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Dejadme morir en paz - El último blog

Desde que sé quién soy, vivo atormentado.

Uno de los placeres de leer un buen libro, una buena historia, es meterte tanto en ella que llegues a identificarte con los protagonistas. A todos nos ha pasado. Mientras leemos, nos imaginamos en la piel de algunos personajes. Sobretodo si esos personajes son muy distintos a nosotros y son capaces de hacer cosas que nosotros, en nuestra triste y aburrida vida, no haríamos jamás.

¿Quién no ha envidiado a ese superhéroe que, tras una épica victoria contra el mayor de los criminales, termina liado con la chica? ¿O a esa protagonista que por el día es una gris bibliotecaria para, por la noche, convertirse en una mujer fatal que seduce a malvados para, cuando menos se lo esperan, hacerles pagar por sus pecados con las más crueles de las artes?

Y es que lo bueno que tienen los personajes de ficción es que pueden hacer lo que quieran. Para ellos, al contrario de lo que ocurre con los simples mortales, no existen límites.

Parecería que ser un personaje de ficción es lo mejor que le puede pasar a alguien, ¿no? Os puedo asegurar que sí, que es así… excepto en mi caso. Soy un personaje de ficción y mi vida es de todo menos envidiable.

Y es que, si ser un personaje de ficción suele ser maravilloso, no hay nada peor que ser un personaje de ficción habiendo cobrado consciencia de tu propia identidad. Sabiendo que no eres más que eso: un personaje de ficción.

Me pasó hace una semana. No se trató de la reacción a una bomba nuclear, el ataque de un villano, o el despertar tras una década de estar en coma. No, no me pasó nada esto que, con tanta facilidad, nos ocurre a los personajes de ficción. En mi caso, simplemente fui consciente de mi ficticia identidad al despertar una mañana, tras una noche tan normal como la de cualquiera de vosotros, las personas reales.

Al despertar vi muy claro lo que era. Y supe que era un personaje de ficción por la misma razón que me había ocurrido todo hasta ese momento: porque mi creador quiso que fuese así. Si el autor de una novela quiere que su protagonista se tire por un barranco, este lo hace sin pensárselo dos veces. Si el autor quiere que se lo piense y luego se tire, lo hace así. Si el autor quiere que tome carrerilla y se pare en seco antes de tirarse, tomará carrerilla y se parará en seco. Un personaje nunca hace nada por sí mismo. Siempre obedece a su creador. Por eso, un personaje nunca es consciente de que es sólo eso, un personaje, a no ser que su autor decida que cobre consciencia de su identidad real.

Y eso es lo que me pasó a mí. No conozco a mi creador, al autor de las historias en las que vivo, aunque podría hacerlo sólo sí el lo decidiese. Por eso no le pongo nombre. Para mí, es “mi creador”, “el autor” o, incluso, alguna vez me refiero a él como “mi padre”. Aunque, ahora que lo pienso, podría ser “ella” y entonces la tendría que llamar “mi madre”. El caso es que mi creador decidió que esa mañana, al despertar, iba a darme cuenta de que no era una persona como tú. Iba a ser consciente de que no soy más que un personaje de ficción.

Y si al principio os he dicho que ser un personaje de ficción es magnífico, os aseguro que ser un personaje de ficción que conoce su naturaleza es lo peor que le puede pasar a nadie.

Desde esa mañana en que desperté sabiendo que soy un personaje de ficción mi vida es un tormento. Cuando descubres que no eres libre, que nada de lo que haces depende de ti sino de un ser superior que te maneja a su antojo como a una marioneta, tu vida deja de tener sentido.

Incluso, los pensamientos. Sé que no soy capaz de pensar por mí mismo. Que no solo mis actos son efecto de los caprichos de un ser superior sino que hasta mis pensamientos son el capricho de esa persona. El hecho de saber que cada una de las palabras que estoy compartiendo ahora mismo os llegan a vosotros, no porque a mí se me haya ocurrido decirlas, sino porque ese ser superior ha decidido que os las debo contar, es algo que no me deja vivir. O, mejor dicho, no me deja “no vivir” como un personaje de ficción más.

A sentirme manejado le tengo que sumar el hecho de sentirme observado. Desde que tengo conocimiento de lo que soy sé que haga lo que haga voy a estar observado por vosotros, por aquellos que habéis decidido seguirle el juego a mi autor. Él os pide que leáis lo que yo hago, lo que yo digo, lo que yo siento. Y vosotros lo hacéis.

Ayer, en un relato corto que escribió mi creador, me hizo tener relaciones sexuales con una mujer espectacular. Algo que a cualquier personaje de ficción le encantaría. Y que a muchos lectores les produciría una cierta envidia. Ganas de ponerse en mi piel. Sin embargo, esta vez tuve que hacer el amor con esa mujer sabiendo que ella no era real y, lo que es peor, que estaba siendo observado por mucha gente. Por todos los lectores del relato que había escrito mi creador. Y os aseguro que sentirte observado en todo momento hace que hasta las acciones aparentemente más envidiables no sean nada cómodas.

Quiero morir. Necesito morir. Ahora que sé quien soy, que me han hecho saberlo, solo la muerte puede liberarme de esta vida artificial. Esta farsa en la que no soy más que una marioneta observada por todo el mundo. Pero ni siquiera dispongo de la libertad que tenéis las personas para morir cuando queráis. Querer morir y no poder hacer nada para dejar esta vida es muy cruel.

Por eso, os pido ayuda. Dado que mi creador no me quiere matar, ¿podéis hacerlo vosotros? ¿Podéis dejar de leer las obras de mi creador? Supongo que un personaje al que nadie lee, del que nadie sabe ni su existencia, es un personaje muerto. Y eso es lo que yo quiero. Dejad de leerme, de observarme, de saber lo que hago, digo, pienso…

Dejadme morir en paz.

 


Imagen de Chelsea Lowe con licencia Creative Commons

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