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Clásica y moderna

Por Daniel Link para Perfil

Casi todos quienes asistimos al congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en Atenas teníamos entradas para ver la puesta del Hippolytus de Eurípides en el marco del festival de verano de Atenas-Epidaurus.

El Teatro de Epidauro, concebido por el arquitecto Policleto el Joven hacia el 330 a. C., permanece hasta nuestros días como el mejor conservado de la Antigüedad. Tiene una capacidad de 14 mil espectadores y está a dos horas de Atenas. La aventura demandaba, pues, no menos de seis horas y sabemos de varias académicas frívolas que decidieron perder su ticket antes que arriesgarse a dilapidar sus preciosos minutos.

Por supuesto, se equivocaron. Entrar al teatro era ya de por sí una experiencia conmovedora y aunque simplemente hubiera cantado Juan Carlos Baglietto, el viaje habría valido la pena.

Eurípides, uno de los tres grandes trágicos de la antigua Grecia, escribió dos veces Hipólito, para poder ganar los agones. La tragedia cuenta el desaforado deseo de Fedra por su hijastro Hipólito, devoto de Artemisa, la diosa cazadora y bastante poco inclinado a los encantos de Afrodita quien, para vengarse, lo enreda en una serie de equívocos trágicos. Fedra se suicida, Teseo es inducido a creer que su hijo Hipólito la violó. Lo destierra y el joven muere pisoteado por sus propios caballos.

La crítica a las veleidades de los dioses, tan típica del teatro de Eurípides, queda aquí muy en evidencia, así como su sutil psicologización de los caracteres dramáticos.

La puesta estuvo a cargo de Katerina Evangelatos (directora del festival, que también funcionó en el Odeon, al pie de la Acrópolis). Con gran inteligencia, justificó cada uno de los sofisticados recursos que introdujo. Afrodita filma en ángulos extrañísimos la acción (punto de vista inhumano), que vemos proyectada en una pantalla.

Hacia el final, como todas estamos fatalmente inermes ante el capricho de los dioses, los 20 actores de reparto aparecen espléndidamente desnudos. La escenografía es preciosa y el cadáver de Fedra es dispuesto en el agua como la Ofelia de Millais. La tragedia es eterna, como el portentoso deseo.

Volvimos a casa con la excitación de quien sabe que participó de una experiencia única.

 



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