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No añoramos la EGB

Resulta ya cansino el argumento de Algunos, replicado machaconamente por sus adláteres, acerca de que hay algunos que, por no creer en sus doctrinas o burradas pedagógicas varias, ya nos encasillan como trasnochados, fachas, clasistas, machistas o añorantes de la extinta EGB. Y además, para más inri, nos acusan de radicales.

Fuente: https://twitter.com/sebasesrad/status/1766487606861107628

Entiendo que haya un discurso basado en lo anterior. Entiendo que pueda venderse muy bien y comprarse, especialmente, por aquellos que se quedan en quién dice ciertas cosas. No olvidemos que disponer de casi todos los medios de comunicación y ser promocionados por una cierta ideología hace que, cualquier burrada como las que se dicen en la publicación anterior, pueda tener su repercusión. Y haya gente que se lo crea. El problema es que, tal y como voy a explicar a continuación, las cosas no funcionan así.

En primer lugar, algunos no añoramos la EGB. Añoramos determinadas cosas que iban bien en la EGB. No añoramos las clases de cuarenta alumnos. No añoramos la tasa de abandono escolar. No añoramos determinadas galletas que todavía se daban en ciertos colegios. Ni añoramos, por ya no haberse estudiado jamás en esa época, una lista de los Reyes Godos que tiene la misma verosimilitud que el perro y el paté (o la mermelada, según algunas versiones) de Sorpresa, Sorpresa.

Permitidme un inciso… ¿no os sorprende la crítica encarnizada a la EGB por parte, precisamente, de algunos que gracias a esa EGB han conseguido tener la educación que les permite cuestionar ahora ciertas cosas? Lo sé. Mejor no preguntar porque, seguramente, daríamos con otra incoherencia de ciertos personajes en sus discursos.

Al igual que no añoramos la EGB, la mayoría de los que cuestionamos el uso de dispositivos móviles en el aula no estamos en contra del uso de la tecnología en la misma. Encasillar a los que estamos en contra de los móviles en los centros educativos como tipos que queremos volver al pizarrín tiene mucho de manipulador. Bueno, también de irreal. Pero vende muy bien. Especialmente cuando no se tienen argumentos. La mezcla de churras y merinas de toda la vida en versión Redes Sociales, colectivos sectarios o, simplemente, chiringuitos adaptables.

También, a algunos, nos gusta basarnos en lo que dicen las evidencias y las investigaciones. Tenemos esa mala costumbre. Una costumbre que nos lleva a determinadas conclusiones acerca de qué funciona mejor y peor en educación. A afirmar que el ABP no sirve si el Alumnado no tiene unos conocimientos previos, que el DUA, basado en estilos de aprendizaje es algo que no está basado en la ciencia o que, eso de las inteligencias múltiples o el uso de mindfulness no existe o perjudica, especialmente, a alumnado con problemas de desarrollo cognitivo. Y que no pasa nada por reconocerlo. Algo que hacemos los que no tenemos nada que ganar, leemos más allá de un titular de una investigación o, simplemente, nos interesa el alumnado. Porque, curiosamente, los que decimos ciertas cosas pensamos en la mejora del aprendizaje del alumnado.

Querer una mejor disciplina en el aula, con mayor silencio y más posibilidad de explicar para poder beneficiar a la mayoría del alumnado, no nos hace trasnochados ni fachas. Simplemente nos reafirma en lo que dicen también las investigaciones acerca de que una reducción de la disrupción en el aula, mejora el aprendizaje del alumnado. Especialmente del más vulnerable que se ve lastrado por ese aumento de ruido en nuestras aulas actuales.

El respeto, como profesionales de la docencia, algunos tenemos claro que debe venir por defecto. Lo que debemos ganarnos, con la práctica docente, es el respeto por cómo damos clase. No tenemos que conseguir que haya silencio en el aula, que se nos respete como personas ni, tan solo, tendríamos que exigir que el alumnado sea puntual. Debería venir por defecto. Y sí, para aquellos que buscan siempre el detalle: los docentes también deberíamos ser respetuosos con el alumnado, ser profesionales y llegar puntuales.

Un detalle. Generalizar siempre es malo. Las estadísticas educativas son muy interesantes porque permiten desligar situaciones individuales de globales. Y hay porcentualmente cada vez más disrupción en el aula que docentes que no respetan a su alumnado. A veces, cuando un docente pierde los papeles (que también pasa), no es porque venga con esa disposición de casa. Hay clases y grupos en los que es imposible dar clase. Pero es imposible que la dé cualquiera. Incluso el mejor docente de la Galaxia o aquel que, en las redes sociales, va de adalid de la causa pedagógica y jamás pisa barro. O, en caso de pisarlo, siempre lo hace obviando cualquier situación que le suceda en la misma que se vaya de su discurso buenista. Dar clase, por desgracia, no es fácil. Y, al tratar con personas, suceden muchas cosas. Decir que hay días en los que dar clase te sale como el culo no es añorar la EGB. Lo sé. Algunos le dan la vuelta a todo.

Ya no entro en cuando algunos estamos a favor de determinadas medidas educativas, al margen de la ideología del que las promulgue. A mí hay ideas de unos y de otros que me gustan. Y nada tiene que ver mi ideología con que haya cosas que crea que son mejores o peores para el alumnado. Tampoco me parece relevante que alguien dé me gusta o comparta las publicaciones de alguien para encasillarlo como X, Y o Z. La vida de algunos ha de ser muy triste para preocuparse por las personas que comparten lo que dicen otros. Esto es todo mucho más sencillo.

Relacionado con lo anterior, ¿no os resulta también un poco extraño que los que van de “innovadores” y nos dicen trasnochados o añorantes del pasado se basen en teorías pedagógicas de hace más de cien años? ¿A nadie le chirría que haya tanto experimento revival, de escuelas no dirigidas, oprimidos o, simplemente, juntar varios grupos con varios docente en el aula, que ya fueron un fiasco en su momento? ¿Qué hace que ahora esos experimentos vayan a funcionar ahora? ¿Somos más listos? ¿Somos más guapos? ¿Tenemos TikTok? Somos los únicos seres del mundo capaces de darnos dos veces con la misma piedra. O más de dos, viendo lo que defienden algunos en educación.

No por estar en contra de determinadas medidas educativas estamos a favor de volver a la EGB. No por cuestionar los movimientos de portería repetidos de algunos para vender sus productos y recetas somos malos profesionales. No por creer en que debemos comer, al igual que personas que han hecho mucho daño a lo largo de su vida, somos malas personas. No por creer en un modelo educativo que coja lo mejor del pasado y del presente nos merecemos determinados adjetivos que, de forma muy alegre, nos están dedicando determinados personajes. Y no por no pasarnos el día escribiendo en las redes sociales diciendo lo malos que son los que no piensan como nosotros, señalando abiertamente a determinadas personas, a las que controlamos al milímetro qué dicen y ver si podemos sacarles punta a sus afirmaciones, somos mejores que los que hacen, silenciosamente, su trabajo en el aula o fuera de ella intentando mejorar la educación.

Finalmente deciros que el post (antaño tuit) que ilustra el cuerpo de este artículo no es para hacer señalamiento de nadie. Es, simplemente, como hago en muchas ocasiones, para poder responder a ciertas cosas y para que, en ningún momento, digáis que me estoy inventando que hay personajes, entre ellos docentes, en las redes sociales, cuyo único discurso es el de acusar, señalar y amedrentar continuamente, a quienes no piensan como ellos. Y es una auténtica pena porque, al final, sin argumentos solo queda la búsqueda de enemigos, su escarnio público y una escuela sin barrer. Eso sí, la gran suerte de estas cosas que pasan en las redes sociales o se dicen en los medios es que, en el aula y en los lugares en los que se gestiona la misma, los profesionales están a lo que deben estar. O, al menos, la inmensa mayoría.

Espero que el lunes os sea leve y os traiga menos radicalidad. A ver si la culpa de los problemas educativos, tal y como dicen algunos, es que se hacen todavía raíces cuadradas, se aprenden las tablas de multiplicar o se mandan deberes. Mejor no arriesgarse.

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