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Hordas identitarias

https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/ideas-cooltura/hordas-identitarias/20231014001459652051.html

Entre los intelectuales de las últimas hornadas, a nivel internacional, destaca el politólogo Yascha Mounk, que se ha propuesto en su obra relatar el declive de las democracias liberales.

En su primer libro, Mounk, que imparte clase de Relaciones Internacionales, se adentró en el oscuro infierno de la dinámica populista para aclararnos que si el liberalismo está hoy herido de muerte no es a causa de sus enemigos de fuera, sino por su propia complacencia. O sea, que los sistemas políticos occidentales han muerto sobre todo de éxito. Los riesgos que tiene nuestra fragilidad política aparecen porque el liberalismo deja resquicios por los que se introducen virus letales.

La tesis de Mounk es parecida a la que, en otro discurso y con otra retórica, mantenía Kierkegaard. Siempre me ha parecido de interés cómo este autor examinaba la decadencia de la fe cristiana. Denunciaba, a cuestas con su joroba, que lo más sangrante del cristianismo había sido su adocenamiento. Acostumbrarse a los logros -a la creencia- es el camino más expedito para malversar el legado de quienes han vivido antes que nosotros.

“Nos hemos acostumbrado a formas de vida tan garantistas que despreciamos las bases de la democracia liberal”

Para Kierkegaard, somos tan cristianos que hemos dejamos de serlo. Hablaba el azote de Copenhague de la devaluación de la creencia: de la transformación del cristianismo, entendido como seguimiento fiel y siempre admirado de las enseñanzas de Cristo, en cristiandad, que es ese magma cultural en el que la fe ha perdido, por decirlo así, la mordiente de la gracia.

Algo similar ocurre con el liberalismo, en sentido amplio. Nos hemos acostumbrado a formas de vida tan garantistas que despreciamos las bases de la democracia liberal. Los griegos, que, además de un pueblo sabio, tuvieron el arrojo de inventar el modelo democrático, se dieron cuenta de que el reconocimiento de la libertad y de la igualdad nunca puede ser absoluto. Si se olvida este principio, se corre el riesgo de acabar por el suelo con todo lo logrado.

Piénsese en la libertad de expresión o el sufragio. Está claro que son principios básicos de nuestra convivencia, pero estaríamos dándonos un disparo en el pie si apeláramos a estos derechos a fin de imponer formas de vida políticas iliberales. Según el diagnóstico de Mounk, esto es lo que está sucediendo.

En The Identity Trap, su ensayo más reciente, el politólogo afincado en la John Hopkins University se refiere al lastre que representa el identitarismo. Hay dos reflexiones que debemos subrayar. En primer lugar, revela cómo funciona la opinión pública de hoy: mejor dicho, cómo se conforma. En su opinión, a diferencia de otros momentos de la historia, en la actualidad se da un trasvase preocupante de la universidad a la práctica política. Eso agudiza la ideologización, puesto que quienes fraguan las ideas no tienen ningún tipo de contacto con la gestión cotidiana de la casa común.

El incidir en lo que nos diferencia propine la estocada final al sueño universalista de la Ilustración

La debilidad de nuestras democracias se ha intensificado gracias al régimen posmoderno de verdad en el que las certezas se diluyen como el azúcar en el café. Lyotard nos enseñó que había llegado el momento de liquidar los grandes relatos, de modo que encontramos muchas dificultades a la hora de justificar y fundamentar nuestros valores. Ese ha sido, según se narra en The Trap Identity, el caldo de cultivo del movimiento Woke.

Desde un punto de vista identitario, la posmodernidad se traduce en la inestabilidad de los marcadores que nos definen. En términos psicológicos, no es difícil imaginar lo que se nos viene: infinidad de trastornos. Aunque nos empeñemos en moldear quiénes somos en base a nuestros antojos, lo cierto es que en la determinación del yo desempeñan un importante papel los otros.

Muchos filósofos han recordado, por ejemplo, que sin el prójimo nunca podríamos escapar de la pesadilla de la esquizofrenia. La identidad exige coherencia y es algo no tanto sincrónico como diacrónico. Decir “yo” supone intentar reconocernos en el pasado, cuando recordamos, así como saber que en el futuro seremos nosotros los que construiremos nuestros sueños. Una identidad lábil es psicológicamente perturbadora. ¿Acaso no es madurar ir consolidando lo que somos?

Pero la trampa de la identidad no solo tiene sus inconvenientes en el campo de las patologías mentales. A Mounk, de hecho, lo que le interesa son las trampas políticas: el incidir en lo que nos diferencia propina la estocada final al sueño universalista de la Ilustración. El proyecto de quienes, como indicaba Kant, se atrevieron a pensar consistió en hermanarnos por encima de las diferencias. Lo Woke es un retroceso porque nos quiere devolver a un horizonte tribal. Y no hay nada más peligroso para la convivencia pacífica que las hordas identitarias que asoman por el horizonte y pueden acabar con nuestros valores.

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