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Ni tanto, ni tan calvo… pongamos que hablo de innovación educativa

Debe ser que la playa me ha sentado bien o que, quizás, deba purgar mi conciencia para satisfacer la necesidad de poner mesura entre extremos que, en ocasiones, se Pueden Llegar a tomar como valores absolutos cuando, realmente, no existen los mismos. O quizás sea debido a la necesidad de aclarar, como sucede en ocasiones, ciertos aspectos relacionados con temas que, por exceso de diatriba, deben ser matizados cada cierto tiempo.

Fuente: http://elrincondemoriarti.blogspot.com.es

Pongamos que Estoy hablando sobre innovación educativa. Sobre esas prácticas viejas revestidas de modernidad absoluta que ahora se venden como la solución a todos los problemas. Sí, lo de Pokémon Go aplicado al ámbito educativo y que, por razones que se desconocen, están haciéndose un hueco en tertulias, panfletos e incluso redes sociales. Bueno, lo último tampoco no es meritorio ya que sólo hace falta ver lo que la gente comparte en las mismas para darse cuenta de la superficialidad que supone en la mayoría de ocasiones. Pero va, voy a ser positivo, también aceptamos pulpo como animal de compañía.

Debo reconocer que sigue preocupándome en exceso ver que todo tiene tantísimas bondades en las Aulas. Que uno es capaz de jugar con sus alumnos y, además de poder pasárselo bien con cerca de treinta alumnos consigue un aprendizaje significativo con la mayoría de ellos. Bueno, al menos es lo que vende pero, por desgracia, algunos tampoco debemos saber trabajarlo bien porque no conseguimos esos resultados. Lo que, al final genera una mezcla de envidia y frustración a partes iguales…

No, ahora en serio. Estoy convencido de que hay cosas que se están haciendo en muchos centros fantásticas. Que también hay algunos que están difundiendo las mismas que realmente se lo creen. Y estoy convencido de que les funciona. Quizás no tan bien como dicen que funcionan pero, sinceramente, para darles un vistazo más generoso y poder hacer una importación muy adaptada de algunos aspectos. Sí, puede ser que el Flipped Classroom se pueda matizar en nuestras aulas. E, incluso que pueda servirnos para mejorar algunas pequeñas cuestiones. Por cierto, hablar de flipped classroom es hablar de ABP, de introducir la programación e, incluso, de trabajar las emociones. Bueno, esto último ya lo hacemos y lo seguiremos haciendo en nuestras aulas pero, bueno, creo que ya intuís la línea argumental del asunto.

Me encanta que se hable de temas educativos. Me fascina saber que hay experiencias fantásticas que, dentro de un contexto difícilmente extrapolable, pueden llegar a funcionar. Estoy feliz al ver que en los medios se empiezan a escribir columnas para hablar, no sólo en clave negativa, de cuestiones relacionadas con mi profesión. Es algo que me llena de satisfacción pero también me genera mis dudas. Bueno, unas dudas que se deben más a la compra acrítica de productos que van en lote cuando lo que deberíamos hacer es coger un poco de aquí, otro poco de allí y mezclarlo con ingredientes que podamos aportar de cosecha propia. Eso sí que es innovar y es lo positivo del asunto.

Lo malo no es vender innovación educativa, lo malo es comprarlo como se está haciendo en la mayoría de ocasiones. Ojalá el curso que viene haya miles de innovaciones educativas en las aulas de nuestro país. Sí, ya sé que no es la cantidad pero si vamos haciendo cosas, adaptando las mismas a nuestro contexto y trabajando desde el centro sin creernos frases grandilocuentes ni experimentos cuyo único objetivo está muy alejado de cubrir las necesidades quizás, y sólo quizás, podremos cambiar un modelo de Escuela. Un modelo que no tiene porque ser innovador ni tradicional. Un modelo que va a depender de saber coger las proporciones justas de todos los métodos maravillosos -que no lo son tanto- que están vendiendo y darles un buen meneo para que nos salga lo que necesitamos.

Es bueno que se hable de educación. Es bueno que se hagan y vendan cosas interesantes. Eso sí, la virtud de lo anterior es encontrar el punto medio que no tiene que ser establecido como aritmético y más como sentido común.



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