Los seres humanos buscamos, directa o indirectamente, constante o esporádicamente, sutil o expresamente, la aprobación y el Reconocimiento de los demás. El que diga que no le importa lo que digan los demás, o está mintiendo o está profundamente desequilibrado. Podría haber algún caso que confirme la regla, pero probablemente ese caso estaría viviendo en una isla desierta a estas alturas. Y no está mal ansiar el reconocimiento. El problema es que somos muy malos para reconocer a los demás. Es decir, ansiamos el reconocimiento pero no hacemos mucho por reconocer verdaderamente a los otros.

Si los otros hacen una tarea que no nos interesa, por ejemplo cuidar delfines o fomentar el uso de anticonceptivos, no nos ponemos un instante a analizar su verdadero peso, su dificultad o su complejidad, sino que lo despachamos con un Aha! y listo. No hacemos el menor esfuerzo en ponernos en los zapatos del otro y ejecutar ese reconocimiento que el otro está ansiosamente esperando en silencio. Al mismo tiempo nos sentimos casi heridos si el otro no se interesa por la nimiedad más absoluta de nuestra existencia. Así somos.