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¿Por qué algunos quieren cambiar lo que funciona? La absurda moda de experimentar con los hijos de los demás

Ayer leí un tuit, en el que una docente universitaria hablaba de que no debíamos enseñar conocimientos porque, los conocimientos, una vez puestos a disposición del Alumnado, caducan. Lo que me sorprendió no fue la frase. Lo que me sorprendió es que hubiera gente (entre ellos algunos docentes de etapas obligatorias) que consideren que el bagaje de conocimientos pueda llegar a ser algo caduco, especialmente cuando todos sabemos que los conocimientos son imprescindibles para crear nuevos conocimientos. Bueno, lo sé yo y es lo que dicen todas las investigaciones. Lo sé. En demasiadas ocasiones, algunos priorizan el soltar determinadas barbaridades pedagógicas que leer lo que dicen las evidencias. No olvidemos que, en la actualidad, los mismos que defienden la caducidad de los conocimientos son los que defienden el no hacer caso de lo que digan las evidencias. Salvo, claro está, que esas evidencias sean las publicaciones en las redes sociales o en un medio generalista de alguien que piense como ellos.

Pero hoy quería ir un poco más allá. A reflexionar acerca de la necesidad de cambiar cosas en el ámbito educativo que han demostrado que funcionan. A la moda de experimentar con el alumnado. Alumnado que, curiosamente, siempre es hijo de los demás porque, algo que a mí me ha resultado siempre paradigmático es que los que más defienden ciertas modas pedagógicas llevan a sus hijos a centros educativos donde se imparte un modelo educativo más “tradicional”. Entrecomillo lo de tradicional porque, lamentablemente, algunos siempre acuden al significado peyorativo de la palabra para defender sus postulados.

La educación, como bien sabemos, es uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad. De ella depende el desarrollo personal, profesional y social de las personas, así como el progreso económico, científico y cultural de los países. Un mejor Sistema Educativo implica la existencia de un entramado social más fuerte y unas mayores posibilidades para los habitantes de ese país. Eso sí, tengo muy claro que es una condición pero que, en ocasiones por cuestiones políticas, esa traslación de buena educación no se traslada a la sociedad pero, lo que también tengo claro es que si no hay nada que trasladar, seguro que no sirve para mejorar como sociedad. Entiendo, claro está, como mejora social un aumento de posibilidades profesionales y personales para los ciudadanos.

Sin embargo, en los últimos años, hemos asistido a una serie de propuestas y reformas educativas en nuestro país que, lejos de mejorar la educación, la ponen en riesgo. Se trata de experimentos pedagógicos que, en muchos casos, ya se probaron en el pasado y fracasaron estrepitosamente, pero que ahora se presentan como novedosos e innovadores. Algunos ejemplos son:

  • La eliminación o la reducción de las asignaturas básicas, como las matemáticas, la lengua, la historia o la ciencia, para dar más espacio a otras materias más “creativas” o “transversales”, como la educación emocional, la educación para la ciudadanía, la educación ambiental o la educación sexual. Lo sé. Seguramente algunos considerarán más importante educar en sostenibilidad que tener los conocimientos y herramientas para poder tener una sociedad más sostenible. Algo que nos debería chirriar a todos. Y no hemos de olvidar que hacer A implica dejar de hacer B por el tema de costes de oportunidad y tiempos.
  • La sustitución de los exámenes, las notas y los deberes por otras formas de evaluación más “flexibles” y “personalizadas”, como las rúbricas, las carpetas, los portfolios o las autoevaluaciones. Ya no entro en una evaluación cualitativa, plagada de conceptos sin sentido, que ni entienden los que la aplican (los docentes) ni los que deben recibirla (las familias).
  • La implantación de metodologías “activas” y “participativas”, como el aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje cooperativo, el aprendizaje por descubrimiento o el aprendizaje invertido, que relegan al profesor a un mero guía o facilitador y dejan al alumno como el protagonista de su propio aprendizaje. Algo que, repito, ya fue un fiasco en otros momentos históricos y que, por desgracia, intenta sustituir esas metodologías que llevan años demostrando que, con retoques puntuales, podrían funcionar mucho mejor de lo que lo hacían. Si una metodología no funcionaba a principios del siglo XX, tampoco lo va a hacer al principio del siglo XXI por muchas ganas que se le pongan.
  • La introducción de las nuevas tecnologías, como las tablets, los ordenadores, los móviles o las pizarras digitales, como herramientas imprescindibles para el aprendizaje, sin tener en cuenta los posibles efectos negativos que pueden tener en la atención, la memoria, el pensamiento crítico o la creatividad de los alumnos. Digitalizar el aula, para algunos, se ha convertido en un proceso de sustitución pedagógica con consecuencias que todos estamos viendo.

Estas propuestas y reformas educativas tienen algo en común: todas ellas se basan en teorías y modas pedagógicas que no tienen suficiente respaldo científico o empírico, que contradicen el sentido común y que ignoran la evidencia de lo que funciona en la educación. De hecho, muchos de los países que tienen los mejores resultados educativos, según los informes internacionales como el PISA, el TIMSS o el PIRLS, son aquellos que mantienen un sistema educativo más tradicional, riguroso y exigente, que prioriza los contenidos, la disciplina, el esfuerzo y la autoridad del profesor. Ya pueden algunos “innovadores” empezar a darme collejas. He tocado todos los temas tabús para ellos: tradición, rigurosidad, exigencia, contenidos, disciplina, esfuerzo y autoridad. El problema para su relato es que todos los informes y evidencias hablan de esos requisitos para que el alumnado mejore en sus aprendizajes. Requisitos especialmente importantes para el alumnado más vulnerable porque, al final, los experimentos y modas pedagógicas a quien menos daño hacen es a los de familias con más recursos, que pueden compensar lo que no se hace en la escuela con clases particulares o ayuda en sus casas.

Lo más sorprendente y preocupante de todo esto es que muchas de estas propuestas y reformas educativas son defendidas y promovidas por personas que han estudiado en un sistema educativo que les ha permitido el éxito profesional. ¿Por qué quieren cambiar lo que funciona? ¿Por qué quieren experimentar con la educación de los hijos de otros? ¿Qué intereses hay detrás de todo esto?

No tengo una respuesta clara a estas preguntas, pero sí tengo una certeza: la educación de nuestros hijos y, especialmente en el caso de ser docentes, la de los hijos de los demás, es demasiado importante como para dejarla en manos de experimentos pedagógicos que pueden tener consecuencias irreversibles. Por eso, desde este blog, hago un llamamiento a la reflexión, al debate y a la responsabilidad de todos los agentes implicados en la educación: familias, docentes, alumnado, políticos, expertos, medios de comunicación, etc. No se puede ni debe permitir que se juegue con el futuro de la sociedad. La educación no es un laboratorio. La educación es un derecho y debe permitir que el alumnado que salga de nuestro sistema educativo sea, aparte del mejor preparado, el que permita hacer de nuestra sociedad, una sociedad mejor.

Disculpad la reflexión, pero creo que es necesaria en estos momentos. Especialmente al ver como hay determinadas corrientes pedagógicas, con mucho apoyo mediático, con determinados docentes que las validan, que atentan contra los derechos de nuestro alumnado a tener una buena educación. Como mínimo, la misma que tuvieron los docentes que ahora, desde su estatus profesional, reniegan de la misma y pretenden hacer experimentos con los hijos de los demás.

No me gustaría despedirme sin deciros, a los que seguramente vais a interpretar intencionadamente que estoy defendiendo mantener “lo que no funcionaba”, que no es así. Estoy defendiendo la necesidad de no dejarnos llevar por modas, analizar bien qué funciona y qué no y proceder, una vez analizado y evaluado el sistema educativo, a cambiar lo que no funciona y mejorar lo que sí que lo hace. El alumnado de nuestras aulas se lo merece. Se merece no estar sometido a las corrientes pedagógicas del iluminado de turno, de la ideología del que manda o del que quiera hacer negocio con ellos. Su educación es algo demasiado importante para eso. No son ratas de laboratorio.

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