Fuera de las redes sociales y, a excepción de alguna sesión de algún curso de formación recibido, impartido por parte de “creyentes”, no existe ningún docente que comulgue con la Lomloe. No consigo encontrar esa parva de docentes que, alrededor de una pira y tatuados con determinados glifos, según algunos están defendiendo a ultranza la nueva ley (des)educativa.

Es que, como he dicho en más de una ocasión, es muy difícil encontrar, especialmente entre los que dan/damos el callo en etapas obligatorias o postobligatorias previas a la Universidad, a nadie que defienda determinados despropósitos. Seguro que los hay, pero esa comunión espiritual con situaciones de aprendizaje, entelequias lingüísticas o escritos faltos de ningún sentido salvo, supuestamente, para aquellos que lo redactaron, no existe entre los docentes.

Me sorprende, todavía hoy, encontrar el discurso, salvo honrosas excepciones, que no acuse a los docentes de no comulgar con la LOMLOE. Entiendo que, al igual que lo que sucede con el máster de profesorado de Secundaria, los cursos de formación en inteligencias múltiples, estilos de aprendizaje o, simplemente, con las estrategias para aprender sin ningún tipo de esfuerzo competencias que nadie sabe definir, haya gente que pueda defenderlo. A algunos les van determinadas plazas en determinados departamentos universitarios. A otras su discurso monolítico defendiendo pseudociencias. De lo que, curiosamente ninguno de los defensores de Ciertas Cosas habla, es de la necesidad de evaluar qué aportan ciertas cosas al aula. Bueno, alguno se inventa estudios cualitativos basados en entrevistas entre los suyos y lo eleva a dogma. Especialmente cuando las capacidades son, entre pocas y nulas.

Hoy Alejandro me ha pasado por Twitter (prometo algún día actualizarme y llamarlo X) un artículo titulado “El idealismo como programa y como método de las reformas escolares” (enlace). En él está descrito el modelo de reforma escolar, basado en puro idealismo y en una falta de conocimiento de la realidad. Y es por ello que los docentes a pie de aula que comulgan con la LOMLOE son seres mitológicos: pisan la realidad. Pisar la realidad, tener experiencia en el aula y una formación, en muchos casos muy especializada, en determinadas cuestiones, hace que sea imposible acatar acríticamente ciertas cosas. Ya no digamos abrazarlas.

La LOMLOE, al igual que sucedió con varias leyes anteriores, no es que haga imposible comulgar con ella. Es que, el acto de fe que supone, especialmente para alguien de sólidos conocimientos técnicos y pedagógicos (no me estoy refiriendo a los pedagogistas de trazo grueso), ver que algo tan imposible de digerir y tan complejo de entender, amén de la imposibilidad que supone llevarla a cabo, salvo que sea en detrimento del aprendizaje del alumnado, es demasiado duro para su honestidad y profesionalidad.

Por cierto, ¿conocéis a algún docente que comulgue con la burocracia? Pues imaginaos si a esa burocracia le sumamos despropósitos científicos y técnicos y formato ley. El problema es que, con la LOMLOE, siempre han conseguido captar a un determinado porcentaje de creyentes. Waco, como bien sabéis, no se quemó solo.