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A MARCHAS FORZADAS

Junto con la construcción de puentes, marchar es el deporte favorito de los mexicanos. Defortunadamente, debido a nuestra falta de cultura cívica y a la demagogia rampante de nuestros políticos, la mayoría de las Marchas mexicanas son solo un juego de vencidas entre los diferentes actores políticos; una incómoda y perturbardora medición de fuerzas en la que invariablemente los ciudadanos sacamos la peor parte.

Por supuesto, algunas marchas tienen intenciones encomiables y están organizadas por grupos o personas respetables con demandas válidas. Pero aun éstas, cuando prometen ser masivas y populares, inmediatamente se convierten en jugoso botín político. Y es casi imposible —al menos hasta ahora lo ha sido— evitar que los políticos se apropien de ellas —con más o menos sutileza— y que las usen para sus propios fines —siempre mezquinos.

Hace unos años Felipe Calderón marchaba exigiendo el cese de la violencia y la inseguridad. Hace también unos años, Andrés Manuel López Obrador se burlaba de una marcha que pugnaba por la paz. Hoy los dos están en la posición opuesta. Porque les conviene. Sin importar que sea la misma demanda y los mismos ciudadanos los que la hacen.

¿Sirven las marchas? ¿Los políticos ven en éstas reclamos populares o solo el músculo de sus adversarios? ¿Toman en cuenta en sus decisiones las demandas expresadas por las marchas o solo el poder de los opositores agazapados detrás de éstas?

No lo sé, pero esas multitudes organizadas y entusiastas siempre me dejan la agridulce sensación de que cada quien marcha por lo que se le da la gana, de que todos, en nuestro interior, vamos lanzando consignas contra lo que nos atribula: la pareja, el jefe, los hijos, el equipo de futbol que nunca gana, la vida. Una especie de terapia colectiva en la que las calles se vuelven el psicólogo mudo que nos cura solo escuchando. Por eso a nadie le importa que las marchas jamás consigan resultados; marchar es ya es un logro; es la certeza de que no estamos solos, de que hay miles que, como nosotros, piensan que podríamos tener mejores gobernantes, y que como nosotros, tienen vidas imperfectas.











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