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La falta de disciplina en las aulas: un problema para el alumnado más vulnerable

Uno de los principales problemas en educación, más allá del batiburrillo de leyes educativas, la falta de recursos y la burocracia que se nos sale por las orejas, es el tema de la disciplina y del comportamiento de parte de Alumnado en el aula. Sí, voy a saltarme la premisa de ser políticamente correcto para decir, sin ningún tipo de ambages, que la presencia de alumnado disruptivo tiene un efecto negativo en el rendimiento académico y el en bienestar emocional de sus compañeros de clase. Y no pasa nada por decirlo en voz alta.

El alumnado disruptivo es aquel que interrumpe constantemente las clases, se niegan a seguir las reglas establecidas por el docente, generan conflicto con sus compañeros (curiosamente, con los más débiles y vulnerables) y muestran una total falta de respeto ante la autoridad. No solo a nivel de aula. Es un comportamiento que, habitualmente, se extrapola al ámbito doméstico. Y, el problema es que estos comportamientos reiterados, incluso que sean de baja intensidad pero realizados de forma repetitiva, tienen repercusiones negativas, tanto para ellos, como para sus compañeros de pupitre. No entro ya en el empeoramiento de la praxis docente que supone el estar más preocupado en decir “callad” que en explicar cualquier cosa. Por cierto, esto no lo digo yo. Hay cientos de investigaciones que hablan de que la presencia de alumnado disruptivo aumenta los niveles de interés y ansiedad en el aula. Algo que, a su vez, afecta a la capacidad de atención y concentración del resto del alumnado, cebándose especialmente con el más vulnerable.

El comportamiento de ese alumnado, disruptivo (o conductual), puede tener repercusiones negativas tanto para ellos mismos como para sus compañeros de clase. Estudios han demostrado que la presencia de estudiantes disruptivos puede aumentar los niveles de estrés y ansiedad en el aula, lo que a su vez afecta la capacidad de atención y concentración de los demás estudiantes (Lefgren, 2004).

Sin olvidarnos, claro está, de la gran cantidad de recursos que derivamos hacia ellos en lugar de destinarlos al alumnado que lo necesita. La semana pasada estuve hablando con una compañera de otro centro que me decía que la mayoría de horas de apoyo iban destinados a este alumnado, manteniendo un segundo docente en determinadas aulas porque el ambiente era irrespirable por dos o tres personajes. Y el alumnado que necesita esos recursos, desatendido. Lo sé, es malo decir que el alumnado disruptivo detrae recursos para el alumnado más vulnerable y que, seguramente, tiene unas condiciones de contexto que le hace ser así pero, por favor, pensad en la mayoría de ese alumnado que veis sufriendo las actitudes de esta minoría. ¿Ellos no pintan nada para vosotros? Para mí sí. Son también mi alumnado.

Uno de los principales impactos del alumnado disruptivo en sus compañeros es la disminución del tiempo de clase efectivo. Cuando un docente pasa una cantidad significativa de tiempo tratando de manejar los problemas de comportamiento de uno o varios estudiantes disruptivos, se reduce el tiempo que se dedica a la enseñanza y el aprendizaje para todos los alumnos. Esto puede resultar en un menor progreso académico y una falta de comprensión de los conceptos clave por parte de los estudiantes con mayores dificultades en su aprendizaje (Carrell et al, 2009). Sí, siempre es el alumnado más vulnerable el perjudicado por ciertas cosas.

Además de la reducción del tiempo de clase efectivo, el alumnado disruptivo también pueden afectar el clima emocional en el aula. Su comportamiento puede generar un ambiente de tensión y hostilidad, lo que dificulta la creación de relaciones positivas entre los estudiantes y el docente. Esto puede impedir la construcción de un entorno de aprendizaje seguro y de apoyo, donde el alumnado se sienta cómodo para participar activamente y compartir sus ideas. La presencia constante de alumnado disruptivo puede hacer que los demás estudiantes se sientan intimidados o inseguros, lo que afecta su autoconfianza y su motivación para el aprendizaje.

Otro impacto negativo de la falta de disciplina en el aula es la disminución del aprendizaje. El alumnado que está constantemente expuesto a interrupciones y distracciones tiene más dificultades para concentrarse en clase y absorber la información. Además, la presencia de alumnado disruptivo puede generar una dinámica negativa en el aula, donde el foco se desvía de los contenidos académicos hacia los conflictos y los problemas de comportamiento. Esto hace que el alumnado, que no se incluye dentro de ese pack de alumnado disruptivo, se sienta frustrado y desmotivado, lo que puede resultar en un bajo rendimiento académico. Ello sin olvidar que, en muchas ocasiones, cuando el ambiente de un aula va a peor, lo normal es que haya parte del alumnado, que no es disruptivo per se, que se una al equipo de “los malotes”.

Me gustaría añadir a lo anterior, la limitación de opciones educativas y posibilidades de futuro para esos compañeros de ese alumnado disruptivo. Algo que también puede afectar a su desarrollo personal y profesional.

¿Y qué podemos hacer? Pues bien, debemos de contar con políticas y estrategias efectivas de manejo del comportamiento en el aula. Esto implica establecer reglas y expectativas claras, reforzar las consecuencias de las conductas disruptivas y ofrecer apoyo y recursos adecuados para los estudiantes con problemas de comportamiento. Algo para lo que se necesitan recursos, estrategias y sistemas para poder romper determinadas dinámicas en las aulas. Y, en caso de no tener lo anterior, proceder a intentar, aunque quede mal decirlo, a salvar a la mayor parte del alumnado de nuestras aulas. Especialmente, repito, al más vulnerable porque, por desgracia, ese alumnado no va a tener el apoyo en las familias para poder tirar hacia adelante o recuperar lo que pierde por esos compañeros de aula que, día sí y al otro también, se dedican a reventar cualquier posibilidad de que tenga un futuro.

De siempre se ha dicho que es mucho más difícil ensuciar algo que está limpio que algo que está sucio. Es mucho más fácil tirar un papel si el suelo está lleno de papeles. Pues, ¿por qué no lo aplicamos a nuestras aulas? Eso y reducir un poco los límites de lo tolerable porque, al menos en mi caso (no creo ser el único) creo que, por desgracia, llevo demasiado tiempo permitiendo cierto “terrorismo” de baja intensidad que debería ser injustificable. Especialmente por el bien del alumnado más vulnerable.

Y sí, ahora ya os dejo que me deis collejas, que me digáis lo poco inclusivo que soy y lo mal profesional que debo ser por no impedir determinadas conductas en mi aula. El problema es que, aunque no os lo creáis, son conductas que se han enquistado, son muy habituales y que, tan solo son un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Pero bueno, algunos seguirán hablando de aulas que no existen. Al menos cara a la galería, aunque sepan que en sus centros lo que dicen en los medios no es cierto. No sea que se les desmonte su discurso. Un discurso en el que hablan de “que los docentes somos los que nos hemos de ganar el silencio y el buen ambiente de trabajo en el aula”. Un discurso de mierda, porque esas condiciones ya deberían darse solo entrar en el aula. Unas condiciones que, si se dieran por defecto, beneficiarían a todo el alumnado y, especialmente, al más vulnerable.

Bibliografía

Carrell, Scott E, Richard L Fullerton, and James E West. 2009. “Does Your CohortMatter? Measuring Peer Effects in College Achievement.” Journal of Labor Economics, 27(3): 439–464

Lefgren, Lars. 2004. “Educational Peer Effects and the Chicago Public Schools.” Journal of Urban Economics, 56(2): 169–191

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