mes de junio de 2023 en la capital quedará marcado para siempre, desde un punto de vista cultural y musical, por la llegada del Festival Primavera Sound que, tras cerrar las puertas del recinto ubicado en Arganda del Rey en la madrugada del sábado al domingo, todavía tuvo un epílogo en la tarde noche de ayer en La Paqui, con la actuación de, entre otros, The Delgados.

Y es que el Primavera Sound, que tuvo su primera edición en el año 2001 en Barcelona, es ahora mucho más que un festival de música: en primer lugar, por su carácter multinacional, tras una expansión que le ha permitido llegar a ciudades como Oporto, Los Ángeles, Madrid, Buenos Aires, São Paulo, Bogotá, Asunción, Santiago de Chile e, incluso, Benidorm (aunque en otro formato y con otra marca).

En segundo lugar, por el impacto económico significativo en las ciudades donde se ha celebrado: las estimaciones de la edición 2022 solo en Barcelona sitúan la cifra en unos 300 millones de euros.

Pero es que, además, el impacto cultural del Primavera Sound es innegable. El festival se ha convertido en un punto de encuentro para artistas y espectadores de diferentes generaciones, gracias a su amplio abanico de propuestas musicales que abarcan desde grupos de renombre hasta las últimas propuestas del ámbito independiente.

En una época en que muchos artistas y aficionados a la música en vivo reivindican los conciertos en sala, amenazados por la burbuja festivalera, el Primavera Sound tuvo la brillante idea de lanzar su “Primavera en la ciutat” (Primavera en la ciudad) en 2019, que permite a los poseedores de abonos (con un pequeño cupo abierto al público general) extender la experiencia musical a las salas de las ciudades durante toda la semana en que se celebra el evento.

Parte de los artistas del cartel hicieron doblete e, incluso, alguno no formaba parte del cartel en el recinto, como fue el caso de The War on Drugs, quienes dieron el pasado lunes un maravilloso concierto en la sala La Riviera precedidos de unos enérgicos Cloud Nothings. Los de Adam Granduciel ofrecieron toda una lección de clase, con un sonido magnífico y un vibrante setlist que mantuvo a la audiencia conectada de principio a fin, pese a un cierre extraño y algo adelantado respecto a la hora prevista, aunque, siendo lunes y a medianoche, todos parecíamos conformes.

Entre la amplia oferta del martes (con un cartel como este, cada elección implica casi siempre una renuncia importante), elegimos los deliciosos recitales de Julia Jacklin y Julia Holter en la sala Independance.

El primero de ellos fue a cargo de Julia Jacklin, que acompañada de su brillante banda dio rienda suelta a su preciosista y talentoso indie folk-rock. En una sala algo limitada para este tipo de conciertos, la australiana demostró entusiasmo, carisma, una preciosa voz y, lo más destacable, un sobresaliente salto al directo de sus canciones de estudio.

Tras ella, la otra Julia, en este caso Holter, completó una noche redonda de música en directo -y en sala, claro está-. Una actuación que repasó canciones de sus diferentes etapas, empapadas siempre en su habitual sonido minimalista que alcanza cotas de emotividad realmente salvajes por momentos. Dos estilos, dos generaciones, dos grandes artistas y un punto en común: la magnificencia de sus canciones.

El miércoles continuaban los conciertos en el centro, pero el plato fuerte lo encontrábamos en los alrededores del Civitas Metropolitano, donde se celebraba la jornada inaugural del festival, de acceso gratuito y abierto al público general, capitaneada por los míticos Pet Shop Boys (que el día anterior habían tocado en el Teatro Eslava).

La lluvia obligó a cancelar el concierto de La Paloma y retrasó el de Jake Bugg, pero, al menos, nos concedió una tregua durante el show del dúo británico que arrasó con una sucesión de hits que la audiencia no pareó de disfrutar y corear. Con semejante repertorio, una escenografía cuidada y la voz en plena forma de Neil Tennant, no podían fallar. Eso a pesar de la extraña ubicación del escenario, frente una esquina del estadio cuyo muro semiacristalado producía un cierto efecto “rebote” en el sonido que, por otra parte, era limpio y algo débil en las últimas filas.

Las caras de felicidad tuvieron su reflejo en las redes sociales, que ratificaron el rotundo éxito del grupo. Pet Shop Boys han pasado por muchos estadios: éxito masivo, banda denostada e, incluso, grupo de culto. Pero, desde hace unos años, son aceptados por todo tipo de público, reivindicados por otros artistas (algunos, como el mismísimo Noel Gallagher, insospechados). Y, sobre todo, son unos tipos que te dibujan una sonrisa en la cara y te divierten a rabiar.

Poco antes de la actuación recibíamos la impactante y triste noticia de la cancelación de la jornada prevista para el jueves debido a las inclemencias meteorológicas, ya que las tormentas caídas en estos días en la comunidad de Madrid dejaron parte del recinto anegado y los accesos imposibles.

La Organización en un alarde reactivo de altura, tuvo el reflejo, el acierto y la suerte de poder reagendar el concierto de la cabeza del cartel y la esperadísima reunión de Blur tuvo lugar en La Riviera para 1.800 privilegiados con agilidad de dedos y una buena dosis de fortuna para conseguir unas entradas que apenas estuvieron disponibles durante un par de minutos. También para aquellos cuyo tesón los llevó a las puertas de la sala y pudieron acceder a aquellas que, por goteo, se iban liberando en los minutos previos al concierto.

La frustración de los fans sin entrada era inversamente proporcional a la alegría de los que tuvimos la inmensa suerte de asistir a un concierto verdaderamente memorable: en un clima de entrega absoluta de banda y público, plenamente conscientes y entusiasmados ante la oportunidad única que suponía presenciar a Blur en una sala céntrica y alejada de las grandes aglomeraciones propias de un festival.

Damon Albarn y la banda ofrecieron una actuación enérgica y emocionante, interpretando tanto canciones clásicas como temas inéditos de su próximo disco. Desde los primeros acordes de St. Charles Square, una canción inédita de su próximo disco “The Ballad Of Darren”, se percibió la energía desbordante que se apoderaría de la noche. El repertorio fue un equilibrio perfecto entre los clásicos que todos esperaban y algunas sorpresas, como “Trouble in the Message Centre” o “Country Sad Ballad Man”, que no habían interpretado en vivo en casi una década.

La actitud divertida y algo macarra del cantante, la entrega de Coxon y el aire despreocupado de Alex James, en pantalón corto y pitillo encendido en boca, nos retrotrajo a finales de los 90. Jóvenes y no tan jóvenes, brazo en alto y saltando durante las casi 2h de una actuación que alcanzó su clímax, como no podía ser de otra forma, con “Song 2”, “Girls & Boys” y la celebradísima “Beetlebum”.

Algunos todavía lloramos el desencuentro con New Order y el resto del cartel del jueves, pero encontramos un consuelo con una actuación inolvidable que reivindica la importancia de la banda por encima de nostalgias noventeras.

La climatología decidió darnos un respiro el viernes y, por fin, pudimos acceder al recinto del festival, aunque la lejanía de su ubicación (a 37 km de Madrid) y los atascos en los accesos al mismo (1 h para acceder al parking a eso de la media tarde) hicieron que el público asistente a las primeras bandas fuera reducido.

Nos perdimos así algunas actuaciones, pero pudimos disfrutar de los texanos The Mars Volta y su rock progresivo y su fusión con otros géneros, incluido el jazz latino, así como constatar una de las mejores noticias del festival: un sonido y una visibilidad excelentes en todos los escenarios. Una experiencia especialmente grata en los dos principales. Ambos, siameses y situados al final de la larga avenida central, se encuentran al final de una prolongada rampa descendente. Además, a lo largo de la misma podemos encontrar varias torres de Pas y pantallas digitales para reforzar la experiencia visual y sonora.

Allí, debido precisamente a las dificultades de acceso al recinto, tuvimos que esperar durante más de media hora a que los británicos Depeche Mode, una de las cabezas del cartel del día, hiciera acto de presencia en el escenario Santander. El ahora dúo británico se mostró valiente, arrancando con temas de su reciente disco “Momento Mori”, que supieron defender sobre las tablas, intercalando a la perfección sus nuevas composiciones con aquellas que todos estábamos esperando.

Reservaron un momento destacado para la nostalgia y la memoria del recientemente fallecido Andy Fletcher, con su imagen juvenil presente en todas las pantallas, fondo de escenario incluido, durante toda la interpretación de “World in my eyes”. Como suele ocurrir en los grandes festivales, gran parte del público, más pendiente de selfies y redes sociales, no pareció darse cuenta. En cambio, celebraron, como no podía ser de otra forma, las notas de “Enjoy de silence”, que cerró el set principal, y los bises “I just can’t get enough”, “Never let me down again” y “Personal Jesus”, con los que cerraron una actuación notable a pesar de los obligados recortes (hasta cinco canciones menos) con respecto al resto de conciertos de la gira.

Entretanto, mientras el dúo de Essex alcanzaba su posición sobre el escenario principal, The Moldey Peaches ofrecían su nostálgico antifolk ante un público madrileño que los recibió con honores teniendo en cuenta el solape al que se enfrentaban. Sin duda beneficiados por el retraso de los protagonistas del día, la banda liderada por Adam Green y Kymia Dawson regalaron un concierto realmente fiel a un estilo genuino que desempolvaron tras 20 años sin girar, atuendos y disfraces incluidos.

Tras ellos, en el escenario Plenitude y ya con la noche instalada en el gigantesco recinto argandeño, salían a escena Alvvays. Los de Toronto demostraron porque se han convertido en una de las bandas del pasado 2022 gracias a su tercer disco, “Blue rev”, demostrando además las tablas que se le presuponen a una banda pequeña, pero con una trayectoria de más de una década. Bajo un acertado e hipnótico juego de luces, sus fantásticas melodías y enmarañadas guitarras volaron en la noche madrileña, arropadas por la embriagadora voz de Molly Rankin, en otro de los grandes momentos de la jornada.

En el escenario Ron Brugal se mezclaban las oscuras guitarras y teclados de los americanos Nation of Language, con su estilo único y envolvente. Con su habilidad para crear atmósferas hipnóticas, las melodías fluían como corrientes de energía que recargaron nuestras baterías. Demostraron por qué son una de las bandas destacadas de la década actual.

Unos metros más atrás, a pesar de que el flujo de personas no era demasiado elevado, se formaban algunas colas en la barra, debido a un servicio algo lento. La cobertura, a pesar de alguna antena cercana, fallaba, al igual que la app de Access Ticket, en la cual algunos teníamos saldo acumulado con el que pagar las bebidas. Al final, tuvimos que esperar hasta el día siguiente en el que, no sin dificultades, pudimos hacer uso de la app con este fin.

Otro de los triunfadores y protagonistas de la noche fue el norteamericano Kendrick Lamar. En otra de las poderosas demostraciones de eclecticismo musical en su cartel, la edición de 2023 del Primavera Sound programó con acierto, y sin que nadie torciera el gesto, a uno de los mayores representantes del hip hop actual justo a continuación del grupo más clásico del festival. Sin solución de continuidad -había que recuperar el tiempo perdido con Depeche Mode- el californiano saltó a escena para embaucar a un público ciertamente específico, de entre los asistentes, pero igualmente numeroso.

Demostración de poderío, sonido, escenografía, pero algo carente de ritmo durante el inicio, Lamar fue creciendo en su primera actuación en Madrid, incluyendo la deslumbrante colaboración con Baby Keem; y despidiéndose con el cariño y la entrega que se merece una figura del tal calibre.

Lo cierto es que el recorrido entre los escenarios era mucho menor que en otros grandes macrofestivales; y nuestra selección musical fue un acierto constante -fenómeno ciertamente difícil de alcanzar en eventos de este tipo-, coronándose cada actuación con un sonido impecable, exceptuando los solapes entre el escenario Amazon Music y Plentitude, donde la organización pecó de optimista.

Ajenos a ello, se sucedían los conciertos en los dos escenarios principales, donde llegó el turno de Fred Again y su elegante pero agitador estilo electrónico. En una nueva vuelta de tuerca, el cartel volvía a virar hacia un género ad hoc para el horario y público del momento, y una actuación redonda del productor y Dj británico, que desplegó sus virtudes a los sintes, voces, mezclas y proyecciones que hicieron bailar a todo el festival. Nuevo punto positivo para la programación del viernes.

La relativamente baja asistencia al festival en este día, según la Organización, unas 40.000 personas, alrededor de la mitad del aforo, permitió disfrutar de algunos conciertos casi como si estuviéramos en una sala (Unwound, en el escenario Plenitude), pero jugó en contra de otros como Yves Tumor, una de las revelaciones del año que, pese a darlo todo sobre las tablas del Cupra en una encomiable entrega, con un sonido potente y un repertorio lleno de ritmo, no terminó de conectar, quizá porque el ambiente no era el idóneo. Punto negativo en esta ocasión.

Los que decidimos abandonar el recinto a eso de las 4 de la mañana y tomar las lanzaderas sufrimos una prolongada espera de hasta una hora en las inmediaciones del recinto ya que los problemas de acceso continuaban. A ello había que añadir otros 30-45 de trayecto hasta Madrid y el necesario para llegar a casa. ¡Todo un reto físico añadido al del propio festival!

Así llegamos a la jornada del sábado. Con el fin de evitar los problemas logísticos del primer día y con el objetivo puesto en las seis de la tarde, llegamos con antelación al recinto, yendo a parar, como es habitual también en cualquier festival que se tercie, a un escenario y actuación inesperada, desconocida y gratamente sorprendente: Domi y JD Beck, de 20 y 17 años respectivamente, dieron una lección apabullante de free jazz.

En un espectáculo mano a mano de ambos, piano y batería, y apenas un par de temas acompañados por la voz, los insultantemente jóvenes se metieron en el bolsillo a un público que empezó el concierto tumbado a la sombra del escenario Ron Brugal y terminó levantada grabando con sus móviles el fascinante ejercicio de idas y venidas, ascensos y caídas, y la delicadeza y violencia que contienen cada uno de sus temas.

Después de otra agradable sorpresa musical (al fin y al cabo, de eso debería tratar esto de los festivales), acudimos a la primera cita obligada del día. Wednesday tiene un recorrido similar al de Alvvays, con una trayectoria de tan solo seis años, pero con cuatro álbumes en su haber. En este 2023 ha visto la luz “Rat saw god”, un disco soberbio que ha llamado la atención definitivamente sobre el grupo de Carolina del Norte.

Su cuidado rock alternativo, con guitarras pesadas, cercanas por momentos al noise, o piezas con aroma netamente country, hace de su directo una montaña rusa rematada en todo lo alto por la embelesada voz de Karly Hartzman, que rompe al borde del alarido mucho más de lo que puedas esperar. Aun con algún problema técnico que les privó de cierto ritmo durante la parte final del concierto, pudimos confirmar las expectativas que teníamos sobre la banda.

Mientras tanto, algún cronista que probó a experimentar el viaje en las lanzaderas desde el Civitas vio como el trayecto entre un hogar sito en el centro de Madrid se prolongó casi hasta las 2h, ayudado por la decisión de la Comunidad de Madrid de no reforzar la línea 7, la única que llega al estadio, teniendo como resultado hasta 15 minutos de espera en el andén.

Logísticamente puede tener sentido centralizar las salidas de las lanzaderas en un único punto, pero, estando este tan alejado, hubiera sido necesario tener otro par de alternativas para intentar acortar los tiempos de transporte (como en el retorno nocturno), fundamental en un evento de este tipo.

Sin embargo, pudimos reunirnos a tiempo de disfrutar la deliciosa mezcla de Pop, Rock y R&B de Arlo Parks en el escenario Santander, sin duda una de las propuestas más frescas del panorama actual. Una actuación desenfadada y sutil que transmitía autenticidad y sinceridad emocional. De esas que se gozan de pie o sentado, pero con los oídos bien atentos. Delicatessen.

Y, sin pretenderlo, en el otro extremo del recinto, nos dimos de bruces con la banda Steve Albini. Shellac es esa banda de señores mayores que pasan por allí a tocar su post rock, sin adornos ni prejuicios y con la única pretensión de desencadenar su potente torrente sonoro sobre sus seguidores. Veteranía y calidad -otra de las señas de identidad del festival- al servicio de un público que aplaudía cada una de sus canciones.

Maggie Rogers fue la encargada de continuar con la programación en el escenario Cupra. Con su indie pop luminoso -más pop que indie-, la artista americana congregó a una importante masa de público que conocía a la perfección cada una de sus canciones, lo que, sumado a su poderosa presencia escénica, tiene como resultado una proyección irrefrenable que la llevará a escalar a escenarios principales como los del Primavera, más pronto que tarde.

A la misma hora, de nuevo en el escenario Santander, un tornado se llevó por delante a todos los presentes. La cantautora y multiinstrumentista Anne Erin Clark, más conocida como St. Vincent nos regaló la que probablemente fue la mejor actuación del fin de semana. Al frente de una completísima banda, con la convicción acertada y firme de que el público busca una experiencia, ofreció un recital apabullante, electrizante y fascinante.

Su poliédrica propuesta hace de sus conciertos un ejercicio de sincretismo musical de todo tipo de estilos que mezcla con una sabiduría y pasión determinantes, de la que es imposible no contagiarse. Pasa por el rock, el funk, el pop y el free-jazz con la misma naturalidad con la que uno atraviesa el salón de su casa.

Su carrera alcanza ya los 17 años y hasta 7 discos y uno se pregunta por qué su fama no está a la altura de su talento. Sí, algunos dirán que se trata de una artista reconocida y bien considerada. A otros nos parece insuficiente. Desde luego, los que ahí estuvimos no podemos esperar a volver a encontrarnos con ella.

El escenario principal de cada festival se convirtió en el hogar de Rosalía no hace mucho -aunque parezca mentira- y, en la jornada del sábado, el trono parecía pertenecerle indiscutiblemente a la artista catalana.

En el concierto más multitudinario (con diferencia) del festival, “Motomami” y los lanzamientos posteriores al álbum, fueron los protagonistas indiscutibles de un repertorio acompañado por la archiconocida realización tiktokera que luce desde el inicio de la gira.

Con menor carga coreográfica que en su anterior gira, y sin instrumentación de ningún tipo, las bases pregrabadas, el carisma y la sobresaliente voz de la mayor artista nacional de los últimos tiempos parece ser suficiente para ejecutar un concierto redondo y sin fisuras, pero esto no te asegura el premio gordo cada noche, y en la del sábado, Rosalía se quedó incluso lejos de ese escalón del podio.

Una sensación de intrascendencia y falta de pasión se hacía latente entre un público que, en general, no se ha mostrado muy entusiasta durante todo el festival, pero que sirve de indicador perfecto para medir la temperatura de actuaciones que se esperan superlativas, como nos tiene acostumbrados “nuestra” Motomami. No siempre puede ser.

Tampoco esta primera edición del festival en Madrid ha sido un éxito rotundo: Desde un punto de vista artístico, la propuesta musical del Primavera Sound es inabarcable e imbatible y su amplia selección ha sido respaldada por actuaciones de calidad. Hemos podido disfrutar de ellas de forma relativamente cómoda, dada la facilidad para desplazarnos rápidamente entre escenarios y, como decíamos antes, su gran sonido y visibilidad, aunque tienen que solventar el cruce sonoro entre algunos de ellos.

Desde un punto de vista logístico, los problemas como el de la débil señal móvil -y telefónica-, que afectaba, incluso, a los pagos electrónicos (aunque, en esto, la propia app del festival tenía algo que ver); o algún que otro baño anegado y embarrado durante la jornada del viernes, fueron algunos de los aspectos a mejorar por parte del festival.

Otra cosa es el desplazamiento y la llegada y salida al recinto. Madrid necesita al Primavera Sound, un festival que lleva público a las salas y ofrece una magnífica y enriquecedora experiencia musical, pero lo necesita más cercano y accesible.

Redacción: Iñaki Molinos // Yago Hernández 

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