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El chip de adoración

Primera conversación. Por teléfono…

—Hola Betty, ¿cómo estás?

—¡Muy bien, Noel! ¿Cómo estás tú?

—Muy bien, también. Llevo rato sin verte en la iglesia, ¿o es que vamos a reuniones distintas?

—No, la verdad es que ya no estoy yendo con ustedes, estoy yendo a otro lugar.

—¡Ah, sí! ¿Y a dónde vas ahora?

—Me regresé a la iglesia católica.

—Betty, ¿en serio? ¿Y eso a qué se debió?

—Es que allí sí se ora a la Virgen María y donde ustedes no.

—Sí, entiendo. Pero, ¿comprendes que la Escritura enseña que solo a Dios se le debe de orar, ¿verdad? A nadie más.

—Pero eso no importa, yo siento que ella me escucha y que yo la amo.

—Entiendo, pero sabes que ella no te oye, ¿o no? Cuando un ser humano muere, va al cielo, pero las personas que se fueron de este mundo no pueden escuchar nuestras oraciones. Eso dice la Biblia.

—Sí, pero no solo hay que creer lo que dice la Biblia. Yo siento que ella me oye y por eso le oro todos los días. ¡Es más! Yo siento su presencia y que ella está conmigo.

Etc., etc., etc.

Segunda conversación. En persona…

—¡Saúl! ¿Cómo te va?

—¡Muy bien, Noel! ¿Y vos cómo estás?

—También, bien. ¿Cómo vas con aquello? ¿Tomaste una decisión?

—Pues aún estoy en eso.

—Ya son varios meses, Saúl, ¿no crees que la Biblia es clara sobre ese tema y que deberías de tomar una decisión drástica al respecto?

—Sí, yo sé lo que la Biblia dice, que estoy en pecado y que debo dejar de acostarme con mi novia, además de romper la relación. Pero es que no puedo.

—¿No puedes o no quieres?

—Francamente, ¡las dos cosas! Es que la amo y no veo mi vida sin ella.

—Bueno, al final la decisión es tuya, pero mi responsabilidad como amigo es motivarte a serle fiel al Señor por sobre todas las cosas y que demuestres tu amor por Él obedeciendo su Palabra.

—¡Pero yo amo a Dios! ¡En serio! ¡Lo amo!

—Sí, comprendo que me digas eso y que creas que lo amas, pero Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15) y Él te ha pedido a través de su Palabra que rompas con la inmoralidad y con el yugo desigual en el cual estás. Entonces, a la luz de la Escritura, tú crees amar a Dios, pero realmente no lo amas. Te lo digo como amigo, porque te aprecio y mi responsabilidad es hablarte la verdad.

—Lo sé y aprecio tu preocupación por mí, pero yo creo que puedo seguir siendo cristiano y a la vez continuar con mi noviazgo. No veo por qué no pueda.

Etc., etc., etc.

Última conversación. También en persona…

—Roberto, ¿cómo estás? Te quería preguntar algo, pero espero no incomodarte.

—No, dale, puedes preguntarme cualquier cosa.

—¿Cómo está ese asunto de que tu pastor dejó a su esposa y ahora está viviendo con otra mujer. Y para rematar, sigue predicando cada domingo.

—Sí, es verdad. Pero así son las cosas. Una relación no funciona ¡y ni modo!, él cree que Dios lo está guiando a iniciar un nuevo matrimonio y está pronto a casarse.

—¡Vamos, Roberto! Él está en abierto adulterio, ¿no te incomoda que tu pastor esté en pecado y a la vez tú seas parte del liderazgo de su iglesia?

—Mirá, Noel. Te voy a hacer sincero. Si mi pastor sigue ganando almas, ¿qué importa cuántos matrimonios tenga? Él está llevando a otros a Cristo y eso es lo único que a Dios le importa. ¡Igual que a mí!

Etc., etc., etc.

Todas las conversaciones son verídicas y todas tienen algo en común: que el chip de la adoración de cada una de estas personas sufrió un corto circuito. Sus chips están estropeados, no funcionan, están descalibrados y deberían hacerles el ajuste requerido.

Espero que comprendas la analogía. Cuando nacemos, todos los seres humanos traemos un chip de adoración. Claro, defectuoso a causa de la caída de Adán y Eva. Tú lo sabes, nacemos en condición de pecadores. Pero una cosa es esa y otra que con el paso de los años, ese defecto de fábrica empeore y acumule más y más cortocircuitos. El asunto es que muchos de nosotros, en lugar de repararlo, dejamos que se deteriore aún más hasta llevarnos a adorar cualquier cosa que no sea el Dios de la Biblia. En el caso de Betty, a María de Nazaret; en el caso de Saúl, a su novia; y en el caso de Roberto, a su propio pastor o iglesia. ¿Me explico?

El problema de muchos que decimos llamarnos cristianos, o si quieres, que no hacemos llamar “adoradores de Dios”, es que tenemos ídolos. Visibles o invisibles, pero al fin ídolos. Y, según la Biblia, se espera de aquellos que dicen formar parte del pueblo de Dios que adoren única y exclusivamente al Señor Dios Todopoderoso.

Muchas veces pensamos que los idólatras son los hindúes con sus más de 30 mil dioses, los budistas con sus Budas diminutos en las salas de sus casas o los seguidores de la Nueva Era que adoran la naturaleza y las cosas creadas. Pero la idolatría puede que esté presente en quienes decimos ser cristianos. Tú conoces el concepto de ídolo, ¿no es cierto? Es aquello que amamos igual o más que a Dios. No importa que sea material o inmaterial, la idolatría es una tentación grande y sutil entre quienes decimos llamarnos adoradores de Dios. Por eso Betty y su devoción por la Virgen es idolatría, Saúl y su apasionamiento sexual es idolatría, y Roberto y su lealtad hacia su pastor equivale a idolatría.

¿Y qué de ti? ¿Qué de mí? ¿Cómo está nuestro chip de adoración? ¿Está calibrado solo para adorar al Dios de la Biblia y a nadie más? ¿O será que está estropeado y deberíamos hacerle algunos ajustes para que cumpla su real función?

Noel Navas.



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