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Lo que siempre quise y nunca pude decir sobre el don de profecía (Quinta parte)

La primera vez que me topé con la realidad de las falsas profecías, fue a mediados de los 90´s. Resulta que por esa época fui a un viaje misionero a corto plazo a dos países de Suramérica. Resulta que mi entonces iglesia organizó este viaje bajo la dirección de los pastores de jóvenes y a ellos nos unimos 20 jóvenes más que nos costeamos boleto, alimentación y todo lo necesario para viajar. El asunto es que entre quienes fuimos, se coló una señorita que afirmaba tener el don de profecía. Debido a que un par de años antes yo había ido a un viaje misionero y el resto no, los pastores delegaron en mí cierto grado de liderazgo sobre el grupo.

El viaje duró dos semanas, una semana en cada país. Los problemas comenzaron a surgir cuando a la mitad del viaje, tres integrantes del grupo se acercaron a mí por separado para contarme algunas profecías que esta señorita les había dado. La más preocupante fue una que le dieron a una amiga donde le sacó en cara todo su pasado pecaminoso. No con afán de producir arrepentimiento —como  a veces puede ser una palabra profética—, sino con otra intención. Cuando Ella me buscó y me contó, me dijo: “Noel, yo me arrepentí hace mucho de esos pecados y en fe creí que Dios ya me había lavado y perdonado, ¿y ahora Él viene a restregarme mis pecados en la cara?”. Mi amiga estaba confundida, dolida y avergonzada. Así que le abrí la Palabra para mostrarle que eso que la señorita hizo estuvo mal y fue desatinado.

La cuestión es que eso pasó con dos personas más del grupo relacionado con otros temas y también los tuve que orientar para mostrarles que lo que ella había profetizado no era bíblico. Hasta donde recuerdo, después de eso se le pidió a la señorita que no profetizara más, pero no recuerdo si nos hizo caso. El punto es que —si te fijas—, prácticamente yo contradije las palabras proféticas de esta señorita en tres ocasiones.

El problema surgió cuando volvimos a casa. Como el viaje había sido en diciembre, en enero la iglesia convocó a los miembros a que nos reuniéramos a orar todos los mediodías durante las primeras dos semanas del año. Algo así como forma de consagrar el año al Señor e iniciarlo con pie derecho. Como me comprometí a dirigir la adoración durante esas reuniones, mi hermano menor me echó la mano tocando el piano y un día, durante la oración, pidieron que hiciéramos grupos de tres para que oráramos unos por otros. Así que como mi hermano estaba cerca de mí, nos juntamos él, yo y… ¡Exacto!… la profetiza que yo había contradicho durante el viaje misionero.

Cuando comenzamos a orar, todo bien; pero a los pocos minutos la cosa cambió. Ella comenzó a profetizar, ¿sobre qué? ¡Sobre mí! “¡Así te dice el Señor!”, dijo con su tonito de voz característico. “Debido a que has contradicho a mi sierva la profeta, ¡te llamo a ti al ministerio profético! Serás llamado profeta, pero cuando te toque profetizar, ¡a ti también te contradecirán así como contradijiste a mi sierva!”, bla, bla, bla. Obviamente, la sierva era ella misma y cuando vi por dónde iba el asunto, dejé de orar, abrí los ojos, me le quedé mirando fijamente, claro, ella no me veía porque tenía los ojos cerrados y concentrada en “profetizar”. Cuando terminó, nos soltamos de las manos, ella se fue y mi hermano me dijo muy preocupado: “¿Estás bien? ¿Estás bien?”. Inmediatamente finalizada la reunión, le reportamos al pastor lo que había sucedido. Y a los pocos minutos, mientras guardábamos los instrumentos musicales, ella pasó frente a mí y mi hermano y dijo con voz lastimera: “¡Lo siento, Noel! ¡Pero así me usa el Señor!”. Y se fue como si no hubiera pasado nada.

10 años después supe que seguía profetizando. Por una buena fuente me enteré de que ella estaba usando su “don profético” para convencer a un sujeto a que se casara con ella, además de que manipulaba a la gente para que le dieran dinero.

¿Por qué te cuento todo esto? Porque a la par de los dones genuinos del Espíritu, muchas veces surgen personas desorientadas bíblicamente, inmaduras de carácter y con serios problemas emocionales que les gusta el poder, el protagonismo y el estatus que da tener el don de profecía. Otros no, por pura ignorancia de lo que la Escritura enseña y falta de supervisión pastoral, incurren en desatinos que confunden y lastiman a personas, familias e iglesias. Y ni se diga, que traen vergüenza a la causa del Evangelio. ¿Qué hacen algunos ante esta realidad? ¿Cómo reaccionan ante el abuso que a veces se da de los dones? Se vuelven “cesacionistas”. Prefieren ese camino que ser incluidos dentro de ese tipo de cristianismo. Si yo fuera ellos, ¡haría lo mismo!

Yo comprendo perfectamente las reservas de muchos ante el tema de los dones del Espíritu y respeto su postura. Como dije en la primera entrada, muchos predicadores que yo admiro y sigo en redes sociales son “cesacionistas”, pero el hecho de que exista un riesgo de mala administración de los dones del Espíritu no debería hacerles pensar que todos los “continuistas” estamos de acuerdo con los abusos y desatinos que suceden. No, así como hay “continuistas” sobrios, hay “continuistas” que no lo son; así como hay dones que se manifiestan genuinamente por el Espíritu, hay dones que se manifiestan más por emocionalismo que por otra cosa.

Creo que el caso más reciente de una palabra de profecía bien administrada y que fue público para millones de cristianos, fue el caso del Pastor Fernando Solares Jr. que en el evento Unidos con Julio Melgar —celebrados el 11 de marzo pasado—, ministró proféticamente de forma sobria. Si recuerdas su participación, él pasó, le dieron el micrófono y sin tanto show comenzó a brindar una palabra de “edificación, exhortación y consolación” conforme lo enseña 1 de Corintios 14:3. No hubo fanfarria, no hubo griterío ni tampoco el típico lenguaje Reina-Valera 60 que estilan algunos. Él simplemente dio una palabra que aseguró haber recibido de Dios durante el concierto y de forma natural la brindó en un momento que tanto Julio Melgar, su familia, los que estaba allí congregados y toda la iglesia latinoamericana necesitábamos escuchar. Lo quieran o no ver algunos, ese es un buen ejemplo de una palabra profética administrado de forma sobria y equilibrada.

Yo soy amigo del pastor Fernando Solares Jr. y ambos somos “continuistas”. Muchas veces hemos hablado del tema de los dones del Espíritu y como suele pasar, a veces lamentamos cómo quienes dicen tenerlos meten la pata y nos dejan en vergüenza a todos los “continuistas”. Fernando me ha contado de profecías que ha recibido en el pasado que, incluso, actualmente se están cumpliendo en su vida, familia y ministerio. Yo también las he recibido, no muchas, pero han provenido de cristianos maduros y sobrios que saben administrar sus dones espirituales y emplearlos como el Nuevo Testamento enseña: para edificación (1 de Corintios 14:3-5, 12 y 26).

Continuará…



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