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Dicotomías educativas: entre la libertad y la censura

Hoy casi caigo en la tentación de escribir un artículo acerca de la hipocresía educativa. Algo que creo que, más allá de remarcar lo que está sucediendo (no solo) en educación, sería algo contraproducente. Bueno, no sé si contraproducente es la palabra más adecuada. Creo más bien que daría herramientas a determinados manipuladores e hipócritas de nombres irrelevantes, a los que se les está dando demasiada importancia mediática, para poder seguir victimizándose. Verdugos vendiendo que son las víctimas. La manera de vivir de algunos.

Por ello voy a intentar hablar acerca de las dicotomías. Y lo voy a intentar hacer de forma general, aplicándolo al ámbito educativo. Siempre, como ya sabéis, con esos redactados que distan mucho de ser algo coherente. Es que, voy a confesaros una cosa, me apetecía escribir algo e iba muy justo de ideas. A ver si me echáis una mano para hablarme de algo que no digan los que se pasan el día metiendo beef en las redes sociales a los que últimamente se les ve demasiado el plumero.

Nada. Voy a lo mío…

La educación, por desgracia, se encuentra a menudo en un maremágnum de contradicciones. La hipocresía educativa, con imágenes de doble moral y falsedad, es un reflejo de las dicotomías y posiciones antagónicas que se manifiestan en el ámbito educativo. Los grises desaparecen para convertirse en blancos y negros. Ya no entro en la incapacidad de poner ningún tipo de color al asunto. Pero, ¿qué motiva la existencia de estas dicotomías? ¿Quién se beneficia de ellas?

Las dicotomías en la educación no son meramente académicas. Son profundamente políticas y sociales. Surgen de la tensión entre la libertad de pensamiento y la imposición de ideologías. En un extremo, nos encontramos a quienes abogan por una educación libre de dogmas, donde el debate y la diversidad de opiniones son bienvenidos. En el otro, están aquellos que buscan preservar y promover una única visión del mundo, a menudo a través de la censura y la cancelación de voces disidentes. O, simplemente, con el señalamiento continuo a quienes no piensan como ellos.

Es paradigmático que, en la mayoría ocasiones, los que se autodefinen como progresistas, cuyo leitmotiv debería ser su defensa de la libertad y la igualdad, puedan caer en prácticas que parecen ir en contra de estos principios. La petición de cancelación de textos y autores, la censura de ideas que desafían el status quo, pueden ser vistos como actos de totalitarismo intelectual. Estas acciones limitan la riqueza del discurso educativo y la posibilidad de crecimiento y aprendizaje. Ojo, recordad que estoy hablando de educación. Un ámbito en el que veo que, curiosamente, los que se consideran más “progresistas” son los más partidarios del señalamiento y de exigir que si uno no es de los suyos, no se le entreviste o no le publiquen artículos en los medios.

La pregunta de por qué ocurre esto nos lleva a explorar la naturaleza humana y lo compleja que resulta la misma. La tendencia a aferrarse a las propias creencias, el miedo a lo desconocido y la estrategia de dividir para conquistar son factores que pueden influir en este fenómeno. Sin embargo, es crucial recordar que la educación debe ser un espacio de inclusión y respeto mutuo, donde se fomente el pensamiento crítico y se valore la diversidad de perspectivas. Una valoración de la diversidad (que no implica lo que algunos quieren mezclar) que siempre enriquece. Salvo, claro está, cuando lo único que se valore sea el pensamiento único. Y se valore, por encima de cualquier otra cosa.

La educación es el pilar sobre el cual se construyen las sociedades democráticas y justas. Es un derecho fundamental que debe ser accesible a todos, sin importar su origen, creencias o posición social. La verdadera educación es aquella que desafía, que invita a la reflexión y que prepara a los individuos para ser ciudadanos responsables y conscientes en un mundo globalizado. Y que, en el sentido más académico, permita que todo el mundo pueda aprender y de la mejor manera posible.

No creo que sea un artículo crítico. Creo más bien que es una apelación a reflexionar, a cuestionarnos nuestras propias prácticas y a buscar un camino hacia una educación más inclusiva y menos polarizada. Solo a través del diálogo y la comprensión mutua podremos superar las barreras que nos dividen y trabajar juntos hacia un futuro educativo más prometedor.

Lo sé. En nada habrá alguien que se sienta ofendido por lo que he escrito o buscara, interesadamente, algún pero. Lo sé pero, al final, lo que me apetecía era plantearme un poco qué está pasando y los porqués. Seguro que estoy equivocado en las soluciones pero, al menos para los que leemos en los medios o naufragamos en las redes sociales, amén de hablar con personas relacionadas con la educación, es lógico pensar que hay un exceso de dicotomías, falta de diálogo interesado y exceso de propuestas de cancelación, persecución y señalamiento a los divergentes. En muchos casos, curiosamente, por parte de grupos y colectivos que se dicen inclusivos o tolerantes.

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