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Carita Bonita (Parte I)






Reina tenía los ojos grandes color caramelo, más claritos que los corrientes pardos; los labios generosos, la frente amplia y unos cabellos que cuando los llevaba adelante alcanzaban trepar hasta la punta de sus senos… esos senos blancos que apretados por el sostén dibujaban una línea divisora que aparecía siempre sobre el escote de su blusa.

Siempre que me hablaba envolvía sus dedos entre sus mechones como haciéndose rulos para luego soltarlos. “te está aventando sus feromonas” me decía el gordo Pineda. “te va engatusar como al chino Lau y después te va a dejar cagado, deprimido, yo la conozco huevón”. “si dicen que el chato Domínguez se volvió fumón por su culpa, porque así lo enamoró, lo tenía de su baboso, de su encomendero, hasta le hacía las tareas” “y ni hablar del loquito Perleche, ese huevón se volvió loco por ella, y no te digo loco en sentido figurado… ese huevón se quedó mal de la cabeza después que ella le dijo hasta acá nomás”. Yo sólo sonreía “hablas huevadas huevón”le decía.

Las chicas del barrio decían que era “llenita”, “empatadita”, “es una gordita que a la primera se te desmondonga”decía Paty con una desmesurada tirria en cada palabra.  Un tufillo de envidia se vislumbraba en sus gestos. “Pero  si fuera de verdad gordita no tendría tantos pretendientes tras de ella”. “¡Ay! si yo fuera regalona, también tendría a veinte carretones persiguiéndome”alegaba, seguida de la celebración de las otras chicas. “bueno, no sean mal habladas, al menos yo no la conozco en la faceta de regalona” respondí. “no es una regalona” intervino el gordo Pineda, “es una calienta huevos nomás… te calienta, te calienta y no te da nada… por qué crees que el chato Domínguez adelgazó tanto hasta parecer un pejerrey sin tripa, porque paraba caliente y se iba en paja nomás” agregó. Todos rieron, porque el gordo Pineda solía mezclar sus creencias populares con cualquier investigación científica que llegó a leer a duras penas. “que se ríen, ustedes no saben nada, yo he leído que un pajazo equivale a siete polvos”.

Todos podían hablar, murmurar, pero por ese par de piernas y esos senos redondos cualquiera daría la vida entera, porque ese caminar peculiar, sin ninguna intención de provocación, podía despertar miradas concupiscentes, lascivas hasta del más correcto. Y es que Reina tenía esa mezcla de mujer con toquecillos de niña y se movía como si desconociera tener esas cualidades. Actuaba con inocencia, se movía con confianza, sonreía con amabilidad, no hacía distinciones, acariciaba con facilidad, abrazaba  sin intenciones secundarias. Había nacido con una gracia inigualable, tocada por una estrella. Ella no era el problema. El problema éramos  aquellos que podíamos perder la cabeza, la razón, la cordura por su coquetería innata. Quizá, después de todo, el gordo Pineda podría estar en lo cierto, “son las feromonas huevón, te está aventando sus feromonas y ella, tiene bastante, hasta para regalar”.

“Ese gordo Pineda habla tonterías…. es peor que mujer” me decía Reina como adivinando lo que podría haber llegado a mis oídos.  Recostada sobre la reja de su chaletme conversaba mientras movía la pierna como dibujando un círculo en el piso “yo nunca he tenido enamorado”, me decía. “¿Y Perleche?” pregunté. “¿ese?... ese nunca ha sido mi enamorado, no sé qué cosas habrá hablado, seguro tonterías, cosas de su imaginación porque siempre estuvo mal de la cabeza” me respondió. Luego de un silencio preguntó “¿y tú?, ¿cuántas enamoradas has tenido?”. “sólo una”respondí  después de unos segundos. “¿y qué pasó?, cuéntame de ella” me dijo acomodándose a mi lado, rozando sus senos con mi hombro. Su cercanía me hacía temblar. “mmm nada, terminamos porque yo ya tenía que viajar a Lima”. “Dime pues, te terminó seguro”. Sonreí  al verme descubierto. Definitivamente era malo para las mentiras. “bueno, si pues, se fue con otro, así de simple” respondí tratando de terminar todo allí. Apoyó sus manos sobre mi hombro mirando mi perfil. No me atrevía a voltear y quedar frente a ella. Acercó sus labios a mi oído hasta sentir el cosquilleo caliente de su respiración y me susurró “si se fue con otro, qué importa, seguro viene algo mejor para ti”.

 “¿Y?, ¿qué dice tu hembrita?” preguntaba el gordo pineda siempre que lo encontraba. “cuál hembrita huevón es mi amiga… más parece que tú te has enamorado de ella”. “Ya caíste seguro huevón, ya caíste uuuuuuyyyy estoy viendo ojos de enamorado”alegó socarrón el gordo. Sonreí negando todo “somos amigos nomás gordito” le dije tratando de minimizar la situación. El gordo se puso serio “cuidado nomás que termines en el psiquiatra… a todos los malogra, los vuelve locos, pajeros  o drogadictos, ya sabes”. “Yo no creo Marcelito que tú tan correcto y tan inteligente te metas con ESA… yo no creo” dijo Silvana. “ayyyy Marcelito no nos decepciones si te metes con ESA, ni te aparezcas por aquí, ni te vamos a mirar” culminó Paty.

Desde que apareció Reina, hace un año atrás, había puesto de cabeza el barrio. Al principio todos salíamos juntos, pero no sé desde cuando el grupo de chicas decidió alejarla, dejó de pasarle la voz, de no invitarla a las reuniones y Reina, que era lo suficientemente inteligente para darse cuenta, poco a poco prefirió privarse de nuestra compañía. Creo que todo empezó desde que Paty, quien alguna vez fue la atracción del barrio y por quien todos alguna vez nos peleábamos para que ningún mozuelo de otro vecindario se la llevara, repentinamente fue desplazada. El Chino Lau, el Chato Rivera, el loco Perleche, el zambo Román y hasta Pepe Ricón habían empezado a fijarse más en Reina. A hacerle pleitesías, a querer acompañarla y hasta pelearse a puño limpio entre ellos por su cariño. Yo en un inicio me mantuve al margen pero en los últimos días el azar nos puso en el mismo camino.

Su madre buscando una costurera para que le arreglara un vestido había llegado hasta mi casa por recomendación de una vecina. Mi madre cosía. La citó y se apareció con Reina. Habíamos salido en grupo pero no habíamos conversado mucho, al menos no lo suficiente para frecuentarnos a solas, para sostener largas conversaciones. Ese fue el inicio. Cada visita de su madre por la compostura de un vestido significaba horas de conversación con ella, en mi sala, escuchando canciones de “Sui Generis” que ella traía en una cinta magnetofónica. “Pon esa, la cuarta canción, adelanta un poquito”, me ordenaba dulcemente y se ponía a cantar y bailar con los ojos cerrados. “Me encanta esa canción” me decía. Tarareaba como si nadie la viera y cuando terminó se dejó caer como una pluma sobre mis rodillas. Sentí la piel suave de sus piernas blancas sobre las mías. Se colgó de mi cuello y pegando sus labios a mi oído me susurró “si mañana me la cantas y me la dedicas, te voy a dar un regalito… una sorpresita que te va a gustar mucho”...

CONTINUARÁ


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