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Tan sencillo… y a la vez tan complicado

Hace unos días leí el siguiente tuit, escrito por Carl Hendrick, profesor de ciencias aplicadas, en el que se decía lo siguiente:

Fuente: https://twitter.com/C_Hendrick/status/1742666561159094566

Hablaba de la necesidad de centrarnos en tres cuestiones principales para mejorar el aprendizaje del alumnado: el currículo, la metodología y la evaluación de los resultados. Siendo estas tres las fundamentales para mejorar la calidad de cualquier aprendizaje. Una tríada presentada, de forma más visual, en la siguiente imagen.

Fuente: https://twitter.com/johntomsett/status/1742923747278139828

Y ello me lleva a reflexionar si realmente nos estamos centrando en lo relevante o, simplemente, estamos dando vueltas machaconamente a determinados discursos educativos cuya afección real en el aula no tiene ningún sentido. Si realmente no estamos haciendo de cuestiones tangenciales algo fundamental, descuidando lo realmente importante.

Necesitamos un currículo que nos diga qué enseñar de forma clara y sin ningún tipo de deriva ideológica. Lo sé. Es imposible aislar la ideología de qué enseñar pero, aunque a algunos no les guste, debemos tener claro qué es lo que necesitamos, a nivel rudimentos de conocimiento y habilidades, las cosas que nuestro alumnado conozca. No hablar de intuiciones. No hablar de deseos. Decir claramente qué queremos que Ese Alumnado Aprenda.

Una vez tenemos marcado el marco curricular, que debería alejarse, como he dicho antes, al máximo de cuestiones ideológicas (sé que es imposible, pero hagamos que el currículo sea mucho más técnico que ideológico), debemos introducir el “cómo enseñar”. Y ahí está la clave una vez sabido el qué. No antes. Después de ello. Debemos saber el qué para saber el cómo. Debemos tener a profesionales especialistas en el qué para que, después, puedan abordar el cómo. Sí, hay cosas que van antes que otras.

Para saber el cómo deberíamos tener claro quién nos puede ayudar en ello. No valen esos que, cuando les preguntas, cómo aplicar didáctica en el aula, se van a relatos esotéricos acerca de teorías de aprendizaje que, curiosamente, no sirven para nada en un contexto real. Tampoco me sirven esos personajes que nunca han hecho NADA por nosotros, más allá de vendernos milongas en determinadas tarimas o en determinados medios. Y ya no digamos aquellos que viven de las rentas después de haber viralizado y edulcorado algo que hicieron cuando los dinosaurios todavía poblaban el Pirineo.

Si alguien no te responde a cómo puedes mejorar tu praxis docente, dándote herramientas y recursos para ello, es que esa persona no sirve para nada. Especialmente si esa persona trabaja en facultades relacionadas con la educación. Otra cuestión es el compañero que está dejándose la piel en tu aula de al lado, haciendo lo imposible para que su alumnado (que, muchas veces coincide con el tuyo) aprenda. Al menos ese te paga un café o te permite charlar con él para abocar tus penas y alegrías. Algo que ya es mucho más que hacen eso que algunos, con muy poco criterio, han encumbrado a los altares pedagógicos.

Por tanto, ya tenemos dos cosas en las que focalizarnos: el qué y el cómo. No lo he dicho antes pero, como podréis comprender, si queremos mejorar la educación, la mayoría de los cursos de formación que se ofrecen a los docentes en activo, deberían estar relacionados con la didáctica. Creo que ya lo podías haber intuido fácilmente.

Y, finalmente, la clave de todo lo anterior, que consistiría en la evaluación de nuestro alumnado. Una evaluación que debería constar de dos partes: qué ha aprendido nuestro alumnado y qué estrategias hemos usado para conseguir que ese alumnado aprenda. Da igual cuándo se haga esa evaluación, pero debe ser lo más fiable posible y exportable. En este caso no estaríamos hablando de estrategias únicas como puede ser el aspecto metodológico, que va a depender del alumnado y del contexto. Estaríamos hablando de la necesidad de evaluaciones que permitieran, en cualquier centro y para cualquier alumno, evaluar qué han aprendido del currículo. No por ser alumnado vulnerable deben aprender menos que otro hijo de familias con recursos. Todos deben aprender lo mismo y eso también debe seguir unos criterios técnicos que se adapten al currículo.

Lo sé. Seguro que este artículo no os va a gustar a aquellos que habláis de individualizar el aprendizaje para justificar determinados desmanes “innovadores”. Seguro que a otros os sale la vena de la falsa inclusión y vais a decir que no podemos evaluar igual a dos alumnos porque uno tiene mucha “mochila” de casa. ¿Sabéis cuál es el problema de lo anterior? Que estáis perjudicando al alumnado más vulnerable y no os dais cuenta de ello porque, si os dierais cuenta de ello, seguramente no diríais ciertas cosas. Estoy convencido que creéis que lo hacéis por el bien de ese alumno pero, por desgracia, lo que estáis haciendo es contraproducente para él.

Mucha suerte a los que volvéis hoy al aula. A otros todavía nos tienen que dar permiso para volver y, cuando volvamos, ya no volverá a ser a esa aula que, a lo largo de veintimuchos años, me ha acompañado. Ahora me toca otra etapa profesional, forzada por las circunstancias y agradecido a los que confían en mí para ella. Eso sí, relacionada con la educación. Así que no os vais a librar de mí.

Finalmente deciros que, aunque no era un objetivo para este principio de año, he cambiado el tema del blog y varias cuestiones por debajo del capó. Espero que os guste.

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