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De cuando salí de gira con Santa Claus

El año es 1996. Me contactan porque buscan a un músico que sepa hacer pistas y esté dispuesto a acompañar en vivo a un grupo de cinco muchachos que cantarán villancicos llevados a estilo pop. El patrocinante es una famosa bebida gaseosa que quiere promocionarse, como suele hacerlo desde hace décadas, usando la figura de Santa Claus; y la idea es hacer más de un centenar de miniconciertos en lugares públicos alrededor de Venezuela en el lapso de un mes hasta llegar a vísperas de Navidad.

Como estoy harto de ir a emisoras de radio a promocionar mi música y de tocar puertas en disqueras para financiar un segundo álbum como solista; como estoy decepcionado del mundo del disco y quiero ser completamente anónimo por un tiempo, acepto la propuesta para vivir una aventura distinta. Al poco tiempo iniciamos ensayos.

Los talentosos chicos, con edades entre 18 y 22, se esmeran con el ensamble vocal y las coreografías mientras yo preparo secuencias MIDI de batería, percusión, bajo eléctrico y cuerdas para complementar el piano que haré en directo. En noviembre subimos a un bus e iniciamos una especie de "magical mystery tour" con un abuelo de gran estatura, tipo nórdico y blanca barba natural que personificará la fantasía.

Lo que nunca supimos en realidad, más allá de lo divertido que siempre significa viajar por un país haciendo música y ganando buen dinero, fue la profunda experiencia emocional que nos vendría encima. Y no me refiero a los usuales desencuentros que surgen entre miembros de una banda que viven algo parecido a un matrimonio circunstancial, ni al agotamiento psicológico que producen largas horas de viaje y agobiante desarraigo en cuartos de hotel lejos de casa. Me refiero a la avalancha de sentimientos que produciría la conexión con el público.

La saga musical nos lleva en cada ciudad a plazas de todos los tamaños, grandes centros comerciales, orfanatos, ancianatos y hospitales. Después de regalar canciones como Niño lindoNoche de paz (la que creo es la tonada navideña más hermosa que se ha creado) junto a clásicos en inglés como Jingle Bell Rock y Santa Claus Is Coming to Town, nuestro Papá Noel sale sonriente en impactante traje rojo y con enorme bolsa llena de golosinas y regalitos para los niños que se acercan de a montón. La felicidad que veo en la gente es sublime, y al poco tiempo me percato de que nos siguen de un lugar a otro. Muchas veces reconozco rostros que ya han estado en el sitio que acabamos de dejar un par de horas atrás; personas que quieren volver a vivir el instante de alegría. En días, nos volvemos célebres. Hay que ver a los chicos que cantan aguinaldos a ritmo de rock y tomarse la foto con el simpático Santa que parece de verdad, más que beber gaseosa gratis de mano de lindas promotoras.

Pero Santa y nosotros en la banda dejamos correr lágrimas ocasionalmente, cuando nos pegaba de frente el cierto nivel de trascendencia de la terapia que estábamos brindando sin habernos dado cuenta. La luz en los ojitos del niño convalesciente en una cama; el entusiasmo del huerfanito que le hala el traje al simpático viejo y le dice "Santa, yo pensaba que nunca te iba a conocer". Todo podía ser sumamente conmovedor.

Yo jamás había tocado tanto en mi vida. A mitad de la gira, me dolían intensamente los dedos por el golpe repetitivo al tocar. Estaban extremadamente sensibles e incluso rotos porque en una ocasión se partió el teclado y por unos días tuve que lidiar con plástico cortante (sí, teclas partidas hieren). Pero el dolor se disipaba con la sonrisa en cada pequeño, en cada padre, en cada abuelito.

Esa ha sido la Navidad en que más regalos he dado, a muchos extraños en todo un país, en forma de lo que humildemente sé hacer: canciones. Y este recuerdo que hoy comparto con ustedes viene para inspirarles gestos de generosidad no sólo para seres queridos y cercanos, sino para alguien que no conozcan y pueda sentirse desvalido.

Regalen lo que quieran,
lo que puedan, lo que saben,
a un desconocido,
hoy, mañana, en Navidad, siempre.
Felices días, gente querida.
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