En España (y en el resto del mundo occidental) quisimos imitarlos… pero a nuestra manera. Las mascarillas fueron durante tres meses un objeto de lujo, desaconsejado por las autoridades; los rastreadores hicieron acto de presencia ya en verano y su labor ha sido “discreta” (tampoco vamos a hacer sangre) y la app, Radar Covid, empezó a poder descargarse en algunas autonomías (porque hasta para esto tenemos 17 normas) a los seis meses del inicio de la pandemia y su uso ha sido “espectacular”.
Habrán entendido que es una ironía. Tras cinco Meses vendiéndonos que era la panacea para acabar con el virus chino, apenas un 14,4% de la población española se había descargado la aplicación, que no quiere decir que la usasen.
La aplicación tiene un sencillo funcionamiento. Mediante la geolocalización del móvil, sabe en todo momento por donde nos hemos movido y, si todos tuviesen instalada la app, sabríamos si en algún momento habíamos estado cerca de algún infectado. Igualmente, si nosotros nos hemos infectado, el resto de contactos lo sabría y tomaría las medidas oportunas. Así es como ha funcionado desde el principio en Japón y Corea.
Lógicamente, descargar sólo la app no sirve de nada. Si tenemos la desgracia de contagiarnos, debemos informar a la aplicación de nuestro positivo, mediante un código que se descarga en la web del servicio (se tiene que facilitar sólo el número SIP), para que ésta pueda advertir al resto de la población.
¿A qué se debe este fracaso? Como siempre, no hay una única razón. El bombardeo de medidas anti-Covid ha hecho que pase completamente desapercibida, lo que unido a la falta de unas instrucciones claras de uso, ha hecho que muchos ciudadanos no se hayan planteado su utilización. Tampoco ayuda el que a los españoles no nos gusta que nos controlen y eso de que nos geolocalicen nos suena a falta de libertades (como si no estuviésemos controlados continuamente desde que surgieron los teléfonos inteligentes).
Y después de estar escuchando a diario desde los medios de comunicación, declaraciones de nuestros gobernantes criminalizando a los que se contagian (ya saben, son unos inconscientes, están de fiesta, no llevan mascarilla, no guardan distancias, etc.), a ver quien es el chulo que reconoce, identificándose mediante el SIP, que lo ha pillado.
¿Cuánto habrá costado? No lo sé, pero estas cosas baratas no son. Y teniendo en cuenta que sólo ha servido para que, en los inicios, nuestros políticos se las diesen de expertos tecnológicos…