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Todos leyeron El secreto

“Las ideas de economistas y filósofos, tanto cuando son acertadas como cuando son equivocadas, son más potentes de lo que se suele creer. En realidad, el mundo no se gobierna por otra cosa. Los hombres prácticos, que se creen del todo exentos de influencias intelectuales, son normalmente los esclavos de algún economista difunto. Los locos en el ejercicio del poder, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí de un escribidor académico de algunos años atrás”. Es una frase de Keynes que pueden leer en la columna de la derecha.

Siguiendo esa idea, deberíamos encontrar el origen de esta situación en esos “escribidores académicos de algunos años atrás”, es Decir, en las obras que protagonizaron la formación del Pensamiento político actual. Pues bien, hace 15 años, el libro más leído era El secreto, de Ronda Byrne, cabecilla de una banda integrada también por el caballero de la armadura oxidada, el monje que vendió su Ferrari y Paulo Coelho.

El secreto no era un libro original. Recogía lo que se conoce como Ley de la Atracción, un concepto que comparten varias facetas del pensamiento mágico, religiones y pseudociencias, y se resume en cuatro puntos.

  1. Saber qué es lo que uno quiere y pedirlo al universo
  2. Enfocar los pensamientos de uno mismo sobre el objeto deseado con sentimientos como entusiasmo o gratitud.
  3. Sentir o comportarse como si el objeto deseado ya hubiera sido obtenido.
  4. Estar abierto a recibirlo.

Es decir, el libro propone la emoción personal (el deseo o la actitud) como factor principal de la acción humana, arrinconando la acción o el pensamiento. Sin ironías, podemos realizar el ejercicio de comparar con estos cuatro puntos los principales movimientos políticos que han surgido en los últimos años en la política española. Cualquiera, vamos.

El ejemplo más claro, quizá, es el proceso soberanista de Catalunya. ¿Por qué millones de personas consideraron que era posible cambiar el mapa de Europa sin violencia, sin acuerdo, sin apoyo internacional y sin una crisis regional? Porque se lo decían voces autorizadas desde los partidos o los medios. Sí, pero sin la base del pensamiento mágico, de esta Ley de la Atracción, habría sido complicado porque cualquier sociedad se hubiera hecho ciertas preguntas: cuál es la situación, con qué apoyos se cuenta, cuáles son los pasos, qué consecuencias tendrá, etc. Nada. Tan sólo, deseo. Y, como es justo y lo quiero, sucederá. Porque me lo merezco.

El pensamiento mágico también ha ocupado el lugar de la ideología o la acción en la protesta social o en la nueva política. Salvo algunas acciones concretas, cada vez más aisladas, el razonamiento habitual es el siguiente: esto es injusto (desigualdad, despidos, precariedad, desahucios, etc.), con lo que debe revertirse. Se presenta un problema social y, por lo tanto, político como una cuestión moral. Así, sin más, como si afectara al equilibrio interno del universo. No nos merecemos, por lo tanto, dejará de suceder.

Todo es posible. Todo, un nuevo marco laboral, la disolución de la Troika o la República española o catalana, pero la historia indica que los grupos sólo logran conquistas mediante el pensamiento y la acción; es decir, a través de la creación de una nueva visión del mundo (ideología), que siempre precede al enfrentamiento directo o indirecto con los otros grupos que buscan el mismo territorio (política). En la dimensión social, se llama lucha de clases. La nueva política minimiza ambos conceptos: ni ideología, ni enfrentamiento. Nada. Tan sólo, deseo. Y, como es justo y lo quiero, sucederá.

Podríamos decir que ambas iniciativas se sienten parte de un proceso histórico inevitable y que todo aquel que se enfrente será arrollado. Tales cosas no existen. Existen circunstancias que, dependiendo de los grupos sociales en lucha, pueden decantarse de un lado u otro. Nada es inevitable. Todos los actores, uno por uno, son prescindibles. Habitualmente, todo eso que parece tan importante desapare sin que nadie se dé cuenta.

Pero esa sensación de pertenecer a un proceso histórico inevitable provoca en esas iniciativas políticas un aura de superioridad moral, el viejo providencialismo, algo que se concreta en cierta soberbia y, en la acción política, subjetivismo. Es decir, un análisis voluntarista de las propia fuerza que provocará desgaste, desestimientos, deserciones y, tras la no consecución de los objetivos, frustración. O resignación, el escenario probable que, sin ideología ni política, espera a ambas iniciativas; es decir, nos espera.

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