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Deberes de verano… para profesores

Ahora que hay cientos de artículos e investigaciones “sesudas” que hablan acerca de los Deberes de los alumnos o, incluso, algunos de esos cafres que, aprovechando la coyuntura y la facilidad de decir sandeces amplificadas por las redes sociales, siempre saltan a la palestra en estas fechas criticando las largas vacaciones de los profesores porque son incapaces de estar con sus hijos conviene hablar de las de los profesores. Haciendo un inciso… qué bonito que es achacar el problema de las “eternas” vacaciones escolares a la falta de conciliación o al trabajo de mierda que tienen y ponerlos en alguna de esas escuelas de verano, entre cuatro paredes, que les guardan a sus hijos a un módico precio. Bueno, lo bonito que es hablar despectivamente de los docentes y culpar de todos los problemas del país a sus vacaciones. Nada, que siempre hay amargados en la vida que, en lugar de disfrutar de sus hijos, prefieren tenerlos estabulados en centros, considerados para demasiados de los padres taxonomizados anteriormente, lugares de esparcimiento. Sí, igual que los libros de vacaciones Santillana tan vendidos por estas fechas… Los chavales disfrutan haciéndolos un montón. Espero que se haya notado la ironía porque, a estas alturas, ya no tengo claro el entendimiento de algunos. Perdonad la incoherencia de este primer párrafo pero mi pobre neurona está en horas bajas -y no sólo debido a las vacaciones-.

Fuente: ShutterStock

Yo voy a romper una lanza para exigir deberes de verano para profesores. Sí, los docentes también debemos marcarnos, como mínimo, los mismos deberes que hayamos obligado a realizar a nuestros alumnos. Bueno, a excepción de los guays que, en lugar de mandar deberes, mandan tareas maravillosas y chachipirulis. Qué bonito eufemismo para los deberes de verano. Cuánto control de las figuras lingüísticas. Qué capacidad de manipulación de algo queriendo venderlo como fantástico. Más aún si esos deberes incorporan la necesidad de aumentar más la brecha socioeconómica de las familias.

Pero da igual. No iba a hablar de los deberes de verano de los chavales ni del masoquismo que supone debatir sobre ellos. Sí, hablo de debatir -no de mandarlos-. No hay nada más aburrido que hablar de deberes cuando unos nos marcamos el objetivo básico de conseguir relajarnos, dejar que las olas del mar se posen en nuestro cuerpo y, entre terracita, helado y horchata, dejar pasar el tiempo pensando en lo mal que lo deben estar pasando los padres a los que les hemos plantado los retoños por unos meses. Es broma, la mayoría no somos tan crueles y nos ceñimos sólo al disfrute propio.

Yo voy a dejar la barra de bar para la crítica. Lo que voy a recomendar es a todos mis compañeros que lo mejor que pueden hacer en verano es disfrutar de ese tiempo tan precioso que, por desgracia, se acaba demasiado rápido. Lamentablemente las agujas del reloj van demasiado rápidas en los momentos de asueto. Y el tiempo pasa inexorablemente por mucho que queramos deternerlo.

¿Deberes de verano? A tomar viento el concepto. Vamos a pasarlo bien, si nos apetece aprender algo lo hacemos (que tampoco nadie puede negarse a descubrir la mejor manera de pinchar las olivas del aperitivo) y, cómo no, a tomar chupitos cada vez que alguno diga lo bien que vivimos y que lo que deberíamos hacer es cobrar menos, no tener vacaciones o ya, directamente, ser gaseados en una de esas cámaras de gas que tanto gustarían implementar a más de uno.

Podemos seguir hablando sobre temas educativos pero con mesura y entre pincho, cerveza u horchata mixta para los más adictos a esa bebida. Lo primero es lo primero



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