A Irene Montero la llevan y la traen como a una fallecida, blanda de flores, dura de ojos, seca de manos, pero es una muerta alegre después de todo, como la que se sacrifica en el volcán por la tribu, en medio de la celebración, las antorchas y las vísceras. O sea que la entrega de los Premios Triángulo uno aguardaba ver una Irene Montero viuda y plañidera de sí misma (iba de negro arácnido, elegante y venenoso), pero enseguida vi que había olvidado el terrible veto de esfinge de Yolanda por una suerte de fiebre por el karaoke. Mientras cantaba al lado de Ángela Rodríguez Pam eso de “para hacer bien el amor hay que venir al sur”, las dos como dos señoras de bingo, dando palmadas de bisutería y destiempo, creí que las desgracias políticas quizá tampoco son para tanto, que la muerte política a lo mejor no es la muerte, o es incluso es el inicio…

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