Borges dijo alguna vez que la Palabra “siempre” estaba vedada a los hombres. Vivimos en el reino de lo efímero, de lo pasajero. Es efímero este intento por reflejar una idea, lo que estoy haciendo ahora mismo, porque pasará irremisiblemente. Su efecto puede quedar unos minutos, quizás inclusive vuelva a aparecer dentro de unos años en un lector desprevenido que recuerde que leyó algo. Porque esto que escribo solo tiene sentido para (y si) alguien lo lee. Probablemente ni siquiera recuerde donde. Me pasa seguido. Enlazo, vinculo, encadeno cosas que recibo con cosas que leí, pero no me preguntes adonde, o escuché, mucho menos. El sonido es más volátil que la imagen todavía. Porque nosotros pasamos, todo pasa, todo. Inclusive antes de pasar definitivamente, todo se transforma, se modifica, a veces a si mismo y otras veces por la acción de agentes extraños, como las traducciones o los contextos. O sea que se modifica antes de desaparecer, lo que es lo mismo que terminar. Por eso usamos la palabra siempre en una versión (siempre) recortada. La adjudicamos a nuestra época, o a una personalísima visión de la realidad. Porque es evidente, entonces, que la palabra “siempre” siempre se modifica. Nunca significa lo que dice significar. Así son las cosas en el Reino de lo Efímero. Un juego de espejos (Borges otra vez) de lo pasajero.