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No existe una Escuela del siglo XXI

No puedo menos de sorprenderme al ver cómo, de forma repetitiva, algunos lanzan los mismos eslóganes, tan vacíos como faltos de objetividad, acerca de qué supone la escuela del Siglo Xxi. Estoy sorprendido al ver calar determinadas frases en gran parte del colectivo docente. Más todavía cuando, simplemente teniendo un poco de sentido común, ya hieden a distancia. No existe una escuela del siglo XXI, al igual que tampoco existía una del siglo XX ni una del II a.C.

Los alumnos del siglo XXI no son diferentes de los del siglo XX. Mal les pese a algunos, el alumnado no es diferente (hay los mismos que aprenden y que no) ni los parámetros sociales son diferentes. Han cambiado quizás los medios pero el alumno, al igual que en décadas o, incluso siglos anteriores, no ha variado. Estudian para aprobar, al igual que lo hice yo y si pueden escaquearse del estudio buscando una alternativa más lúdica lo hacen. Aprender no es divertido. Ni lo era antes, ni lo es ahora. Otro tema es que se haga otra cosa en el aula por parte de algunos, pero eso que se está haciendo no tiene nada que ver, ni con la función profesional que debería tener el docente ni con aprendizajes de ningún tipo.

El depositario de saberes es el docente. El alumnado no sabe más de la asignatura que su docente. Y pervertir el concepto acerca de que debe ser el alumno el que construya su conocimiento porque, para algunos, solo es conocimiento permanente el que se construye de forma autónoma, es un error. No se puede hacer sin sabe hacer. Por cierto, en el siglo XXI para aprender a sumar se tienen que hacer sumas. La calculadora no sustituye el constructo y la estrategia para saber hacerlo. El cálculo mental y la agilidad que conlleva, es lo mismo que hace doscientos años. No, el conocimiento no está en Google. En Google, al igual que antes en las bibliotecas, hay saberes que, una vez aprendidas ciertas cosas, pueden ser de utilidad. No en los primeros aprendizajes. No antes de que el alumno tenga la base para generar nuevo conocimiento de forma autónoma y sea crítico con lo que lee. Los guías espirituales en los que se transmutan cada ciertas épocas los docentes no funcionan. Por cierto, hay saberes caducos y otros no (hay teoremas matemáticos, por ahora, inmutables y hechos históricos que son los que son). Al igual que los ha habido siempre pero, por suerte es fácil de ir adaptándolos si uno tiene base para hacerlo.

Los alumnos no son nativos digitales. No saben usar mejor la tecnología que gente más mayor. No existen las inteligencias múltiples ni nada que sustituya las horas de práctica para dominar un deporte o un instrumento. El flipped classroom son solo los típicos cursos de Aprenda Alemán desde casa de Planeta Agostini. Nadie en su sano juicio (siendo alumno) mira motu proprio vídeos en casa y atiende a lo que le dicen en ello. Ver vídeos en casa son deberes. El aprendizaje significativo es una falacia. Hay aprendizajes que se interiorizan y otros que no. No se aprende más haciendo que aprendiendo cómo se hace.

Es necesario memorizar para construir el aprendizaje. El colegueo, ahora al igual que cuando estudiaban todos los que ahora lo practican, solo sirve para ser el profesor guay y enrollado pero, normalmente, los aprendizajes del alumnado no tienen que ver con ello. Es mejor un buen profesional que uno muy vocacional. No son excluyentes pero, sinceramente, estar en docencia por la pasta no te hace ser peor profesional. Ni tampoco te hace ser menos profesional tu carácter. Puede uno ser muy buen en su materia, explicar muy bien y caer fatal al alumnado. El objetivo del docente no es educar. La educación se da (o debería darse) en casa. Los niños vienen a aprender. Ahora, al igual que lo hacían antes.

La escuela de los Reyes Godos no existe. Las experiencias innovadoras del laissez faire han sido históricamente un fiasco. Hay docentes que se empeñan en repetir prácticas pedagógicas que ya fallaron en su momento, normalmente renombradas bajo nombres acabados en ing que, seguramente, van a seguir siendo otro fiasco. En docencia, ahora al igual que antes, no están los mejores profesionales de lo suyo. Un ingeniero que acaba en docencia, más antaño que ahora (por motivos de la situación laboral), normalmente no es un buen ingeniero. Vale para cualquiera de cualquier ámbito. Y, por cierto, ¿es necesaria tanta formación para acabar cortando maderitas, enseñar a dividir, a encontrar el complemento directo o jugar con Scratch? Siempre, en mi opinión, mejor que sobre que no que falte (prefiero docentes que sepan mucho, que docentes que sepan poco). Pero ésta sí que es una opinión personal.

En Magisterio, al igual que antaño, hay demasiados profesores magufos (ahora ponen vídeos de Ken Robinson y César Bona, antaño de pedagogos que no olieron un aula sobre la que postulaban en toda su vida). En la Universidad el profesorado está más pendiente de investigar, de obtener sexenios y conseguir becas para hacer ciertas cosas, que de dar clase. Sucede ahora y sucedía antes. Otra cuestión es que sepan dar las clases bien o mal. Hay docentes buenos y malos. No por usar las TIC un docente es mejor ni peor en lo suyo.

Ni la escuela del siglo XXI está tan mal como nos pintan, ni tiene tantas oportunidades como se creen algunos, ni hay aprendizajes por ciencia infusa, ni realmente creo que exista. Eso sí, queda muy bien para algunos confeccionar una escuela mágica que no existe porque así pueden justificar ciertas actuaciones, sentirse bien con ellos mismos por “creer que hacen algo diferente con lo que su alumnado va a aprender sí o sí”. O, justo en sentido opuesto, docentes que dan las culpas de todo al contexto para autojustificarse. Se pueden mejorar cosas en educación pero, lamentablemente con un buen diseño, mucho esfuerzo y dando un paso después de otro. Querer crear gallinas de la nada tiene un problema. Bueno, tiene dos problemas: uno que es imposible crear materia de la nada (no lo digo yo, lo dice la ciencia) y el segundo que, en ocasiones es mucho más complejo de solucionar, ver cosas que no existen o creer que las plantas te responden, debería obligar a acudir a un especialista.

Ahora ya podéis ponerme a parir. Sé a lo que me arriesgaba escribiéndolo

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