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Un ídolo es para siempre (Episodio 3)

Iba a seguir la historia hace un rato, pero el cansancio de medianoche me llevó a la cama y a revisar mensajes en mi teléfono. Fue cuando vi el saludo de Guillermo desde Florida y, después de hablarnos brevemente, me animé a tomar la laptop y escribir.

El 18 de marzo pasado celebró su cumpleaños y no pude acercarme al sitio en que mánagers, gente de producción y amigos cercanos festejarían con él, porque ese día estaba yo más de papá, compartiendo un necesario y largo rato con mi hijo. Dos días después, el 20, le tocaba a mi pequeño celebrar su día natal y mi presencia se invirtió, pues era fecha de concierto con Guillermo, y apenas tuve chance de abrazar y saludar a mi niño por unos breves segundos al verlo justo antes de entrar a su salón de clases en la mañana. El resto del día lo dediqué a acompañar a Dávila en la siguiente presentación de la gira "Un ídolo es para siempre", esta vez en San Antonio de los Altos, una urbe satélite de Caracas.

El trabajo fue más relajado en este lugar. El sitio del show era el antiguo gran salón de eventos Topacio, ahora llamado Mili Rosi, donde tocamos por última vez hace tres años y medio en una velada compartida con el célebre escritor Leonardo Padrón. Ahora la banda está mejor engranada, más madura, con más fluidez, y con un equipo técnico mejor dirigido (por el impresionante Rafael Naranjo), así que la prueba de sonido fue suave y la pudimos hacer sin requerir la presencia de Colina y Guillermo.

El espacio se llenó de gente, unas 500 personas quizás. Estos auditorios más pequeños en locales que no brindan las acostumbradas butacas de anfiteatro, sino más bien grandes mesas rodeadas de sillas para que los asistentes puedan disfrutar de bebidas y comidas con más facilidad, me recuerdan los pubs y bares de cuando empecé a tocar con mis bandas de covers en 1987. El ambiente en estos contextos es distinto al de los teatros; la energía y receptividad del público pueden ser las mismas, pero los presentes parecen más amigables entre sí, como si estuvieran en una gigante fiesta de cumpleaños.

Al llegar Colina a la zona de backstage poco antes de iniciar su show, me saludó con su especial calidez y me dijo "Gilberto Bermúdez viene esta noche y le voy a pedir que me acompañe en una canción". Eso me alegró la ocasión aún más, porque tendría la oportunidad de saludar y compartir mi instrumento con un artista que me impactó cuando tenía yo 15 años. A principios de los 80, compré el LP de su agrupación de entonces, Hydra, después de verlo tocar en la TV y sentir aún más ganas de hacer lo que él hacía. En ese momento, él era yo en un futuro cercano. Su apariencia era igual a la mía, ambos amantes de los teclados y el canto, y parte de un trío musical sin guitarras eléctricas (así sería mi banda pocos años después). Ahora, un veterano que ha grabado con gente como Frank Quintero y Franco de Vita, tiene el rol de hacer en Aditus lo que antes hacía Pedro Castillo.

La presentación de Colina inició y fue emocionante saber que yo estaba tocando también para Gilberto. La música surgió de nuevo con mucha buena vibra hasta que, para el último tema, se hizo la presentación y subió Bermúdez entre aplausos. Le cedí mis audífonos de monitoreo y le indiqué qué hacer si quería algo más que un piano eléctrico en mis teclas. Me dijo que así estaba bien y me fui a un lado del escenario a disfrutar como espectador. Ahora yo pasaba de músico a fan una vez más. Vacilé con el ritmo y recordé que un par de semanas antes había estado haciendo lo mismo cuando Gilberto actuaba con Aditus en el Forum de Valencia (¿recuerdan?) Minutos después, nos saludamos con un abrazo, y fue aún más inspiradora la humildad de alguien que me llamaba "maestro" cuando es él quien merece el título.

¡Luego vino el frenesí con Guillermo! Pueden ver la felicidad en los rostros de la gente en la foto de arriba. Hasta lo recibieron coreando "Cumpleaños feliz" (algo que hice yo para mi hijo al teléfono un par de horas antes; definitivamente lo de esta noche parecía fiesta de cumple). Por un rollo técnico ajeno a nuestro ingeniero, mi monitoreo se vio muy afectado y casi no escuchaba lo que yo tocaba y cantaba. Eso me desconcentró muchísimo; pero sentir el ánimo del público y la intensa y fluída musicalidad de Chicho, Miguel, Nicky, Marycel, Mariana y Guillermo a mi alrededor, me mantuvo con el espíritu eléctrico en otra noche de mucho feedback motivador. Hemos logrado distraer a paisanos en tiempos duros y ésa ha sido la mejor compensación.

Aparte de estrecharle la mano a Gilberto... a quien, para concluirle esta especie de mini-tributo, les presento en este video de esos días en que él era yo y yo era él, incluso con los mismos instrumentos que poquito después yo usaría. Qué recuerdos...


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Notas relacionadas:
  • Un ídolo es para siempre (Episodio 1)
  • Un ídolo es para siempre (Episodio 2)
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