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Las “galletas” de la EGB

Hoy el post va a tener dos partes. Lo hago por ahorrar ya que, en período vacacional, creo que con un solo redactado ya he cumplido con mis ganas de escribir. Eso sí, ya os hago spoiler de ambas, por si os interesa ahorrar alguna de las partes: la primera va acerca de la ficción de la generalización de las hostias que, según algunos, a manos abiertas repartían los maestros de EGB y la segunda, en clave mucho más personal, es para responder a las críticas que me ha hecho el autor del Tuit usado en la argumentación de ayer en Twitter, para abrir el debate acerca de esas “galletas” generalizadas por algunos.

Una vez aclarado lo anterior, vamos a leitmotiv principal del artículo… la necesidad de sesgar interesadamente qué pasaba en la EGB (sucede tanto en los que dicen que todo era maravilloso como en los que todo era nefasto -lo de las corrientes extremistas nunca lo he entendido), añadiendo a la Lista de los Reyes Godos el concepto de las hostias que se repartían por parte de la mayoría de docentes a su alumnado, amén de las humillaciones e insultos continuos, despreciando al mismo.

Pues va a ser que, salvo contadas excepciones, no creo que nadie pueda alegar “política educativa” como práctica habitual. Podemos recordar algún hecho concreto, pero la generalización interesada y descontextualizada de esos hechos, da la sensación que tenga más importancia la ideología de alguno acerca de lo que debería haber sucedido en su época de estudiante (para afianzarse en su manera de ver las cosas) que en la realidad. No cuestiono que pueda haber habido, al igual que sucede ahora, docentes sádicos en los Centros Educativos. Nunca he discutido la existencia de malos profesionales, malas praxis ni malas personas. Otro tema es que queramos generalizar. A mí no se me ocurriría generalizar con Don Anselmo (nombre ficticio) ni con Doña Paquita (otro nombre ficticio). Eran dos modelos educativos diferentes.

Por cierto, yo no me acuerdo prácticamente de nada de mi paso por EGB y como mucho tengo recuerdos muy aislados que, ni tan solo podría decir si fueron reales. De todos los maestros que tuve me acuerdo de cuatro. Bueno, de alguno más porque, al ser mi madre maestra en dos de los centros que estudié (pasé por tres) y mi padre en uno de ellos, pasaba muchas horas en septiembre ahí. Y más de una tarde. Los hijos de los maestros, por si alguno lo es, sabe que su visión de la educación está muy condicionada por ciertas cosas. No es malo tener una visión condicionada. Además, en mi caso, toda en clave positiva. Bueno, “salvo ser el hijo del/de la maestro/maestra”. Eso nunca gusta a nadie.

No cuestiono que hubiera centros educativos en la postguerra donde se repartieran “galletas” en más porcentaje que lo meramente excepcional, pero que alguien más joven que yo hable de galletismo institucionalizado es muy poco serio. Es como el que me dijo ayer que hay una gran cantidad de docentes “fachas” en los centros educativos que quieren mano dura con el alumnado y que solo se habla de ello. Pues va a ser que, en mi deambular por varios centros educativos, se habla más de otras cosas poco educativas que de aplicar mano dura. Voy a ir algo más lejos… el debate pedagógico tan cruento y endogámico en Twitter no existe en los centros educativos. El día a día marca el trabajo de los profesionales que están/estamos ahí. Y hay cosas más importantes que las redes sociales. Tanto en docencia como en cualquier profesión.

Ahora se viene la segunda parte. La más personal. La relacionada con el tuit que publiqué ayer y que me sirvió de leitmotiv para un debate bastante interesante acerca de los que recuerdan fábricas de galletas y los que no. Bueno, los primeros siempre acuden a ese maestro que, casi siempre tildan con el “don” delante, para usar la excepción como norma. Y no discuto que pudiera haber centros educativos con políticas de mano dura. Eso sí, a partir de la Ley General de Educación de los 70, dudo que ninguno de esos pululara tan alegremente como se dice.

Voy a explicar por qué uso capturas de pantalla en muchas ocasiones en lugar de mencionar los tuits. Lo hago por dos motivos: uno el no importarme el emisor del tuit (por usarlo solo como hilo argumental de ciertas cosas) y un segundo motivo es cuando, en ocasiones, algún tuit no puedo verlo por bloqueos o me ha llegado por terceros. Además, en el caso de no mencionar al autor evito que le lleguen menciones que, en ocasiones, pueden no quererse. Añado y aquí es un error que cometo… no borro el nombre del autor del tuit por pereza absoluta ya que, como en este caso, el tuit lo lancé desde el móvil. Quizás sea una práctica que deba mejorar (¡me la apunto!) porque no tiene sentido en este tipo de usos ya que, en este caso, lo que importa es lo que pretendo extraer del mismo: la confusión, interesada o no, de creer que existió una realidad educativa plagada de sádicos. Confusión que, en la mayoría de ocasiones, se mezcla con argumentos en contra de un determinado tipo de modelo educativo poco innovador. Pero sin más. Es que no tiene una mayor importancia. Y no, no permite deducir este tuit si uno es buen o mal docente, ni si le quieren o no su alumnado, ni si… Son unas palabras concretas que alguien dice y que yo comento. Nada más que eso.

Espero haberle aclarado al autor de ese tuit que mi intención no era poner a nadie en la picota. Es que después de ver como me ha mencionado posteriormente, poniéndome a mí en la picota y cuestionando mi recorte, espero que con el párrafo anterior le quede claro por qué lo he hecho.

Y añado, por favor, al igual que yo no he juzgado tu faceta profesional, intenta no buscar excusas para hacerlo de forma torticera porque, si hubieras revisado tan bien mi timeline (como parece que lo has hecho), ya que yo solo he visto estos tuits porque me habías mencionado y si no lo hubieras hecho hubieran pasado sin pena ni gloria (ventajas de poner captura de pantalla), sabrías que antes de este tuit retuiteo uno en el que se dice que “no puede juzgarse la profesionalidad de nadie por esto”. Y sí, a mí esta situación me parece carnavalero e innecesario. Al igual que cuestiono los premios educativos de determinadas entidades bancarias u otras con intereses armamentísticos y lo que significan.

La falta de respeto y el denominarme, sin conocer mi faceta profesional ni personal, “profesor tirano y amargado” tiene mucho de cosas que no voy a mencionarte porque, según dices, te las hacían continuamente a ti en tu colegio. Y eso deberías saber, al igual que lo veías mal antes, que no está bien. Pero bueno, allá cada cual… Eso sí, ¿te imaginas que yo te dijera que eres un mal conductor porque tu opinión acerca de las carreras de Fórmula 1 difiere de la mía? Piénsalo.

Un inciso final ya que siempre toca repetirlo… ni todo es/era tan bueno ni todo tan malo ahora/antes. Es por eso que, en caso de querer una mejora educativa real, debemos evaluar las diferentes prácticas (tanto las de antes como las de ahora), ver qué funciona y qué no, para poder quedarnos con lo que realmente pueda ser útil para nuestro alumnado, mejorando lo que no iba del todo bien y cambiando lo que deba cambiarse. Y evitar caer en los amimefuncionismos subjetivos o recuerdos sesgados acerca de lo maravillosa o perversa que fue la EGB.

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