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Sereno monástico

https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/ideas-cooltura/sosiego-monastico/20230519162849572939.html

Un consejo para futuros psicólogos: si desean conocer de qué forma marcha la psique humana, dejen de lado a Freud, cierren sus libros de sicología positiva y silencien los podcasts de los Rojas. Hagan una buena inversión y cómprense los tres volúmenes de la Filocalia, la colección de escritos de los progenitores del desierto.

Quizá se pregunten si monjes como Evagrio Póntico o Juan Casiano, que se alejaron del ruido del planeta buscando la soledad, tienen algo que decirnos a los urbanitas de hoy. Sí y mucho. No solo que nos desprendamos de los auriculares para escuchar en algún susurro la voluntad divina. Algunos consideran que los estilitas, que pasaban la vida de pie sobre una columna, estaban locos, mas ignoran que, en sus cabales o no, conocían a fondo los detalles del ser humano.

De hecho, cada vez son más los contemporáneos que recurren a la sabiduría monástica y la emplean como una brújula para encontrar el norte en sus días. No es preciso vestirse de sayal o llevar una gran cruz. Ni siquiera ser creyente, porque el orden vital que aconseja Benito en su regla o la manera en que los cartujos asisten a apagar ese runrún interior, es conveniente a todos, cristianos o no. 

Los frailes, los padres del desierto, conocían la dinámica psíquica y aconsejaban a los destruidos por la zozobra mucho antes que se inventase el psicoanálisis

¿Rareza ¿Moda rara ¿Impostura Me gusta recordar al respecto la anécdota de un pensador americano, judío de nacimiento, que, ya mayor, pensó en apuntarse a la moda de la meditación trascendental. Con buen criterio, con mucho los pies en el suelo, se dijo que por qué demonios debía adoptar una costumbre oriental cuando su padre le había enseñado desde pequeñísimo a orar. Desde entonces se propuso entonar el Shema Israel cada mañana y cada noche, como siempre entre los ortodoxos.

Del mismo modo, es una contradicción que , hijos del cristianismo, nos empeñemos en aprender sánscrito o en hacer yoga, a modo de terapia, cuando hay tradiciones que nos son más próximas y pueden servirnos más con eficacia para domeñar nuestros demonios interiores. Los monjes, los progenitores del desierto, conocían la dinámica psíquica y recomendaban a los destruidos por la zozobra mucho antes que se inventase el psicoanálisis.

Sobre la necesidad de silencio y soledad -dos de las prácticas monásticas- se ha escrito mucho, desde Pablo D’Ors a Rafael Gómez Pérez. Más reciente y amplio es una colección de textos de Hugh Feiss, un cisterciense que ha reunido citas de maestros de la espiritualidad cristiana muy acertadas para el hombre de hoy. Tal vez no sea lo nuestro interrumpir el trabajo para rezar el oficio divino, pero para adiestrar la atención, eludir la dispersión mental y la multitarea viene como anillo al dedo la lectura de Sabiduría monástica (Elba).

Pascal decía que la infelicidad del hombre procede de una sola causa: de su incapacidad para continuar solo, sin hacer nada, en su habitación. No sé si Elizabeth McCafferty decidió pasar una semana con las benedictinas de Minster Abbey para poner antídoto a su triste vida. Su experiencia ha sido revolucionaria, según cuenta en un artículo para The Guardian, y no precisamente por haber descubierto la fe. En la soledad de la abadía, sin móviles, sin necesidades, sin tareas ni acciones que completar, sin wi-fi -sin espéculos en los que mirarse-, ha descubierto que la sencillez puede ser un camino considerablemente más directo para la paz y la felicidad.

Aparentemente, McCafferty no ha cambiado de vida, pero la estancia en el monasterio ha sido catártica. Ha tomado conciencia de sí misma. Estar en solitario y sin preocupaciones ayuda a conformar un espacio para que comparezca nuestra identidad y descubrir quién somos, como los valores que nos guían. Y ese es el paso inicial para admitirse.

La cronista británica no ha renunciado de la diversión, pero ahora sabe que a veces meterse en Netflix o hacer scroll, zampando vídeos o información intrascendente, puede ser contraproducente para localizar el calmo. 

Estar en solitario y sin preocupaciones ayuda a conformar un espacio a fin de que comparezca nuestra identidad y descubrir quién somos, como los valores que nos guían. Y ese es el paso inicial para aceptarse

Estar una semana en silencio da para meditar en muchas cosas; aun en menos tiempo se puede recomponer una vida, restablecer prioridades, aclarar valores o examinar la congruencia de nuestras resoluciones. A este respecto hay dos enseñanzas de los frailes que pueden ser especialmente ideales para ello: repartir la jornada entre diversas actividades y pasar día tras día un tiempo en silencio.

Convendría que quienes estuviesen aún presos de prejuicios antirreligiosos -o antimonásticos- recordasen algo: muchas de las prácticas religiosas tienen su origen en la filosofía, en lo que los pensadores clásicos llamaban el cuidado de sí; de ahí pasaron al cristianismo.

En la sabiduría de esos monjes, profunda y ancestral, McCafferty aprendió una diferencia esencial para alcanzar una vida conseguida o satisfactoria: la diferencia entre apreciar algo y necesitarlo. Esa lección, a fin de que sea eficiente, no puede ser enseñada desde un diván; la hemos de encontrar cada uno de ellos en la soledad de nuestro cuarto.

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