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Hay mucho margen para el BUEN debate educativo

En mi penúltimo tuit antes de perpetrar este artículo había hablado de que el artículo de hoy sería, con toda probabilidad, el último en el que mencionara a un determinado colectivo de docentes. No voy a cumplir lo que dije. No es habitual en mí pero, después de reflexionarlo cama y sofá mediante, no creo que echar más leña al fuego sea adecuado. Ni tampoco, tal y como era mi intención, procurar que determinadas personas renuncien a su manera de hacer las cosas. Es por ello que voy a cambiar, aunque pueda subyacer cierta mención implícita, a ese colectivo.

Hay Mucho margen para el BUEN debate educativo. Hay mucha investigación incipiente que, elaborada de forma profesional, está publicándose en determinados medios científicos. No en un blog. No son encuestas realizadas a una muestra de amigos. No son impresiones ni sensaciones, difícilmente extrapolables. Estoy hablando de investigación en mayúsculas. Esa tan complicada de realizar en el ámbito social. Pero, en ocasiones, juntando esas investigaciones y los datos que tenemos podemos, quizás, intuir ciertas cosas que pueden funcionar en el aula.

Podemos debatir acerca de todo. Podemos argumentar si es mejor la codocencia con treinta alumnos o reducir las ratios para tener dos grupos de quince. Podemos hablar de las TIC y de su uso y abuso. Podemos hablar de trabajar puntualmente por proyectos, realizar vídeos o usar o no libros de texto. En definitiva, tenemos un amplio margen de debate educativo. En ocasiones avalado por investigaciones y, en ocasiones por datos. A veces, ni por investigaciones ni por datos. Por eso, a veces, nos enzarzamos en debates estériles basados en simples opiniones y sensaciones. Opiniones y sensaciones muy personales. Eso sí, siempre mejor la opinión de alguien con experiencia que la de alguien que no tiene. No se ve igual un aula desde un despacho que desde la propia aula. Si incluso desde el docente la visión es diferente de la del alumnado. Alumnado que también, en función de a quién preguntes, acepta o no una forma de trabajar mejor que otra.

La educación es un terreno muy resbaladizo para hacer opiniones macro. Ya no digamos para arrogarse, como hacen algunos, la solución a todos los problemas educativos. Los francotiradores no funcionan. Y estoy convencido de que, al final, todos somos francotiradores, tanto en ideología educativa como en praxis diaria. Algo que enriquece, a mi entender, salvo que existan datos o investigaciones que refuten ciertas cosas, el propio proceso de aprendizaje. Un proceso, por cierto, mucho menos importante que el aprendizaje que permite. Podemos tener procesos maravillosos en nuestra cabeza y que salten por los aires al ser aplicados en la realidad de nuestras aulas. Algo que puede darse por muchos motivos: contexto, situación de partida del alumnado, etc.

Sobran leyes en educación y falta una verdadera agencia de evaluación del sistema. Sobran inventos y faltan estudios serios para ver qué funciona y qué no. Para saber qué conviene eliminar del sistema y qué conviene apuntalar. Los cambios educativos no deberían supeditarse nunca al articulado legislativo sin tener grupos experimentales para ello. Por eso las leyes educativas se aplican mal… porque afectan a demasiados grupos para poder controlar sus resultados. Los cambios en educación son muy lentos y, por desgracia, todo el mundo tiende a correr mucho. He dicho todo el mundo. Así que me incluyo.

A nadie se le ocurriría jamás empezar una casa por el tejado. Ni ponerse a cambiar la distribución de las ventanas una vez realizados los cálculos y aprobado el proyecto. Es que es algo lógico. Al igual que a ningún médico se le ocurriría operar a un paciente sin haber recabado previamente las analíticas o placas oportunas. Operar a ciegas, salvo que sea algo urgente de vida o muerte, es algo que no se hace. Incluso los escaparates se montan en función del estudio de lo que más han vendido en los últimos tiempos. No hay nada dejado al azar. Entonces, ¿por qué en educación no evaluamos, diseñamos, modificamos y aplicamos las medidas, de forma reducida en un principio y, si vemos que funcionan, las extrapolamos? ¿Por qué funcionamos de manera diferente a lo que dicta el sentido común? ¿Por qué hacemos del acrónimo y del aumento de burocracia el objetivo de todas las medidas educativas? Entiendo que cada partido político que entra quiera dejar su pezuña en educación pero, ¿es necesario? Bueno, más que necesario. ¿Es bueno para el alumnado y para el propio sistema educativo?

Yo nunca he tenido la varita mágica acerca de qué puede o no funcionar en educación. Además, no he tenido en mis manos todos los datos que me gustaría. Ni tan solo puedo decir en mi centro que se hagan ciertas pruebas en determinados grupos y lo comparemos con los resultados DE APRENDIZAJE (no de aprobados) de grupos en los que no hemos hecho ciertas cosas. No puedo. No puede ni tan solo el equipo directivo. Ni tampoco debería poder. Estas evaluaciones deben de venir de muy arriba. Estos experimentos deben estar muy controlados. Debe haber una toma de muestras impecable. Y un análisis de los resultados totalmente objetivo. Dentro, claro está, de las posibilidades que tienen las ciencias humanas y sociales para hacerlo.

Vuelvo al principio del artículo. Hay mucho margen para argumentar y defender ciertas cosas en educación. Hay mucho debate que debería abrirse, no solo a nivel de las redes sociales, para intentar mejorar la educación. Eso sí, mientras que el único debate sea el “y tú más” o “yo tengo la razón porque he visto la luz”, tropezaremos siempre en la misma piedra. Y acabaremos, como siempre, enfangando un terreno de juego en el que nos jugamos mucho más que un Mundial porque, al menos a mí, me importa mucho más el romper la baraja social actual, cada vez más estratificada, que llevarse un objeto de metal a casa. Soy así de raro.

Por cierto, el valor de un debate no lo tiene el número de seguidores en las redes sociales ni el considerarse “de los buenos” o “de los malos”. El valor de un debate es la calidad de argumentos que se aporten y la posibilidad de que se traslade al aula porque, alguien desde arriba, ha pensado más en los argumentos que en la ideología de los suyos.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso.



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