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Adorar con la mente, la adoración olvidada (Segunda parte)

Como dije en la entrada anterior, Adorar con la mente es utilizar las facultades mentales para la gloria de Dios. Estoy hablando de utilizar la imaginación, la concentración, la percepción, el razonamiento, la intuición, la memoria, etc. que Dios nos ha dado y hacer uso adecuado de ellas. Además, comenzamos a ver una de las formas con que podemos adorar con la mente: memorizando las Escrituras. Continuemos, entonces, con otra forma más con que podemos adorar a Dios con la mente.

2. Adoramos a Dios con la mente cuando estudiamos una profesión u oficio.

En mi familia somos 5 hijos y mis papás nos inculcaron desde pequeños que debíamos profesionalizarnos. Claro, nos dieron libertad para estudiar lo que quisiéramos, pero fuera lo que fuera que eligiéramos estudiar, nos atornillaron en la cabeza que debíamos profesionalizarnos. A tal grado fue su adoctrinamiento que una vez nos dijeron: “Nosotros no les daremos permiso de que tengan novia, ¡hasta que obtenga su profesión! ¿Ok?” Imagínate, 5 hijos varones, ¡todos queríamos tener novia! Por lo tanto, ¡todos quisimos profesionalizarnos!

Estudiar una carrera universitaria, una maestría o un doctorado, o según tus capacidades, especializarte en un oficio y capacitarte para ser un mejor trabajador, es adorar con la mente. ¿Por qué? Porque a través del estudio del pensum académico o de las destrezas que se requieren aprender para desarrollar una ocupación, expandes tu conocimiento, tu memoria y tu capacidad mental. Estudiar una profesión es adorar porque para ser el mejor en tu vocación o adquirir un título, tendrás que hacer uso de tu voluntad, es decir, de determinación mental para alcanzar tu objetivo de especializarte.

Otra forma de definir “fuerza de voluntad” es a través de la palabra “carácter”. Y mi definición favorita de carácter es: “permanecer en las decisiones tomadas a través del tiempo a pesar de que la emoción ya no esté”. No sé de quién es la definición, pero una vez la vi en un mural y me impresionó. Así que analicemos cada una de las partes de la definición y apliquémoslas a los estudios vocacionales y universitarios.

“Permanecer en las decisiones tomadas…”

Cuando escoges una profesión u oficio, tú tomas una decisión. Tú ves tus habilidades, examinas lo que te apasiona, analizas las opciones de estudio, visualizas tus sueños y entonces, después de reflexión y asesoría, escoges a qué te quieres dedicar el resto de tu vida. Para saber tomar decisiones, ¡buenas decisiones!, se requiere utilizar adecuadamente las habilidades mentales.

“… a través del tiempo…”

Una profesión u oficio no se obtienen rápidamente. Si es un oficio, como la carpintería, la albañilería, etc. puede que requieras entre dos y tres años para que seas considerado alguien habilidoso y muchos años más para que seas calificado como experto; pero una profesión universitaria es distinta. Requerirás de entre cuatro y ocho años —dependiendo de la carrera que escojas— para conseguir tu título. Por lo tanto, permanecer en una decisión durante ese lapso y no desistir, revelará la solidez de tu carácter y la determinación mental que posees.

“… a pesar de que la emoción ya no esté”.

Todos iniciamos nuestros estudios académicos o empíricos con ilusión, entusiasmo y emoción; sin embargo, ser puntual a las clases, pasar mucho tiempo en el aula, hacer las tareas, trabajar en equipo, presentar exámenes, etc. no es nada emocionante. Estudiar una carrera o aprender un oficio, claro que es prometedor, pero entre el día que iniciaste y el día en que culminarás, pasarán muchos años. Y si tú eres una persona volátil, emocionalista y que vive solo de sensaciones, abandonarás tus estudios antes de terminar. ¿Por qué? Porque no tienes carácter, no tienes determinación mental, no has aprendido a comenzar algo y finalizarlo.

Insisto, adoramos a Dios al adquirir una profesión u oficio. ¿Por qué? Porque para culminar este tipo de proyectos se requiere carácter y para tener carácter se requiere una voluntad férrea, disciplinada y esforzada. Tú determinación de comenzar algo y completarlo es lo que te convertirá en un estudiante que destilará excelencia durante todo el tiempo de estudios. Y bueno, hablando de excelencia, ¿aún no estas convencido de que adquirir una profesión u oficio no tiene nada que ver con la adoración? ¿Acaso no recuerdas el caso de Daniel, Sadrac, Mesac y Abeg-nego? Mira lo que dice la Escritura:

“Entonces el rey mandó a Aspenaz, jefe de sus oficiales, que trajera de los hijos de Israel a algunos de la familia real y de los nobles, jóvenes en quienes no hubiera defecto alguno, de buen parecer, inteligentes en toda rama del saber, dotados de entendimiento y habilidad para discernir y que tuvieran la capacidad para servir en el palacio del rey; y le mandó que les enseñara la escritura y la lengua de los caldeos… Entre éstos estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá. Y el jefe de los oficiales les puso nuevos nombres: a Daniel le puso Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego… A estos cuatro jóvenes Dios les dio conocimiento e inteligencia en toda clase de literatura y sabiduría… Al cabo de los días que el rey había fijado para que fueran presentados, el jefe de los oficiales los trajo ante Nabucodonosor. El rey habló con ellos, y de entre todos ellos no se halló ninguno como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; entraron, pues, al servicio del rey. Y en todo asunto de sabiduría y conocimiento que el rey les consultó, los encontró diez veces superiores a todos los magos y encantadores que había en todo su reino”.
Daniel 1:3-4, 6-7, 17, 18-20.

Como sé que conoces la historia, no me detendré mucho en ella; pero este pasaje nos muestra a estos jóvenes hebreos demostrando que quienes forman parte del pueblo de Dios pueden ser grandiosos estudiantes. Y si aún no crees que estudiar, capacitarse o profesionalizarse tiene que ver con la adoración, te dejo de tarea que vayas a estudiar Daniel capítulo tres para que veas la prueba a la que ellos fueron sometidos y con la que se midió el calibre de adoradores que eran.

En Daniel tres, Nabucodonosor amenazó a tres de ellos con lanzarlos al horno de fuego si no se postraban a adorar la estatua que había erigido. ¿Qué hicieron Sadrac, Mesac y Abeg-nego? Estuvieron dispuestos a morir por causa de su lealtad al Señor. Ellos no estaban dispuestos a inclinarse ni un milímetro ante la estatua, a no brindar ni una gota de adoración ni a proporcionar un gramo de pleitesía a alguien distinto al Dios de Israel. Tú sabes qué pasó al final: su ejemplo de determinación trascendió el imperio y hasta Nabucodonosor rindió reverencia al Dios Todopoderoso.

Ahora, ¿tú crees que ellos se convirtieron en adoradores de Dios de la noche a la mañana? ¿Tú crees que determinaron en sus corazones no adorar a nadie más ese día que Nabucodonosor los amenazó con calcinarlos? No, ellos ya practicaban la adoración a Dios desde su juventud. Por eso, al nomás iniciar el libro de Daniel, los encuentras siguiendo sus convicciones dietéticas para no contaminarse con la comida del rey (Daniel 1:8-13). Ellos eran tan rigurosos en su determinación de adorar solo a Dios, que no quisieron contaminarse con comida idolátrica que reñía con sus valores religiosos. Es decir, tú ves a estos jóvenes comprometido con la adoración a Dios desde Daniel capítulo 1, y luego lo siguieron demostrando en Daniel capítulo 3. Por lo tanto, la excelencia en los estudios “diez veces mejor” con que ellos sobresalieron de entre todos los cautivos y que modelaron en Daniel 1:18-20, simplemente fue reflejo de su compromiso como adoradores de Dios.

Ser un adorador es sinónimo de excelencia en los estudios, de calidad académica y de procurar un alto estándar intelectual. Así que la adoración no está separada de la preparación vocacional o universitaria y, por lo tanto, debes estudiar, profesionalizarte, especializarte, etc., que haciendo estas cosas estarás adorando a Dios con la mente que el Señor te dio para que la llenaras de conocimiento, habilidades y destrezas.

Continuará….



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