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Mi hija tiene derecho a aprender

Sé que en los últimos tiempos me repito acerca de una idea de forma continua. Y es en la existencia de dos maneras de enfocar el discurso educativo. Bueno, más bien, de pasar de discursos a hechos. Hay quienes, de forma continua en los últimos tiempos, además de forma clamorosa, se posicionan buscando enemigos y aquellos a los que, más allá de todo el debate interesado de los primeros (facilón y en el que es muy fácil caer) buscamos soluciones, tanto para nuestros hijos o para los hijos de los demás.

Hoy he leído, de nuevo, otro artículo publicado por un determinado colectivo cuya existencia no Entiendo. No digo que no tengan derecho a existir. A diferencia de ellos, yo sí que creo que todo el mundo tiene derecho a expresarse. No entiendo los artículos que publican en los medios, su virulencia en las redes sociales y su victimismo. Tampoco entiendo que su único discurso sea defender cosas que las evidencias, las investigaciones y el aula dicen que son contraproducentes para el aprendizaje. De verdad que no lo entiendo. Bueno, es que, sinceramente, nunca he entendido la vorágine a la que nos han llevado ni a las ganas de señalar, insultar y amedrentar a quienes no piensan como ellos. No lo entiendo Manuel. No lo entiendo Toni. No lo entiendo Pedro. No lo entiendo David. No lo entiendo Olga. No lo entiendo David. No lo entiendo Jordi. No lo entiendo Almudena. Os prometo que no lo entiendo. Y eso que busco y rebusco alguna explicación comprensible. No la hay.

A mí me preocupan otras cosas. Me preocupa qué ha sucedido con mi Hija en su educación. Bueno, no me preocupa mi hija. Ella ha tenido la suerte de tener mucho apoyo en casa. Al igual que suerte han tenido las de mi mujer. Por tanto, ellas sé que tirarán para adelante porque tienen el apoyo. Lo que me preocupa es qué pasa con aquel alumnado, especialmente de entornos más desfavorables o con determinadas discapacidades que, por determinados métodos globales, a los que llevamos abonados demasiado tiempo, salen de Primaria sin saber leer, escribir y comprender un texto más o menos complejo. No me preocupa que no sepan que el Ebro pasa por Zaragoza. Incluso me da igual lo anterior. Ya veis a que nivel de exigencia he llegado. El problema es que no saben leer con fluidez ni entender lo que leen. Y son cada vez más.

¿Qué pasa con ese alumnado que tiene determinadas discapacidades y que en su aula no pueden ser atendidos porque hay disrupciones continuas y falta de rutinas? ¿Qué pasa cuando resulta que la mayoría de docentes de nuestro país pierden más tiempo en pedir silencio y en hacer papeles que en dar clase y prepararla? ¿Qué pasa cuando la atención al alumnado, especialmente al más vulnerable, se detrae por otras cuestiones? Y no. Lo anterior no se arregla solo con una bajada de ratios. Ya podemos tener a diez alumnos en el aula que, si no hay silencio y estrategias de aprendizaje efectivas, no van a aprender. Es así de duro. Incluso voy a afirmar que el peor docente del mundo mundial es capaz de conseguir, en condiciones de silencio y si no tuviera que hacer tantas cosas que no tienen ningún sentido, que su alumnado aprenda. Es que estoy convencido de ello. Y además, también estoy convencido de que los docentes, si hubiera un buen ambiente en los centros educativos, lo harían muchísimo mejor.

No voy a entrar hoy en debates estériles acerca de negocios educativos, panfletos, ataques al profesorado de Secundaria de algunos o, simplemente, a la necesidad continua de seguir manteniendo un discurso de odio hacia quien no piense como ellos. No mejora nada bajar a ese barrizal. Ellos sabrán por qué les interesa. A mí me interesa mi hija. Las hijas de mi mujer. El hijo o la hija de las personas que veo pasear por la calle. También me interesa que mis compañeros puedan dar clase. Que mis compañeras, aparte de poder dar clase, no tengan que aguantar, por ser mujeres, ciertos comentarios en las aulas. Eso sí que me preocupa. Creo que es la clave de todo. No la cantidad de medallas que uno se ponga en formato número de seguidores u orinales que pretendan llevar por ser más o menos conocidos o innovadores. Es todo mucho más simple que eso.

Sé que ninguno de los que he interpelado en este artículo va a reflexionar acerca de lo que está haciendo. Supongo que ellos lo ven bien. A mí, sinceramente, más allá de los bandos o de lo que implica, a cualquier nivel, posicionarte en uno, lo que me preocupa es lo que está sucediendo con la educación en nuestro país. Soy así de raro.

No se trata de mi hija. Se trata de los hijos e hijas de todos los que estáis leyendo esto, de vuestros conocidos o de aquellos que, seguramente, os habréis cruzado o no por la calle. Bueno, en definitiva, de todos. Ellos se merecen otra cosa. Ellos tienen derecho a aprender. Y también la obligación, aunque a veces se nos olvide y no esté en ningún articulado legislativo (donde solo se incluye la escolarización), de hacerlo. Siempre, claro está, en las mejores condiciones posibles.

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