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Mi llegada a la docencia

Me apetece, en determinadas ocasiones, escribir sobre mí. No es cuestión de ego. Es más bien una necesidad porque, al fin y al cabo, por mucho que algunos os paseéis por esta bitácora, es más algo personal que un espacio dedicado a satisfacer necesidades de terceros. Ya, lo sé, podría escribir todos mis pensamientos en una moleskine (o algo similar) pero, sinceramente, me gusta el formato que me permite hacer este modelo de blogs. ¿Exhibicionista? Bueno, creo que lo es mucho más alguien que cuelga las fotos de la Primera Comunión de sus hijas en un Instagram abierto aunque, a veces, las palabras puedan llegar a ser más personales e íntimas que las imágenes o los vídeos.

Fuente: ShutterStock

Hoy voy a escribir cómo llegué a la docencia. No, no voy a retrotaerme a mi maravillosa infancia, a mi compleja adolescencia ni, tampoco, al primer pecho que toqué de refilón. Creo que eso no interesa salvo que algunos busquen el morbo a toda costa y, para eso, ya están determinado tipo de revistas o, incluso, medios de comunicación supuestamente serios. Empezaré, si me dejáis, mencionando que mis padres y abuelo paterno se dedicaba a esto. Y, por eso, mi alergia a acabar como ellos aunque, como muchos sabéis, al final he caído en esa tradición familiar (en la que me acompañan mi hermana, mujer y cuñados respectivos). Pero no adelantemos tanto…

Los estudios de siempre se me han dado bien. Era de los que estudiaban poco y sacaban unas notas más que aceptables. Ello me permitió poder relajarme en Selectividad y tener un aprobado raspado (que me permitía entrar, con la media, en prácticamente cualquier parte). Por cierto, no tenía ni idea acerca de qué estudiar y lo único que tenía claro es que no quería irme de Lleida. Es lo que se llama ser un localista y ahora, como veis, he acabado cerca de la capital del terruño de al lado. Así que, después de estudiar ciencias, solo me quedaba la opción de Medicina o Ingenierías relacionadas con el campo o lo forestal. Bueno, también existía la opción de Enfermería (a la que fui a menudo a estudiar en su biblioteca porque, como universitario, uno ya sabe…). Así pues, la selección a una de esas Ingenierías: la Técnica Agrícola en Industrias Agrarias y Alimentarias para ser más concreto. No permitían hacer en Lleida la larga directamente.

Ya si eso me salto los años universitarios, las becas miseras y los veranos recogiendo fruta para pagarme los gastos y voy directamente a la realización de un CAP “por si acaso”. Era muy poco dinero y fui un par de días. Los otros pasábamos más tiempo en el bar que otra cosa porque, sinceramente, había cosas que eran muy aburridas y que, posteriormente, he visto que no servían de nada. Ya tenemos a uno con CAP e Ingeniería Técnica con el error de apuntarse a la bolsa de interinos que habían abierto para algunas especialidades de FP y Tecnología de la ESO.

Dos de noviembre. Me llaman a casa desde la Delegación Territorial de Educación de Lleida y me ofrecen una sustitución en Sort. Y dije que sí. Había empezado la superior de Agrónomos y, dejándolo todo, me planto con mi padre y veintidos años en el Pirineo donde, curiosamente, he acabado estando laboralmente más de una década. Estuve ahí hasta acabar el curso y después iba enlazando interinajes de FP y Tecnología hasta aprobar, de rebote un año que no había estudiado (los dos anteriores lo había hecho y habían dejado vacantes de mi especialidad). Y así, también acabando de sacarme la Ingeniería Superior, empecé en esto.

Después una enfermedad muy desagradable, propuesta de jubilación, cargos directivos, etc. Algún máster relacionado con el tema y mucho tiempo hablando de algo que me gusta como la educación. Y aquí estoy. Por azar. Por casualidad. Por conjunción astral. Y no, no permito que nadie asocie mi profesionalidad a la falta de vocación o a no tener dinero para deber seguir trabajando porque, al final, al igual que hacen miles de mis compañeros, lo intento hacer lo mejor que sé en clase. Y, no es por tirarme flores, creo que no lo hago del todo mal 😉

Un redactado incoherente que no pasaría el tamiz de mis profesoras de Literatura del Instituto pero que me apetecía compartir con vosotros. Y, principalmente, conmigo.



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